Testimonio desde México D.F.: La 'gripe mexicana' que llegó de Asia
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Cada día, miles de personas se suben al metro de Ciudad de México. Yo, que vivo en esta inmensa urbe desde hace dos años y medio, dejé de hacerlo una semana. Tengo suerte, vivo cerca del trabajo, puedo hacerlo. Para mí, es demasiada gente, demasiado riesgo. Nunca viene mal prevenir
La influenza porcina se nos ha metido por todos los poros de la piel. Esa que limpiamos cada cinco minutos para evitar el posible contagio: lavarse las manos es la mejor precaución para evitar contraer el virus, que por ahora solo ha causado muertes en México. La única muerte que se ha registrado fuera ha sido en Estados Unidos y, casualmente, de un mexicano. ¿Por qué? Es una pregunta que a todos nos gustaría saber y que nadie nos aclara.
El origen de esta gripe no está aún muy clara, aunque muchos mexicanos ponen el grito en el cielo cuando leen en medios extranjeros eso de “gripe mexicana”, más aún cuando se enteraron de que China ha cerrado sus fronteras al cerdo azteca. Y es que, la hipótesis que más suena de este lado del charco es que el virus comenzó en Asia, de ahí viajó hasta California, para recalar finalmente en el estado sureño de Oaxaca. El resto, es historia.
Salir solo con mascarillas
La imagen de la ciudad ha cambiado en estos días. Hay menos actividad con las escuelas y gran parte de los restaurantes cerrados. Pocos se atreven a salir sin mascarilla. Claro, los que la encuentran, porque pese a que el ejército las estuvo repartiendo durante el primer día por varios de los puntos más concurridos de la ciudad, en las farmacias se agotaron rápidamente, a pesar de que en algunos se vendían hasta diez veces por encima de su precio habitual, que es de entre 0.50 y 1.50 pesos mexicanos.
También muchos medicamentos se han agotado: vitaminas, antivirales… Poco importa que las autoridades adviertan del riesgo de automedicarse y de la necesidad de acudir al médico ante la llegada de los primeros síntomas porque la enfermedad es curable. La gente necesita la tranquilidad de tenerlos en casa. Eso, por no hablar de las compras de pánico, aunque ya se advirtió que los supermercados no cerrarán sus puertas.
Lo peor es informar a la familia. Me llaman alarmados: “Han cerrado las escuelas”. Intento explicarles que es una de las principales medidas para evitar el contagio. Miles de niños en contacto, chupándose los dedos, comiéndose los mocos. “Han cerrado los restaurantes”. La idea es evitar que el contacto con la gente, por eso, los que no incumplen la nueva ordenanza (que los hay, pero también gente que exige que se les dé el servicio), solo sirven comida para llevar.
Las desgracias nunca vienen solas
Para colmo, hemos tenido que enfrentar no solo la alerta sanitaria, sino un terremoto de 5.8 en la escala Richter (temblor, me aclaran mis compañeros de trabajo, un terremoto es mayor de 7 grados). Ello provoca el chiste de la semana: “¿Qué le dice el Distrito Federal a la influenza porcina? ¡Mira como tiemblo!”. El humor no decae, al contrario de la economía, que va hacia abajo y en picada. Las pérdidas económicas solo en la capital del país ascienden a más de cien mil dólares al día (alrededor de 75.000 euros), lo que unido a la crisis da como resultado una bomba de tiempo. Muchos le temen ya más a la pérdida de empleo que al virus.
“¿Qué le dice el Distrito Federal a la influenza porcina? ¡Mira como tiemblo!”
En México, el saludo habitual es darse la mano a la vez que se da un beso. Así ocurre cada vez que se llega y se sale de la oficina, cada vez que uno se encuentra con un amigo al que ve a diario. Yo no me acababa de acostumbrar. Ahora que el contacto físico se ha detenido para evitar el contagio, echo de menos ese acto de afecto.
La autora es natural de Córdoba, España, y vive en México desde hace dos años