Esta es la historia del belga que corrió 10 km en Corea del Norte…
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Laura GarridoJuntar a los colegas, hablarles del maratón de Pyongyang, irse a Corea del Norte y ganar la prueba de los 10 km. El pasado 9 de abril, Olivier Dauw puso punto final a una idea que muchos habrían calificado de locura. El joven belga cuenta la experiencia que vivió entre presiones y fideos fríos.
Olivier es uno de esos llamados trotamundos. Tras diplomarse como ingeniero y trabajar algunos años en una oficina, el joven belga pone rumbo a África antes de volar hacia Singapur, donde actualmente trabaja para Uber. Mientras tanto, Olivier también ha tenido tiempo de pasar por Corea del Norte, participar en una carrera de diez kilómetros y llevarse unos recuerdos que no están nada mal.
cafébabel: ¿Cómo te enteraste de la existencia de esta carrera?
Olivier Dauw: Fue un poco por casualidad. El año pasado, unos amigos participaron en la carrera. Me dije: "Caray, ¡tengo que hacerlo sí o sí!". Entonces, me pegué a ellos para conseguir información sobre cómo participar. Se lo comenté a otros amigos, hicimos un grupito y nos marchamos.
cafébabel: De entre todas las carreras que hay en el mundo, ¿por qué elegiste esta?
Olivier Dauw: Creo que no fuimos por la carrera en realidad. Fue sobre todo la posibilidad de ir a Corea del Norte lo que suscitó nuestro interés. El maratón es el único evento internacional que organiza el país. Pensamos que estaría guay combinar el descubrimiento del país con una actividad fuera de lo común.
cafébabel: ¿Quiénes eran los otros participantes?
Olivier Dauw: Los participantes vienen de todas partes. Nos encontramos con europeos, australianos, asiáticos, americanos… No había ninguna nacionalidad predominante, la verdad. Todas las nacionalidades pueden participar, excepto los surcoreanos y los malasios. A estos últimos ya no se les permite poner un pie en suelo norcoreano debido al asesinato del sobrino de Kim Jong-un en Malasia. La carrera acoge a 800 extranjeros (cifra máxima). Por supuesto, muchos norcoreanos compiten también, incluso niños. Los padres están en las calles para animar a sus hijos y a sus familias. Corea del Norte ofrece pocas opciones de ocio. Por eso, esta carrera es algo así como la actividad del domingo para ellos.
cafébabel: Hablando de la gente, ¿cómo te relacionaste con la población local?
Olivier Dauw: Tratábamos a diario con la parte de la población que habla inglés, es decir, con la élite de la sociedad: los guías, el personal de los hoteles, de los museos… Son personas formadas para estar en contacto con los extranjeros. Son diferentes de la "población real", como los trabajadores del campo. Tuvimos la oportunidad de discutir con ellos todo lo relativo al espíritu de su país, todo lo que podía resultar fachada. No siempre sabíamos si nos decían lo que pensaban de verdad.
cafébabel: Seguro que tienes alguna pequeña anécdota…
Olivier Dauw: Todas las noches salíamos a cenar a un restaurante de la ciudad. Estábamos casi siempre solos, entre turistas. Un día, sin embargo, nos encontramos con una familia norcoreana en un bar. Nos sentamos a su lado y comenzamos a charlar. De repente, pidieron la cuenta, guardaron la comida en una bolsa y se marcharon. Supongo que tenían miedo de decir o hacer algo que no les estuviera permitido.
cafébabel: Eres una de las pocas personas que ha cruzado ese 'telón de acero'. ¿Cuál fue tu primera impresión cuando llegaste allí?
Olivier Dauw: Mi primera impresión cuando llegué fue bastante normal. Llegamos y todo se desarrolló como en cualquier otro aeropuerto internacional. La seguridad es muy estricta, eso es verdad. Nos cachearon, tuvimos que abrir las maletas para que se viera todo, encender los ordenadores para enseñar su contenido… Comprueban en especial si no llevamos ninguna información sobre Corea del Norte. En realidad, quieren evitar mostrarle a los norcoreanos cómo es el mundo exterior.
cafébabel: ¿Cómo estaba organizado el viaje?
Olivier Dauw: Tuve que reservar en noviembre por el cupo de 800 extranjeros para la carrera. A principios de diciembre, ya tenía todo. En cuanto al precio, pagué 1400 dólares estadounidenses, visado incluido, por cuatro días con salida desde Pekín. Una vez allí, gastamos poco, salvo por los recuerdos y el alcohol en un bar.
Allí, los corredores extranjeros se alojaban en dos hoteles: uno estaba en una especie de isla conectada con la ciudad por un puente, y el otro se encontraba en el centro de la ciudad. Los servicios eran impecables, muy bien organizados. El hotel estaba muy limpio, pero funcionaba con los límites establecidos por el gobierno y había pocas cosas importadas. No tenían filetes con patatas por ejemplo. Teníamos que comer lo local: fideos fríos o kimchi (col en una salsa especiada) principalmente. No había Internet, ni red telefónica. Yo ni siquiera me llevé mi móvil para el viaje; preferí dejarlo en Pekín.
cafébabel: Sabemos que el tema de la libertad de expresión en Corea del Norte es problemático. ¿Te dieron recomendaciones antes de la carrera?
Olivier Dauw: Recibimos una guía de reglas que seguir para la carrera: nada de logos grandes, ni publicidad, ni referencias a nuestros colores nacionales. Aunque las reglas eran bastante estrictas, nadie recibió llamadas de atención por parte de las autoridades locales. Todos debíamos llevar un maillot oficial con los colores de Corea del Norte para correr. Por el contrario, por respeto a la cultura local, estaban prohibidos los pantalones cortos y las camisetas en las ceremonias oficiales.
cafébabel: Y durante la estancia, ¿cómo fueron las visitas?
Olivier Dauw: Como extranjeros, no teníamos derecho a pasear con libertad. La única posibilidad de visitar el país pasaba por acudir a una agencia de viajes, lo que implica que los guías te lleven a todos lados. Hay unas directrices que seguir. Por ejemplo, cuando quieres hacer fotos es obligatorio que aparezcan las estatuas de los dirigentes enteras, junto con el paisaje, para mostrar su grandeza y glorificar el país. Otro ejemplo sería que debe evitarse rasgar la revistas nacionales o tirarlas a la basura, ya que puede considerarse un insulto.
Una vez, tuve que eliminar fotos de nuestra visita a la zona que rodea la frontera con Corea del Sur. Hice una foto de una torre con antenas y, según parece, era secreto de defensa. Por lo que sí que existen algunas reglas que deben respetarse, pero, de manera general, no hay para tanto. En ciertos países en vías de desarrollo, uno no puede ni hacer fotos de los aeropuertos ni de las embajadas.
cafébabel: ¿Te sentiste oprimido por estos límites?
Olivier Dauw: No, excepto tal vez cuando visitamos la zona desmilitarizada. Allí, eran bastante opresores. Había salas enormes con muchos documentos sobre la guerra de Corea y no nos dejaron más que unos minutos para verlos. No se debía analizar en detalle lo que nos enseñaban o hacer demasiadas preguntas. En la misma frontera, había militares norcoreanos cuya misión era evitar que saliéramos del país. Es bastante particular.
cafébabel: Corea del Norte es uno de los países más aislados del mundo. Su gobierno ha sufrido numerosas acusaciones por no respetar los derechos humanos. ¿No pensaste que con tu participación en la carrera mostrabas, de alguna forma, apoyo al régimen?
Olivier Dauw: Comprendo esa opinión, pero no creo que sea el caso. Desde el punto de vista financiero, el turismo representa un ingreso suplementario para el régimen. Solo viajan unos 5000 turistas al año, que gastan una media de 1500 dólares americanos por persona, lo que hace siete millones y medio de dólares estadounidenses al año. Esa cantidad no supone una gran diferencia financiera para un país. Desde el punto de vista propagandístico, es cierto que podrían utilizarse las visitas como una herramienta de cara a la población local. Por otro lado, los extranjeros, como embajadores del resto del mundo, muestran a los norcoreanos que no les somos hostiles y que somos personas como ellos. El efecto de la propaganda negativa se compensa pues gracias a un efecto de propaganda positiva.
Translated from C'est l'histoire d'un belge qui court 10 km en Corée du Nord...