El diablo se esconde en una sala de profesores
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Beatriz Garrido PonceUn profesor de inglés en Madrid lucha por controlar a su demonio interior. ¿Cuánto tardará en caer la máscara y quedar expuesta su verdadera naturaleza?
Como dijo aquel: el mejor truco del Diablo fue convencer al mundo de que no existía. Ahí sentado, mientras me ofrecían un puesto que me confiaba la educación de adultos y niños, me alcanzó de pronto la certeza de que Lucifer no actúa solo a la hora de perpetrar sus tretas engañosas. Pues el mejor truco de Duncan fue convencer al mundo de su propia existencia. Sí, lo hizo; pero para ello tomó la forma de un ser respetable, decente y amable. El benevolente reino de la enseñanza estaba a punto de dar la bienvenida a su más reciente recluta.
Un minucioso examen
Todo comenzó con una entrevista que iba a requerir de mí sonrisas sinceras y nobles declaraciones. Pero, conforme me preguntaban qué podría ofrecerle yo a la escuela, me volví Maquiavélico. Mi mente no echó mano de esas respuestas que había estado ensayando, sino de una lista de atributos completamente diferentes.
- Un profundo y decidido deseo de hacer lo mínimo para conseguir el máximo resultado.
- Una predisposición a murmurar las más irrelevantes ocurrencias. Y que nadie pudiese oírlas, y no digamos ya entender.
- Una actitud tímida e impaciente que seguramente iba a dejar a los otros profesores preguntándose por qué un estudiante en prácticas se estaba dedicando a preparar lecciones. Llevando un distintivo identificándole como profesor.
Perverso. En el mismo instante en el que debía presentarme a mí mismo como un ejemplo de competencia, mire en mi interior y vi una versión de mí totalmente distinta. Aquello olía a caso flagrante de autosabotaje. Finalmente, dije algo sobre fiabilidad y, con la sólida posibilidad pendiendo sobre mí de que la entrevistadora no hubiese entendido una palabra, continuamos.
-¿Qué clase de estudiantes prefieres?
Una pregunta bastante simple, y aún así era un cebo tentador. Hice una pausa deliberada, y con un deje nostálgico y pensativo miré hacia un lado.
-Hmm...
Mi entrevistadora lo ignoraba, pero en contra de mis más tenaces deseos, me estaba adentrando en un banco de memoria colmado de instintos primarios y narcisismo. Me mordí el labio, perdido entre los recuerdos de las chicas españolas e italianas que habían asistido a mis clases durante mi preparación. Por suerte, la entrevistadora aclaró la pregunta rápidamente.
-¿Secundaria o primaria?
Volví a respirar un poco mejor.
-Secundaria. Me interesa poder provocar debates y promover el diálogo.
Oh, buena respuesta, podía oir decir a mi álter ego y musa, si el diálogo tuviese que ver con dónde podrían ir un viernes por la noche, o si el debate analizase las ventajas de comprar drogas en las calles de Londres.
Con esta conflictiva dualidad continué la entrevista. Y con ella me sobrevino una creciente sensación de fraude. Me sentía como en un escenario, actuando para mí mismo. Un impostor inglés languideciendo bajo los focos del sol madrileño. Estudié a mi entrevistadora. ¿Había conseguido engañarla con esta farsa? Aquella era poco firme: yo era un lobo profesional cuyo disfraz de cordero era apenas unas gafas de pega y un bigote falso. Ella parecía afable, interesada. Puede que hubiera funcionado. Puede que yo no fuera el único jugando a este juego del engaño. Acabé la entrevista con mi otro yo forzando una sonria en mi cara. Me estaba diciendo que mis artimañas habían surtido efecto, y no cabía duda de ello.
Conseguí el trabajo. Pero si pensaba que aquel iba a ser el final de los intentos de mi lado diabólico por sabotear mi deseo de ser una persona respetable, estaba, por supuesto, muy equivocado.
Un frente incÓmodo
Vengo a la escuela cada día luciendo una sonrisa inocente, pero bajo la superificie fluctúa una brújula moral que es como un péndulo en éxtasis. Pensé en tomar prestado un libro de texto de la escuela para mejorar mi español. Le pregunté a una compañera, y me mostró servicial uno que podría ser adecuado para mí, informándome de que solo me costaría 20 euros. Mi demonio asumió el control, recordándome las noches que pasaba solo en la escuela, y en los muchos libros que descansaban en las estanterías. Mi demonio me sugirió que probablemente allí habría un "descuento" de 20 euros.
Igual deambulo por la oficina entre clases y me encuentro una bolsa de caramelos abierta en el escritorio. Y estoy hambriento. Estoy hambriento, ¿vale? Así es empiezan los problemas...
-¿Qué diferencia supondrán un par de caramelos menos en la bolsa? ¡Nunca se darán cuenta! -oigo susurrar en mi conciencia.
-No, no los necesitas, abstente. Tienes 23 años. Es hora de acabar con este comportamiento -recibo como alternativa.
Mientras entro en la clase, directo a por mi botella de agua para ayudar a bajar los caramelos, mi remordimiento es evidente. Ni siquiera te gustan de esa marca, pienso yo, tristemente, para mí mismo.
Las fechorías me persiguen por Babilonia como sombras ineludibles. Un compañero, también profesor, con frecuencia se dedica a investigar por Internet acerca de los últimos métodos y estilos de enseñanza. A mí, por otro lado, se me puede encontrar a menudo echando un vistazo a la sección de deportes de la BBC, des-informándome y leyendo noticias que no tendrán ningún impacto en mi vida. En la sala de profesores hay suministros para preparar café y té. Un letrero en la pared advierte de los peligros de no lavar tu taza después de haberla usado. Y justo debajo del letrero reposa mi taza. Sucia. Descansa ahí orgullosa y llena de descaro; un símbolo de porcelana manchada que representa la corrupción de un entorno en armonía. ¿Cuánto más tardarán mis compañeros en darse cuenta de que este menda no está muy limpio tampoco? Y ese jabón y esa esponja no servirán para limpiarme. No del todo, en cualquier caso.
Un profesor, después de todo, es el emblema de la moralidad. Pero, sentado en casa, hojeando mi nuevo libro de texto de español , mientras tomo apuntes en un papel que previamente había estado en la impresora de la escuela, me doy cuenta de que no puedo acallar a mi demonio interior, y quedaré expuesto pronto. Mientras tanto, una lucha moral se está librando en mi alma: el Bien contra el Mal. Sí; es una lucha, ¿vale? Y no una particularmente igualada.
Translated from Machiavellian mischief in a Madrid staff-room