'A propósito de Llewyn Davis': puro folk
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Marta AriasNo, lo nuevo de los hermanos Coen no es el biopic de un oscuro y fracasado músico de principios de los 60 castigado en el bohemio Greenwich Village de Nueva York. Tan sólo es una historia que no existiría sin el folk.
Claro que los detalles históricos son perturbadores. Que la época y el contexto están esbozados con minuciosidad y que las referencias son omnipresentes. Pero lo cierto es que los Coen no podrían haber elegido mejor decorado para su fábula sobre el idealismo. O mejor dicho sobre el aislamiento, o la búsqueda de lo absoluto. O quizá sobre cualquier otra cosa, pero yo no soy crítico de cine ¿verdad? ¡sino músico! Casualmente, su historia habla de música. Es al atravesar este teatro folk, sin tocarlo, cuando los cineastas meten el dedo en la endémica dualidad de este género musical, capaz de llorar las penas más profundas (en su simplicidad, rusticidad, antigüedad) o de regalarnos los más bellos instantes de magia.
Personas limpias y bastante ingenuas
Entonces ¿cómo se describe esta escena folk de los años 60? ¿Esa escena que ha engendrado, entre otros, a Bob Dylan? Pues como un lugar mal iluminado, como un sótano custodiado por cancerbero sin moral. Marco intimista, silencioso, recogido. Límite sofocante y recluído, dirigido a los privilegios que parecen todos de la misma familia. «Los snobs», dixit Dylan en sus crónicas. Pensamiento ortodoxo, casi integrista. Dígales que si lloran en uno de los conciertos, serán los puños quienes les esperen a la salida. Llewyn, protagonista de la película, paga esos platos rotos. Dese cuenta, aquí no bromeamos.
¿Y sobre el escenario? Mucho mejor. Un verdadero freak show sobre los orígenes, provinciales y pueblerinos de los tan modernos Estados Unidos, de la vanguardista Nueva York: hermanos irlandeses con jerseys de Aran, granjeras maduras, jóvenes de cabello liso, boy scouts con estribillos melosos y un largo etcétera. Sin duda nada que ver con los otros personajes con los que Llewyn se cruza en su camino, bastante más espesos en la pantalla de lo que era ese jazzman desfondado y bizarro (interpretado por John Goodman) o el rockero tenebroso con aspecto de tipo duro de pelar.
¿Y entonces, las canciones? Viejas cantinelas de trovadores heredadas de Inglaterra, Escocia e Irlanda, apenas desempolvadas, tocadas con el instrumento más simple y siempre con los mismos acordes. Sexy. En cuanto al negocio de la música, ninguna sorpresa: es frío, insensible y falso. Discos no vendidos, cuentas a cero. Una propinilla, por favor. El único consuelo para el músico «de tradición» si quiere hacer carrera es el compromiso. «Aféitate la barba, canta los coros pero permanece en la sombra» le dice más o menos un manager, a través de los tubos radiofónicos, en estos tiempos de proto-pop impuestos en la cadena por los grandes sellos. Nos cruzamos con otro personaje bien conocido en el mundo musical, el del músico para todo, abanderado por un Justin Timberlake más pop idol que nunca.
Nuestros amigos folk son personas limpias y bastante ingenuas, que viven en un mundo muy rigido cantándole a un universo desaparecido hace un siglo, un universo de fábulas y arquetipos, de historias tan viejas como el propio mundo. «Never new, never gets old, it’s a folk song». Perfecto como marco para la búsqueda.
Larga vida al folk
El Ulises de este nuevo episodio de la mitología coenniana es el folkster Llewyn (Oscar Isaac). Es él quien contínuamente se va a dar contra la pared de este pequeño medio encorsetado, encarnando así, bajo mi punto de vista, el reverso de la fastidiosa medalla del folk. Porque además de pasar por este pequeño mundo a contrapelo, también tropieza con sus propios límites. Es el «inside» de Llewyn Davis, un músico en contacto con el mundo, lo que lo diferencia de los miserias de los músicos folk que tocan y piensan con agua tibia.
Sí, la travesía por este valle de sombras que es el mundo moderno, insensible a la belleza, es forzosamente complicada. ¿Piso? No. ¿Pareja? Cambiante. ¿Coche? El de otros. ¿La nieve? Con eso no había contado. ¿Un gato? Sí, pero somos capaces de perderlo. Y encima ni rastro de la madurez. Y pensar que algunos le llaman a esto derrota. Ignorantes.
Por lo tanto, parece evidente que en la película el personaje de Joel y Ethan Coen no quiere «existir» sino vivir. Esto, a cambio de su confort, sus amigos, su familia, de todas esas personas bienintencionadas que buscan debilitarle, hacer que se asiente y cante su canción folk, como un perro obediente, frente a los universitarios y especuladores que exclamarán «¡Pero cuánto talento !». Eso no es nada folk. O no el suyo, ni el bueno, en cualquier caso. No el que sale de las entrañas. Llewyn quiere sentir que vive, que hierve, que reacciona. Puestos a elegir, si realmente no funciona nada, largarse. Lo que sea menos esta rubbish modern life. «Fare thee well», dice la última canción de la película.
El final de esta lectura musical de la película acaba con la misma historia, la misma canción. La del músico frente a su música, el idealista frente a la realidad. La realidad ee esas canciones de 3 acordes que, en función del músico que las toque, pueden sonar a «déjà vu» o elevarte a lo más alto.
'A propósito de Llewyn Davis' se estrena hoy en España
Redeye es un músico folk franco-américano
Translated from Inside Llewyn Davis : that’s all folk