Volar en el cielo de Kosovo para alejarse del duelo
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Magdalena BarroCatorce años después del conflicto que tuvo lugar en Kosovo, la búsqueda de personas todavía desaparecidas sigue siendo una urgencia social en un país que celebrará el próximo 17 de febrero un lustro de independencia.
Cada mañana a las ocho, Alan Robinson llega a su oficina en la morgue del hospital público de Pristina. El edificio de color amarillento está situado entre el aparcamiento, la unidad psiquiátrica y las grandes tiendas de campaña con el símbolo de la Cruz Roja. “Aquí se encuentran los restos de las personas desaparecidas una vez numeradas e identificadas. ¿Le apetece desayunar?”. Constitución robusta, mirada penetrante y pulseras de cuero: el aspecto de Robinson se parece más al de Indiana Jones que a un médico forense.
Este británico de 39 años, nacido en México, es el jefe adjunto del departamento de medicina forense de la misión europea EULEX. Arqueólogo de formación, dio un giro hacia la medicina forense a finales de los años noventa, centrando su interés en las víctimas de la dictadura militar de Guatemala. “Este tipo de misión ofrece un beneficio social indiscutible: se participa en el proceso de reconciliación de una nación”.
Hoy Robinson parte con su equipo hacia el sur del país: “El nuevo propietario de una granja ha denunciado un pozo atascado. Teme encontrar cuerpos”. Catorce años después del conflicto de Kosovo, las excavaciones y las hand over celebrations —las ceremonias oficiales en las que se devolvían los restos mortales— siguen siendo el pan nuestro de cada día de la unidad de medicina forense. “Las pequeñas cajas que contienen los restos son entregadas a los familiares para ser, al fin, enterrados dignamente”.
De acuerdo con las cifras del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), 1.799 personas siguen desaparecidas después de la guerra de Kosovo. Para defender su memoria, existen 22 asociaciones oficiales debido a que existen aquellas que buscan desaparecidos albaneses y aquellas constituidas por desaparecidos serbios. Aun así, “es imposible distinguir la adhesión étnica de los fragmentos de huesos, que a menudo nos encontramos carbonizados”, apunta con ironía Robinson. “Queremos permanecer ajenos a la política”.
El tiempo es fantástico: después de haber estrenado sus gafas de sol, al estilo de Men in Black, Robinson y su equipo de una docena de personas (traductora, policías locales, ayudantes...) suben a bordo de un 4x4 con la bandera de la Unión Europea. En 2011, el departamento de medicina forense realizó cerca de 350 excavaciones y exhumó los cuerpos de 42 personas. 51 personas desaparecidas fueron identificadas y 79 restos mortales fueron devueltos a sus familias. “Nuestra misión suscita la esperanza que nunca será subsanada por simples resultados analíticos. Conseguir justicia es un proceso extremadamente largo, de varias generaciones”, recalca Robinson.
Llegada a Orahovac (Rahovec en albanés). El equipo se presenta a los habitantes antes de recoger los testimonios de los vecinos, en su mayoría hombres mayores. El área que se debe excavar está situada al lado de una mezquita, delante de una granja. Alan Robinson designa un perímetro de una decena de metros que será cercado con cinta amarilla, emblemática de la escena del crimen. Los ayudantes se despliegan, peinan a fondo la zona y colocan pequeñas banderas mientras que las excavadoras comienzan a remover la tierra bajo la mirada del propietario del lugar. Expedientes perdidos, enterramientos de algunas víctimas con nombres falsos o la reconstitución de esqueletos con huesos pertenecientes a otros desaparecidos aumentaron la desconfianza de la población hacia los emisarios de la UNMIK, remplazados hoy en día por EULEX.
“Alrededor del 6% de los procesos tratados por el Tribunal Penal Internacional tuvieron que ser reabiertos. Ahora trabajamos exclusivamente en la identificación de las víctimas gracias a las pruebas de ADN. La prioridad es formar un equipo local de expertos que puedan tomar nuestro relevo porque EULEX no se quedará eternamente en Kosovo”. Robinson atraviesa la obra a grandes zancadas antes de comenzar la inspección, se inclina hacia los escombros y las piedras donde hay un pedazo de madera, no, un trozo de fémur. Cigarrillo. Excavar. Cigarrillo. Numerosos huesos carbonizados fueron finalmente desenterrados, se les quitó el polvo cuidadosamente y se numeraron antes de ser fotografiados y guardados en las bolsas para cadáveres.
No te olvides de leer nuestro dosier Kosovo no es lugar para blandos.
Un coche negro se aproxima lentamente: traje oscuro y cigarrillo en la boca, el presidente de la comisión gubernamental encargada de las personas desaparecidas hace acto de presencia. Apretón de manos. Palabras. Abrazos. “Cuentan que cada 1 de enero tiene la costumbre de traer alcohol de rakia que él mismo fabrica”, precisa Xani, ayudante de Robinson.
Un hombre mayor con arrugas en el rostro se pierde en sus pensamientos, hipnotizado por el baile incesante de las palas mecánicas. El cuerpo de uno de sus dos hijos. Ambos murieron durante el conflicto y nunca fueron encontrados, explica la traductora. “Las familias no saben que pasó con sus seres queridos y restan bloqueados en su vida cotidiana”. Este fin de semana, Alan Robinson practicará su aficción favorita: salto en parapente. El país de los mirlos negros visto desde el cielo y no desde la tierra. “Es importante para vaciar nuestra mente”.
Fotos: portada, (cc) khrawlings/Flickr; texto, (cc) charlesfred/Flickr y (cc) un_photo/Flickr.
Translated from Kosovo : dépouille et d’os