Violencia y revueltas en Belfast por la “Union Jack”
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Alba CarvajalEs difícil escribir sobre lo que está ocurriendo en mi querida Belfast, ya que eso me obliga a tener que usar la lógica. En efecto, la gente que ha participado en los disturbios callejeros desde principios de diciembre de 2012 no atiende a ninguna. “Solo a la anarquía”, proclamaba un protestante nativo.
La ciudad de Belfast vuelve a ser noticia: durante las siete últimas semanas, imágenes de cócteles molotov, revueltas y altercados entre la policía y los manifestantes se han difundido por toda Europa y el resto del mundo. El malestar comenzó cuando una mayoría de concejales aprobó mediante votación que la bandera británica, la Union Jack, debería ondear en el emblemático ayuntamiento de Belfast en 17 ocasiones específicas durante el año en vez de los 365 días. Los unionistas, para los que la bandera es parte de su identidad, se oponen al movimiento y sus protestas han resultado, a menudo, en violencia.
Los alborotadores que dañan la tan duramente ganada imagen positiva y pacífica de Belfast no hablan en nombre de la abrumadora mayoría de los ciudadanos. De hecho, el sentimiento predominante en las calles es la vergüenza. La marca Belfast ha buscado relacionarse con la apacible vida de sus habitantes, pero los signos de vida plácida, a pesar de haber sido cuidadosamente construidos por la mayoría de ciudadanos pacíficos a lo largo de los últimos diez años, se están desvaneciendo. A menudo, intentamos encontrar una justificación política o socioeconómica a este problema: la decisión de arriar la bandera de la unión puede resultar desconsiderada pero, en cualquier caso, fue democrática. La verdadera razón tras este conflicto es un oxímoron aliterado que suena casi tan ridículo como fuego amigo. La razón: revueltas recreativas.
Noche tras noche, gente de todas las edades bloquea las calles de Belfast. La violencia es indiscriminada. Resulta irónico porque los protestantes están siendo los peor parados: las barricadas intermitentes montadas a lo largo de la ciudad impiden el normal funcionamiento de los negocios. Los partidarios de las revueltas dicen que este fue el grupo más afectado por el conflicto de Irlanda del Norte, pero esta línea argumental se vuelve redundante cuando lees informes sobre los ocho años de disturbios en las calles. Belfast se ha convertido en su patio de recreo, las piedras y los cócteles molotov en sus juguetes.
Existe una mayoría pacífica considerable, pero que está siendo ahogada por la cacofonía de idiotez y fanatismo que predomina. En un principio, las zonas protestantes de Irlanda del Norte abogaban por una protesta pacífica, pero ahora que las continuas interrupciones afectan a sus vidas y su ciudad, la paciencia de la gente se ha agotado. La situación en Belfast empieza a parecerse al otoño de Saigón. El coste de la policía y las pérdidas que sufre el comercio del centro de la ciudad son increíbles. El verdadero gasto, el de la reputación de Belfast, es incuantificable.
Foto: (cc) Michal Osmenda/Flickr.
Translated from Belfast’s belligerent British flag riots