Tres escritores, una ciudad: ¿Se vivía mejor cuando se vivía peor?
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Olivia Gerber Morón“Seductora, gris, deshecha, desoladora y, a pesar de ello, vibrante de vitalidad nerviosa, brillante, fosforescente, animada, llena de tensión y de promesas”. Así fue como Klaus Mann describió Berlín en 1923. Sin embargo, ¿sigue todavía vigente su apasionada descripción?
He decidido descubrirlo contemplando la capital alemana a través de los ojos y los relatos de tres artistas, tres extranjeros que acabaron en la ciudad por decisión propia o por casualidad
Es una fresca mañana de finales de mayo, la S-Bahn 25 me conduce hasta Lankwitz, en donde me espera Gianluca Falanga para tomar un café. Gianluca, un escritor de 33 años, vive en la capital alemana desde hace ocho años. Mientras prepara el café me empieza a contar su historia: “Acabé en Berlín en una fase de mi vida en la que tenía ganas de irme. Por aquel entonces (en 2002) era una ciudad en continua transformación. Me identifiqué en esta metamorfosis”.
Bajo el cielo de Gianluca
Trabaja en una librería desde hace un par de años y desde ahí observa detenidamente: “Se trata de una ciudad que ama el trasplante, como yo. De hecho, se suele decir que ‘el auténtico berlinés no es de Berlín’. Gianluca, que publica por lo general en alemán, opina que Berlín debe su originalidad a su dimensión provincial: “Me parece que es una ciudad muy grande, pero no está densamente poblada y esto hace que la vida aquí se parezca a la de un gran pueblo”. El escritor se siente tan enamorado de la ciudad como desencantado. “He tenido que dar clases de italiano en barrios bajos. Resultó ser una experiencia importante para conocer otras zonas de la ciudad que la burbuja místico-intelectual no conoce, en la que la crisis económica es galopante, en la que entiendes que el mito es sólo un mito y que al fin y al cabo, Berlín no es una ciudad tan frívola, puesto que hay problemas económicos y sociales muy graves". En su opinión, las situaciones humanas en Berlín te forman y te inspiran en la escritura. Es una ciudad a la que le cuesta seguir adelante con su economía: “La crisis se hace notar. La tendencia económica a la baja es negativa y la situación del mercado del trabajo es muy difícil”.
Se despide de mí con una pizca de realismo melancólico: “Mi relación con la ciudad está cambiando. Antes te habría dicho que en Berlín, los que están en movimiento encuentran el marco ideal, pero ahora ya no pienso así. Al final resulta ser una ciudad normal”. Ahora la capital alemana ha llegado al presente y tiene dificultades para adaptarse.
La Berlín balcánica de Maksim
Dejo Lankwitz y tomo rumbo a Schöneweide, un barrio poco acogedor con el encanto posindustrial. Maksim Cristan, un escritor croata de 43 años, aparece desde la ventana de una vieja fábrica en desuso y me hace señas para que suba. Tiene los ojos rojos por el ordenador: “Estoy trabajando en una cosa que no me deja conciliar el sueño. Así se vive cuando eres pensador”.
Su italiano es impecable y también publica en esta lengua: “La gente aquí ha perdido la cabeza”, sonríe. A Maksim le encanta gesticular exageradamente. Sus movimientos me hacen pensar en Roberto Benigni, una especie de histrión inquieto. “Esta ciudad tiene algún que otro problema: está volviendo a entrar en la normalidad neoliberal. En esta fase histórica no es posible tener éxito, porque no hay trabajo”. Vive en Berlín desde octubre 2008 y parece estar ya desencantado. Es realista: “Al principio parece fantástica, se siente mucha libertad y todo es bonito. Sin embargo, si exploras más a fondo, no es así. Cuando llegué pensaba ‘finalmente algo de auténtico’. Pero hay libertad hasta un cierto punto y entonces mi búsqueda termina ahí, porque todo lo que exploro aquí es falso”.
Al pensador croata no le gusta la mentalidad de los berlineses puros y duros: “Mientras resistas, todo es bonito, pero arriesgas mucho si te sales de la norma. Existe una mentalidad punitiva impresa en los berlineses. Un chófer de autobús me dijo un día: ‘Hay que pronunciar bien las palabras’. Quieren enseñarte a vivir, ¡que se vaya a tomar por culo!”, declama divertido.
Se pone serio de nuevo cuando le pregunto si es fácil ganarse el pan de cada día: “El único dinero que he conseguido aquí en estos dos años son los 16 euros que gané un día en el mercadillo turco, cuando canté con un amigo músico”. Según Maksim, la capital se diferencia de manera evidente del resto del país. “Alemania funciona bien, en cambio Berlín se parece a un Alfa Romeo: coges una manilla y se rompe, te apoyas en una puerta y se cae. ¡Que se vaya a tomar por culo! – dice regocijándose - Pero éste también es un aspecto poético de Berlín”, concluye el soñador. Antes de que me marche, me confiesa que su balace es positivo al fin de cuentas: “Si tuviera que escoger vivir en Berlín no me quejaría. Pero mira por donde, no la escojo”, sonríe ajustándose el sombrero.
Maïa y la metrópolis
Vuelvo a coger la S-Bahn y esta vez me dirijo hacia el corazón de la ciudad. Maïa Mazaurette vive en el distrito de Mitte. De 32 años, es una escritora y bloguera francesa, parisina para ser exactos. Llegó a Berlín en julio de 2006, “porque estaba cansada de París y de ver siempre las mismas caras”. Maïa está contenta, a pesar de que su día laboral, según lo que me cuenta, no haya sido el mejor de todos. Tiene una labia que Maksim envidiaría, por lo menos un poco. “Aquí puedo trabajar tranquila, controlar mi tempo, escribir y luego enviar todo a París sin demasiado estrés. Cuando Berlín se vuelva cara me marcharé – dice sonriendo – también vivo aquí por eso”.
A Maïa le fascina el hecho de que aquí exista una gran libertad de espíritu, pero admite que no todo es de color rosa: “Resulta muy difícil entrar en los círculos ‘alemanes’, de hecho, todos mis amigos son extranjeros. Los alemanes no tienen la misma espontaneidad”. Ella también me hace notar que la pobreza en esta ciudad es evidente: “No se encuentra trabajo y la situación es así desde hace años”, afirma con determinación y confirma, por si fuera necesario, que Berlín es diferente del resto de Alemania. “Es mucho más caótica que el resto del país y hay una variedad étnica y social que no existe en las otras ciudades germanas”. Después bromea sobre el aspecto de la ciudad: “Es fea”, dice riéndose. “Nunca sabes qué enseñarles a tus amigos para que aprecien Berlín”. “Actualmente, está de moda y es una ciudad ideal para los jóvenes. ¿Te apetece un café?”.
Un último café para reflexionar sobre esta Berlín, mitificada sobremanera, pero que no deja de ser fascinante, en la que la crisis parece más bien una condición endémica que temporal. Evidentemente, que te paguen en París y vivas en Berlín no es una idea tan mala. En la recta final de este breve viaje literario vuelvo a pensar en las palabras de Klaus Mann y me parece que en el fondo siguen siendo terriblemente actuales. No he encontrado una receta contra la crisis, pero me marcho con una certeza: no buscaré trabajo aquí, al menos por el momento.
Gianluca Falanga, 'Non si può dividere il cielo. Storie dal Muro di Berlino', Carocci, Roma, 2009; Maksim Cristan, (fanculopensiero), Feltrinelli, Milano, 2007; Maïa Mazaurette, 'Osez… les rencontres sur Internet', Fluid Glamour, 2010
Fotos: ©David Tett; ©Chiara Dazi
Translated from Berlino, ritorno al presente: tre scrittori, tre storie, una città