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Testigos silenciosos del siglo XXI

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CulturaSociedad

El día 13 de octubre, en Londres, se inauguró una exposición fotográfica llamada “A la cara de la Historia”.

El Barbican Cenre de Londres presenta los trabajos de los fotógrafos del siglo XX Stanislaw Ignacy Witkiewicz, André Kértesz, Eugène Atget, Josef Sudek y otros. Para muchos, el siglo XX fue una lección sobre el horror de la abstracción. El estalinismo y el nazismo, la burocratización y el enajenamiento crecientes nos enseñaron los peligros de pensar a gran escala, de convertir a humanos en números y de esperar que el daño causado se justifique mediante un resultado futuro positivo. En Le Siècle, Alain Badiou sugiere que el siglo pasado se caracterizó por la pasión por lo real. No por grandes proyectos ni expectativas trascedentales, sino por el contacto visceral con la existencia.

El enajenamiento

La exposición en el Barbican nos recuerda que la fotografía prometió un contacto así de inmediato con la vida. Tal vez hoy en día es difícil imaginar el poder que debió tener la fotografía en una época cuando el mundo no estaba dominado por las imágenes. Es también difícil imaginar cómo Dauthendey, uno de los primeros maestros del daguerrotipo, dijo: “Nos quedábamos pasmados ante la nitidez de aquellas imágenes de humanos y creímos que las caras minúsculas en la foto podían vernos, de tanto como nos impactaron la insólita claridad y la insólita fidelidad a la naturaleza que tenían los primeros daguerrotipos”.

El trabajo del fotógrafo y escritor polaco Witkiewicz es prueba de la pérdida de este contacto directo con lo vivido. Sus fotos muestran caras despedazadas en miles de fragmentos, una metáfora del individuo quebrado por la modernidad. Sin embargo, en la obra de Witkiewicz se percibe una esperanza mesiánica de que alguien, en algún lugar, pueda ser testigo de sus vivencias. Los ojos de Janina nos miran fijamente a través de la fotografía, a través del producto de la misma tecnología que Witkiewicz criticaba.

Sin máscaras

La fotografía es un testimonio de la historia del siglo XX. “A la cara de la Historia” muestra al público la cara humana de un desastre pasado. André Kértesz enseña unas tropas serpenteando hacia el frente polaco en 1915, filas de hombres atrapados en un destino que ignoran. Pero la fotografía misma es también historia. Nuestra pasión por lo real ha culminado en el espectáculo, en publicidad e imágenes que nos ofrecen un contacto intermediado con una realidad sin riesgos. Como hemos pasado a formar una sociedad de mirones, la fotografía ha dado el paso con nosotros. Durante mucho tiempo se consideraba un reflejo verosímil de las vivencias, pero hoy en día nos ofrece un espejo de nuestra propia vacuidad.

La exposición empieza con Eugène Atget, el actor que fotografió París a finales del siglo XIX. Rue l’Abbaye. En el centro de la foto, un policía a horcajadas sobre su bicicleta. Detrás de él, una tienda abandonada; a ambos lados, bloques de pisos disparados hacia el cielo, no hay ni un alma en la calle. ¿O quizás sí? Al escudriñar la foto, se ve a un hombre con sombrero dominguero blanco escondiéndose detrás de una pared a la izquierda y, si se mira más de cerca todavía, en la esquina aparecen dos figuras etéreas, recordándonos que en aquella época el proceso fotográfico no tenía nada de inmediato. Las personas llegan y desaparecen, pero la imagen permanece. Las fotografías de Atget no cuentan estrictamente nada. No hay un objeto para vender ni una ideología para convencernos. En lugar de ello, las fotos piden que las dejemos ser parte de nosotros.

La imagen como introspección

En otra fotografía, una bola lucha por obtener espacio, empujando hacia fuera billetes sin valor y el periódico arrugado de las guerras olvidadas del ayer. A pesar de una planificación y certeza estalinianas, el checo Josef Sudek produjo fotos como ésta, documentos internos que sólo contenían lo imprevisto. Restos casuales de la vida diaria arrojados en formaciones nuevas y peculiares. El hecho de que sus bodegones estén ordenados no perjudica en absoluto el sentido de lo imprevisto. La verdad esencial de la esfera y el periódico no cambia por su artificio. El estalinismo emerge de la pasión por lo real, del encuentro entre el pensamiento y la acción. En este mundo de fantasmas, las imágenes de Sudek no presentan simplemente el caos del espacio interior: son testamento de la misma pasión que sustenta el estalinismo.

Lo imprevisto, tanto en el interior como en el exterior, determina el orden de todas las fotos de la exposición. La fotografía es un homenaje duradero a lo que falta, a lo ausente. Por eso, en una muestra de fotógrafos europeos del siglo XX no hay ni gulags, ni campos de concentración, ni guerras gloriosas. En lugar de ello hay una foto mostrando los pies de unos niños. En la imagen, firmada por Emmy Andriesse, se ven las piernas y los pies de dos niños sentados sobre una tapia por encima de una escombrera. Estamos en Ámsterdam, en 1944, en los últimos meses de la ocupación nazi; la ciudad está pasando su “invierno del hambre”. Sin embargo, como es el caso de Atget, la fotografía de la artista holandesa no habla abiertamente de ello. Al mirar los pies de los dos niños, llaman la atención unos zapatos desgastados tambaleándose, a punto de caer, y un dedo impertinente que se asoma a través de la sombra. Es una foto silenciosa: no dice nada, simplemente nos pide que miremos.

La buena fotografía documental, como la que se presenta en esta exposición, lleva una pasión por lo real que no culmina en espectáculos ni necesita de vivencias extremas. Se atiene al espíritu de aquel comentario de Goethe según el cual “existe un empirismo sutil que se enlaza de manera tan íntima con el objeto que se convierte en verdadera teoría”. A través de este empirismo sutil, las conexiones humanas enlazadas con el objeto de la fotografía se hacen visibles, y el humanismo que sólo puede nacer de la empatía, de fusionarse con el objeto, ya es posible. Es la imagen-espejo de nuestro tiempo.

Translated from Muted Witness