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[spa] Esculturas hechas de libros en Edimburgo, 2º parte: sé por qué cantan los pájaros no enjaulados

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Érase una vez una niña que dejó un jardín de libros meciendo en sus brazos un pájaro de papel enjaulado. Su misión: liberar la escultura de papel, tal y como le decía la etiqueta de la jaula, en una cafetería que amase. Era un símbolo y un deber. Los libros nos liberan. Ahora era su turno de devolver el favor.

El pá­ja­ro for­ma­ba parte de la ban­da­da que ha­bían de­ja­do, es­pe­ran­do a ser li­be­ra­dos, en la Feria del Libro de Edim­bur­go. Cada uno de ellos es­ta­ba hecho, de ma­ne­ra in­trin­ca­da y ex­qui­si­ta, a par­tir de un libro. Cada uno pedía ser lle­va­do a su nuevo hogar: una ca­fe­te­ría, una li­bre­ría, una bi­blio­te­ca.

Mien­tras la niña iba de ca­mino a casa, in­ten­ta­ba en­con­trar un hogar para el ave. La llevó al an­ti­guo mer­ca­do de la fruta, pero al pá­ja­ro le asus­ta­ba el so­ni­do de los tre­nes que pa­sa­ban por la es­ta­ción si­tua­da de­trás de la ca­fe­te­ría.

Así que cruzó la ca­rre­te­ra y llevó al ave al Cen­tro de Arte de la Ciu­dad. Pero el pá­ja­ro to­da­vía podía oír el es­truen­do del trá­fi­co.

La niña se alejó del cen­tro de la ciu­dad. Vio un tea­tro con una ele­gan­te y bu­lli­cio­sa ca­fe­te­ría y entró. Pero el pá­ja­ro que­ría estar cerca de li­bros.

Así que la niña se lo llevó a la li­bre­ría Bla­ck­we­lls. En la sec­ción in­fan­til, el pá­ja­ro pa­re­cía con­ten­to.

Pero cuan­do lle­ga­ron a la ca­fe­te­ría, el pá­ja­ro echa­ba en falta la luz na­tu­ral.

La niña es­ta­ba cerca de casa e in­ten­tó la ca­fe­te­ría Ki­li­man­ja­ro como úl­ti­ma es­pe­ran­za. Pero el pá­ja­ro pa­re­cía tan desam­pa­ra­do como siem­pre. Que­ría ver ár­bo­les.

Así pues, la niña vol­vió sobre sus pasos a la es­ta­ción y se montó en un tren rumbo al sur.

Al lle­gar a Dum­fries, llevó al pá­ja­ro a la ca­fe­te­ría Hub­bub en el Cen­tro de Arte  Gra­ce­field. La luz en­tra­ba a rau­da­les por la ven­ta­na y el ave podía ver los ár­bo­les. La niña abrió la puer­ta de la jaula. Cuan­do se giró para irse, es­ta­ba se­gu­ra de que el pá­ja­ro son­reía.

Translated from Edinburgh book sculptures, part 2: I know why the uncaged bird sings