Siria: Los ciudadanos se rebelan, el régimen responde con balas
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Pablo FraileEl ciclo de protestas y represión sigue su escalada en Siria. Desde las revueltas de Hama en 1982 (en las que el Gobierno del país perpetró una masacre), el régimen de Baaz (partido en el poder) no se había visto tan amenazado. Las manifestaciones ganan día a día más fuerza y ya ninguna concesión gubernamental contentará a los que piden la marcha de Bachar El Asad.
Ahora que vivo en Siria entiendo cómo los autócratas mantienen callados a sus pueblos. Desde Occidente no se puede apreciar el todopoderoso muro de miedo que los ha mantenido en silencio durante décadas. Cuando cayó el muro de Berlín, yo solo tenía un año. Aquello desencadenó una gran ola de democratización en nuestra parte del mundo, eso que se llama Occidente, pero que no llegó a todas partes. Aquí, el régimen te recuerda constantemente que existe. Las fotos del presidente Bachar El Asad están por todas partes y adoptando todas las formas posibles: en coches, farolas, ventanas, escaparates; con uniforme militar, de sport, con corbata; posando, sonriendo, con gesto serio, hablando. Sus tímidos ojos azules, su desgarbada figura, su ciudado bigote: te mira siempre fijamente, recordándote el poder del estado.
¡Qué duro es ser Bachar!
El tirano sirio es mucho más respetado que sus colegas Gadafi o Mubarak. Él tiene que hacer frente a un estilo de vida más duro y gusta por ser más progresista que su predecesor (Hafez El Bachar, su propio padre). Pero la gente desprecia las omnipresentes Mukharabat (agencias de inteligencia) y a sus informantes. Nunca andan lejos: están el trabajo, a la vuelta de la esquina, en cada oficina del Gobierno. Los rumores que circulan dicen que el presidente El Bachar no es quien gobierna realmente, que solo se limita a sentarse en su palacio jugando a la consola e intentando promulgar reformas mientras que las decisiones reales las toman la élite Alauí.
Todo indica que es el régimen el que difunde versiones de esta historia para proteger la imagen de El Bachar. El Gobierno sirio está entre los más cautelosos y estáticos del mundo. El sistema político apenas se diferencia del que construyó despiadadamente su padre. Un círculo cerrado de miembros del clan controla las agencias clave, en particular Assef Shawkat, cuñado de El Bachar y jefe de la inteligencia militar. Se trata de un núcleo duro de poder que controla todos los resortes del sistema: desde la política de prisiones, los contratos de armas y los presupuestos hasta los golosos contratos estatales que les permiten controlar a la élite comercial suní de las dos principales ciudades del estado, Alepo y Damasco. Todo ello claro, acompañado de listas negras, encarcelamientos arbitrarios y desapariciones de aquellos que cruzan la línea roja marcada.
Ciudades en silencio
Eran estas dos ciudades, Alepo y Damasco, las que centraban los esfuerzos del régimen por mantenerse en forma. Allí, soldados, policía y demás poderes estatales se mostraban por todas partes, mientras los beneficios fluían por la liberalización económica y el turismo. Otras ciudades, como Homs y Deraa, no recibían el mismo tipo de atención. Ahora, pese a que siguen asustados, los sirios están redescubriendo la satisfacción de soltar toda esa rabia política. Rechazan los viejos cuentos de divisiones sectarias y conspiraciones internacionales. En lugar de todo eso, prefieren permanecer unidos. Uno de sus cánticos recita: “Wahid, Wahid, Sha´ab Sury Wahid”. O lo que es lo mismo, ‘unido, unido, el pueblo de Siria está unido’. El régimen responde con balas.
Los sirios gritan que permanecen unidos. El régimen responde con balas.
El contraste con el discurso político occidental, tan saturado, es enorme. Aquí no podemos expresar nuestras opiniones en público, miedosos de que otros nos oigan y eso nos lleve a desaparecer. Hasta ahora, la combinación entre nacionalismo y temor ha frenado a la población. Las opiniones contrarias al sistema eran aceptadas, pero debían permanecer en un plano privado. Si lo dejaban, la expresión de la individualidad era penada con dureza y de manera arbitraria. Miles de sirios han sido arrestados por ello, sus voces fueron silenciadas. Los prisioneros se convirtieron en rehenes, haciendo dóciles además a sus familiares en libertad.
El silencio que ha existido hasta ahora me recuerda a la presión con la que vive un adolescente, a su inseguridad. El pueblo no podía hablar sobre sus problemas salvo cuando lo hacían con un familiar o amigo íntimo en momentos de vulnerabilidad. Pero todos sabían que estaban ahí, acechantes, tras el muro de miedo, minando tanto a Siria como al mundo árabe. Y esa barrera aún tiene que ser derribada por completo en Siria.
El nombre del autor de este artículo, Charles Gronning, se ha cambiado por motivos de seguridad
Ilustración portada (cc) gyuval/Flickr; foto texto 1 (cc) PanARMENIAN_Photo/Flickr ; foto texto 2: (cc) CharlesFred/Flickr
Translated from Unrest in Syria whilst president Bashar plays videogames in his palace