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Pragmatismo contra dogmatismo en Maastricht

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Mientras en los Países Bajos el público acoge positivamente una mayor liberalización de la política nacional sobre drogas, los países vecinos miran con horror las nuevas iniciativas de su socio europeo.

Tras tres años como alcalde de Maastricht, Gerd Leers ha cambiado su actitud respecto a las políticas liberales sobre drogas. En su día firme defensor de su prohibición, ha propuesto hace poco la creación de “bulevares del cannabis” en las áreas colindantes a la ciudad, con el objetivo de acabar con los problemas ligados al turismo transfronterizo causado por las drogas. Asimismo, está a favor de que se regule la venta de cannabis en los coffeeshops (locales en el que su consumo está permitido), para contrarrestar el próspero mercado negro, pues si bien la venta de cannabis es legal en los Países Bajos, su producción no lo es.

Los coffeeshops de Maastricht atraen cada año alrededor de millón y medio de turistas, principalmente de Alemania, Bélgica y Francia. Miles de jóvenes entran en los Países Bajos para comprar drogas como si fuesen mariposas nocturnas atraídas por la luz. La enorme demanda creada por estos turistas causa serios disturbios en el centro de la ciudad y, además, ha causado un incremento en el crimen relacionado con la droga.

Pragmatismo imperfecto

Desde 1976, el gobierno neerlandés ha despenalizado la distribución y el uso del cannabis en los denominados coffeshops. Estas tiendas están autorizadas a vender hasta cinco gramos de cannabis a los adultos. La idea detrás de esta política es la creencia pragmática de que una separación entre drogas duras y drogas blandas es deseable. Se cree que es mejor para un consumidor de canabis el poder comprar su marihuana dentro de un ambiente seguro y legal, en vez de verse obligado a lidiar en el peligroso y criminal mundo del tráfico de drogas callejero, donde se está sólo a un pequeño paso de las drogas duras.

Los datos apoyan esta política. En los Países Bajos, único país occidental donde el canabis se vende de manera legal, sólo un 13% de sus jóvenes consumen esa droga. Según una encuesta de UNOCD, en los países donde la posesión y el consumo está penalizado, un mayor porcentaje de jóvenes consumen cannabis: Bélgica, Irlanda, EEUU (17%), Reino Unido (20%), Francia (22%). Además, en los Países Bajos, sólo un 3 por 1.000 de la población comprendida entre las edades de 15 y 64 años es adicta a las drogas duras, mientras que en Luxemburgo, el Reino Unido, Italia, Portugal y Dinamarca, la cifra asciende al 7 por 1.000. Por si fuera poco: en los Países Bajos sólo fallece una persona de cada 100.000 a causa de las drogas, mientras que en Dinamarca son cinco y en Noruega son ocho de cada 100.000.

En Maastricht, el flujo diario de casi 4.000 turistas crea una demanda adicional (a la media holandesa) de cannabis -el cual debe ser producido de algún modo- y es precisamente aquí donde se encuentra el punto débil del modelo holandés. Se autoriza la venta de cannabis, pero los coffeeshops no tienen ningún lugar donde comprar legalmente su suministro: la “puerta delantera” está, pues, regulada, pero la “puerta trasera” se deja sin control. “Es cómo si le dices a un panadero que puede vender pan pero no le permites comprar harina”, contó Leers recientemente a AFP.

Grupos criminales bien organizados controlan ahora la producción. La población de renta baja tiene grandes incentivos a la hora de ofrecer espacio para las plantaciones en sus sótanos, garajes o áticos a cambio de cuantiosas sumas de dinero, de manera que miles de familias, muchas con niños, quedan expuestas al crimen. No es exagerado afirmar que estos incentivos están dañando el tejido social de estas comunidades.

Apoyo nacional

Las propuestas de Leers se centran, pues, en la legalización de la producción de marihuana, que se llevaría a cabo por productores y distribuidores autorizados, eliminando así la industria ilegal de producción casera. Además, apoya la idea de crear determinados lugares donde la gente pueda comprar marihuana: “bulevares del cannabis” que aliviarían la presión del turismo de drogas en las ciudades fronterizas holandesas donde los recursos de la policía están estirándose al máximo.

El plan de acción de Leers tiene un gran apoyo nacional. Alexander Pechtold, Ministro de la Reforma Gubernamental y de los Problemas Urbanos, ha realizado declaraciones que apoyan esta política, y su posición es apoyada por los alcaldes de 20 de las 30 ciudades más pobladas del país. El Parlamento neerlandés ha llevado a cabo un debate que ha dado lugar a dos resoluciones. La primera insta al gobierno neerlandés a acercarse al resto de Estados miembro de la UE con el fin de sondear la idea de liberalizar la política sobre la marihuana a nivel europeo; la segunda, pidiendo al gobierno que experimente posibles soluciones que regulen la oferta de marihuana a los coffeeshops.

Dichos debates causan frustración en países vecinos como Bélgica o Alemania. El ex-ministro del Interior alemán Otto Schily se opuso con firmeza al modelo neerlandés, entrando en conflicto repetidas veces con el ministro de Justicia holandés Piet Hein Donner sobre este asunto. Schily y su homólogo belga estaban convencidos de que la venta de cualquier tipo de droga estimula su uso y, por consiguiente, hace florecer el tráfico ilegal de estupefacientes en Europa. Ivo Delbrouck, el fiscal de la ciudad belga de Tongeren, describe la situación de manera menos diplomática: “Quedaros con vuestra miseria y vuestra suciedad y no vengáis a extenderla a nuestra región”.

Un problema regional

En respuesta a estas alegaciones, Leers argumenta que “la tesis de que estamos exportando un problema local a las ciudades de Bélgica y Alemania no es válido. Maastricht tiene 16 coffeeshops, pero sólo necesita 6 ó 7 para su población local”. Bélgica está siendo hipócrita: “El problema no es la venta de cannabis, el problema es que en Bélgica existe autorización para poseer hasta tres gramos de cannabis pero allí no se puede comprar, ¡y es por esto que vienen aquí a adquirirlo!”

Este es un problema de toda la región. No bastaría con cerrar todos los coffeeshops, y la consecuencia sería arrojar a la industria del cannabis a la clandestinidad, lo que la haría imposible de regular. “No se puede erradicar la demanda de drogas blandas: los países con políticas represivas contra la marihuana son aquellos que tienen las mayores cifras de tráfico y consumo”, señala Leers.

El 21 de abril tuvo lugar en el Parlamento Europeo una reunión acerca del -Plan de Acción contra la Droga 2005-2008 de la UE. El alcalde Leers fue uno de los invitados a presentar sus experiencias con los problemas que causan las drogas en las regiones fronterizas. En esa ocasión, afirmó que era necesario que los gobiernos de la UE acaben con su rigidez y acepten que el cannabis, al igual que el alcohol, es una actividad relacionada con el ocio, y que es su regulación la que lleva a una disminución de los daños y del crimen relacionado, por lo que debe romperse el tabú.

A principios de este año, en un debate preliminar, expertos jurídicos de varios países afirmaron que no existen obstáculos legales para que los Países Bajos empiecen a experimentar con la producción regulada de cannabis. Los tabúes están empezando a caer.

Translated from Pragmatism versus dogma in Maastricht