Parkour o ‘el arte del desplazamiento’: cuerpo de hombre, alma de felino
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Elena Urbina SorianoFederico, conocido como El Gato, es un biólogo italiano. Pero su verdadera pasión es el parkour, o ‘el arte del desplazamiento’. Una disciplina que permite al hombre conocer su propio cuerpo y sus límites. El Gato nos acompaña en el descubrimiento de esta fascinante disciplina, con un aviso: desconfiar de las competiciones internacionales
Federico, alias El Gato, me escribe desde Laos, una de las etapas de su viaje por el sudeste asiático. Sus compañeros de aventura son su meticuloso kit de supervivencia y su físico. El cuerpo, me explica, “es el único instrumento y la única defensa que tenemos”. Es biólogo de profesión y un traceur, como se conoce a los que practican el parkour, por pasión. Un tipo que se mide a sí mismo en diferentes espacios: ciudades, periferias, campos y, ahora, también selvas. Descubrió esta disciplina hace cinco años, cuando tenía veinte: el efecto fue el de “una explosión mental”.
El parkour es, por definición, “el arte de convertirse en maestro del desplazamiento”: se conoce el propio cuerpo y sus límites, para después ampliar las capacidades, volverse fluido en los movimientos y reencontrar el “propio alma animal”. El equipo necesario para comenzar es mínimo: un par de zapatillas de deporte (aunque los más audaces practican con los pies descalzos) y un espacio. El parkour nace en las periferias urbanas, pero se pueden trazar recorridos en cualquier sitio, según los gustos de cada uno y sobretodo, según las circunstancias, variables que el traceur explota para hacer que sus movimientos sean siempre nuevos y distintos, posiblemente sin repetir jamás la misma secuencia.
Preparar el físico sale más caro: ejercicios de condicionamiento, método natural de Hebert (entrenamiento que consiste en saltos, carreras, equilibrios y nadar, entre otros) y sesiones de técnica pura. Sin entrar demasiado en el hedonismo del gimnasio: potenciar el físico es esencial, pero el objetivo es siempre desplazarse, en situaciones concretas y reales, que pueden encontrarse por casualidad o ser buscadas a propósito. El parkour es el deporte ideal para quien, como El Gato, se siente un explorador nato y un experimentador. No existen reglas predeterminadas, la improvisación es esencial porque el espacio cambia y se enfrenta a su vez con el traceur. En ambientes urbanos saberse mover fluidamente vuelve a El Gato más seguro, más libre en cada situación.
Otro modo de vivir
Más allá de la ética de los pioneros de la disciplina, cada uno tiene la suya. El Gato no tiene dudas sobre cómo hacer del parkour una expresión de sí mismo. “Busco otro modo de vivir las cosas, reivindico el derecho de ser responsable de mis propias acciones, el derecho a vivir mi entorno de una manera personal. Afirmo mi derecho a mejorarme cuanto me sea posible”. Cuando le insisto sobre el aspecto del exhibicionismo, simplemente me dice que le gustaría que quien le observa no se detuviese en las acrobacias, sino que más bien encontrase inspiración para interactuar con el entorno de una forma nueva, para moverse en los espacios que le han sido concedidos creando sus propias trayectorias.
Por ello no es un gran fan de las competiciones internacionales, que los fundadores del parkour no han reconocido nunca oficialmente. Los encuentros de free running le parecen competiciones entre machos para coronar al dominante. Aunque, como biólogo evolucionista, acepta la competición, no quiere convertirla en espectáculo. Prefiere valorar sus desplazamientos en base a la utilidad, como los animales: una presa que huye del depredador, la búsqueda del recorrido más breve para una migración. La belleza viene después; primero se debe aprender a caer, a amortiguar el impacto, a conseguir agarre en las superficies.
Existen cursos de parkour alrededor de todo el mundo, o mejor dicho ‘laboratorios’, pero es escéptico sobre su validez. Se debe trabajar sobre la propia resistencia, no sólo la física, sino también mental. Es necesario buscar vías alternativas, quizá observando cómo se mueven los animales. Últimamente, El Gato ha probado a actuar como el topo y recorrer caminos medio inundados a cuatro patas. El eclecticismo es otro recurso imprescindible en un deporte que no tiene señales ni pistas que seguir, y teniendo presente que todos los seres vivos, en todas las épocas o condiciones, han tenido la necesidad de desplazarse.
En Italia, la evolución del parkour es un poco lenta, quizá por la desconfianza, o puede que por la ‘fútbolmanía’ que deja poco espacio a otros deportes. Más viva es seguramente en los países escandinavos, donde El Gato ha podido encontrarse con traceurs de toda Europa. En sus viajes, trata siempre de contactar con un traceur local, alguien que conozca bien el espacio en el cual tendrá que medirse: en Bangkok tiene ya un contacto que le echará una mano para estudiar cómo moverse. La información se mueve vía internet: los trucos y secretos se intercambian en los foros y vía email. Hace falta conocer el tipo de superficie en la que se va a practicar, imaginar el tipo de movimientos que se harán, pero sobretodo sentirse preparado para que el cuerpo hable con el entorno. El Gato no tiene necesariamente siete vidas, pero tiene la curiosidad suficiente para elegir por sí solo el recorrido a seguir, las uñas preparadas para agarrarse y defenderse y un metabolismo versátil que sabe dosificar la energía. En resumen, está equipado para desplazarse lo mejor posible en esta vida y tratar de aterrizar siempre en equilibrio sobre los dos pies.
Fotos: LexnGer/flickr, JB London/flickr, gkamin/flickr, Federico gato Mazzoleni/flickr; vídeofetzthecat/Youtube
Translated from L'agilità dell'uomo-gatto: parkour, l'arte dello spostamento