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¿Operation Iranian Freedom? Poco probable, la verdad.

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Las posibilidades de que se emprenda un nueva acción militar siguiendo el modelo de la de Irak son reducidas. Pero eso no quiere decir que los ayatolà puedan dormir tranquilos.

Por una de esas ironias que parecen sembrar el imprevisible camino por el que avanza la Historia, la revolución iraní podría exportarse a la vecina Irak justo cuando se encuentra en su peor momento. Una pérdida de fuerza que empezò en realidad poco después de su victoria de 1979, al derrocar al shah, al declararse la “guerra santa” contra el invasor iraquí en los años ochenta y que ha continuado, inexorable, a lo largo de toda la década de los noventa. Un decadencia económica, una pérdida de influencia internacional (la República islámica nunca ha conseguido situarse como actor de diplomacia, al nivel de su propio peso) y sobre todo ideal. Los ayatolà, que llegaron al poder gracias a uno de los movimientos populares más impresionantes y potentes del siglo XX, parecen cada vez más desconectados de los sentimientos y de las exigencias de la población.

“El Hezbolà es un movimiento humanitaria”

Desde los tiempos de la Revolución, Irán ha conocido un crecimiento demográfico desmesurado, pasando de los 33 miloones de entonces a los 66 actuales. Por supuesto, esto ha provocado un deterioro del tejido económico y social del país, a causa de una población extremadamente joven: sus dos terceras partes no recuerdan los viejos tiempos del chah. Su infancia ha estado marcada por restricciones y pobreza, con la guerra contra Irak, que duró diez años, como principal causa. A sus líderes, no piden más que la capacidad de afrontar y resolver los problemas que sufre el país.

Y ése el punto de partida para entender si Irán será un nuevo Irak. En Irán, hay una profunda oposición popular a la República Islámica. En 1997, este movimiento llevó a la presidencia de la República a Mohamed Khatami, el “reformista”. Si utilizo comillas es porque, hoy en día, la mayoría de la gente que le dió el poder está decepcionada por los resultados. Las reformas que se consideran necesarias llegan con cuentagotas. La responsabilidad recae sobre el sistema del wilât al-faqîh, que da al Guía Supremo, que gobierna en nombre del “Imam oculto”, el poder de bloquear todas las leyes aprobadas en el Parlamento. Khatami se ha visto absorbido pro la lucha interna con los ayatolà más reaccionarios, que controlan el Consejo de Guardianes, y la prometida acción reformista no ha sido muy efectiva. Así pues, la demanda de cambio, que en 1997 confluyó hacia su opción política, es hoy “huérfana”.

En 1997, los Estados Unidos de Clinton recibieron con interés la elección de Khatami y abrieron una especie de “diálogo crítico” con la República Islámica. De facto, se alinearon a la posición europea, que intentaba (e intenta) favorecer toda posición reformista y evitar toda acción política que pueda fragilizarla respecto al poder religioso. La concesión de este crédito no ha dado lugar, según los americanos, a cambios significativos: Irán sigue considerando al Hezbolá como un “movimiento ideológico y humanitario” (en palabras de Khatami) y no como una organización terrorista (tal y como dicen el Departamento de Estado y la Unión Europea). Esto es problemático hasta el punto que las ayudas que Irán destina a esta organización han sido uno de los principales obstáculos en el proceso de paz de Oriente Medio. Sobre todo, la buena voluntad de Washington no ha frenado a los iraníes en su voluntad de dotarse de armas atómicas. En todos estos puntos de política exterior, “reformistas” y “reaccionarios” están de acuerdo. Como consecuencia, en julio de 2002, el presidente Bush, que ya había enviado señales de advertencia al situar a la República Islámica entre los países miembros del eje del mal, ha declarado que la fase de cooperación con los “reformistas” quedaba cerrada y ha abierto la de la cooperación “con el pueblo iraní”.

La Unión Europea y su diálogo crítico

¿Llevará esta nueva cooperación a derrocar por las armas al régimen de Teherán? Esta pregunta circula con temor entre los miembros de la elite iraní, y también de la europea, tras la fulminante vistoria militar en Irak.

Durante este conflucto, Irán se ha mantenido en un perfil bajo. A diferencia de Siria, no ha dado publicidad a los flujos humanos y de armas y ha moderado –dentro de los límites de su tradicional retórica contra el Gran Satán- su oposición verbal a Estados Unidos. Esta es una de las razones por las que, tras la vistoria en Bagdad, los responsables americanos se han dirigido con particular virulencia contra Damasco. En Teher’an ya habían entendido que lo mejor era no buscarle las cosquillas a Washington.

También porque Washington, y esto es algo que se ha entendido muy bien en Oriente Medio, lo que dice lo hace, y lo que va a hacer lo anuncia antes (el famoso “I mean what I say and I say what I mean” de Bush). Y los neoconservadores siempre han dicho que quería un “cambio” en Teherán (como en Damasco), pero nunca han hecho referencia explícita alguna al uso de la fuerza armada, al contrario de lo que habían hecho con Irak.

Y luego está la UE. Y, dentro de la Unión, Gran Bretaña. Si ya sobre Irak no había posición compartida alguna, ni mucho menos una posición común, de los 15, sobre Irán sí que hay una. Se trata de la política del diálogo crítico, fundada en la explotación de los recursos energéticos en los que Irán es rico (y que Washington ignora voluntariamente, como modo de contener la República Islámica) y en la convicción de que un cambio interno es posible, gracias a la acción de los reformistas. En los primeros meses de este año 2003, mientras los 15 países miembros se dividían sobre la cuestión iraquí, la Comisión Europea ponía sobre la mesa las negociaciones para un Tratado comercial. Según la teoría del diálogo crítico, la continuación de estas negociaciones depende de los avances que se realicen en los campos del respeto de los derechos humanos y de los tests nucleares. El simple hecho que hayan comenzado indica, en todo caso, que a los Quince les ha parecido oportuno continuar el diálogo y –en palabras del Comisario para relaciones exteriores, Chris Patten- “no aíslar a Irán”. Entre ellos, hay que incluir también a países, como Gran Bretaña, España o Italia, que han apoyado la posición de Washington sobre Irak. Al hablar hacia Teherán, la UE parece tener una única voz. Pienso que Tony Blair, que ya ha negado que haya ningún plan para atacar a Siria, tiene la intención de defender esta unidad en sus relaciones con Washington. Todos estos elementos deberían impedir que Irán se convierta en un segundo Irak. En vista de la experiencia acumulada por Teherán en veinte años, tampoco estaría mal evitar que Irak se convierta en un nuevo Irán.

Translated from Operation Iranian Freedom? Improbabile.