No hay sitio para Dios
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isabel aspe-montoyaEs poco probable que las crecientes diferencias entre la Iglesia y la UE sean superadas por el nombramiento del conservador Ratzinger como Papa. ¿No hay sitio para el cristianismo en la moderna Europa?
Con el rechazo de la UE a incluir una referencia a la cristianismo en su Constitución y el muy difundido rechazo al Comisario “anti-gay” Rocco Buttiglione por el Parlamento Europeo, la existencia de una sólida alianza entre Europa y el Vaticano es más difícil que nunca. Mientras tanto, el Papa Benedicto XVI ha manifestado que la ausencia en su constitución de toda referencia a las raíces cristianas del continente es inaceptable, criticando durante una entrevista en el diario francés Le Figaro el “agresivo secularimo” de Europa. El nuevo Papa criticó duramente la fundación de la UE, describiendo la integración europea como un proyecto exclusivamente económico que aspira a “excluir a Dios de la conciencia pública”, reduciéndolo a un “residuo cultural del pasado”.
Un continente post-cristiano
No es solo el secularismo lo que molesta al nuevo Papa. El multiculturalismo europeo, que describió en su libro Valores en un tiempo agitado como la “huida de lo que uno es en sí mismo”, ha recibido virulentas críticas. En opinión de Ratzinger, la preocupación europea respecto a la igualdad de las culturas, religiones y personas está ensombreciendo la importancia de instituciones como el matrimonio y la familia con graves consecuencias para Europa en su conjunto. En su apocalíptica visión del Viejo Continente, Ratzinger compara la moderna Europa con “el Imperio Romano en el período de su decadencia”, una entidad que ha llegado a estar “vacía interiormente” y que se dirige inexorablemente hacia su propia extinción cultural.
Las estadísticas sobre la participación en la iglesia ilustran ciertamente el incremento del secularismo en la mayoría de los países europeos. De acuerdo con estimaciones católicas oficiales, mientras el 90% de la gente en Irlanda se considera católica, sólo el 50% acude a misa por lo menos una vez al mes. Y en la tradicionalmente católica Italia, solo el 30% acude a la iglesia con regularidad de acuerdo con Famiglia Cristina, una revista católica italiana. A menudo, se mencionan asuntos políticos internos para explicar este fenómeno. La elección del gobierno socialista en España, por ejemplo, ha provocado un alejamiento de las prioridades católicas con leyes que facilitan el aborto y la reciente aprobación por el Parlamento del derecho de las parejas gays a casarse y adoptar niños. En este sentido, la reciente ley prohibiendo en Francia los símbolos religiosos ostentosos en las escuelas ha sido percibida como un indicador de un “secularismo fundamentalista” por parte de la Iglesia francesa. Con más turistas que creyentes frecuentando las catedrales de Francia este año, el laicismo avalado por el Estado se ha identificado como un factor que contribuye a la supresión de la vitalidad religiosa.
Dinero en lugar de religión
Y sin embargo, aún pueden identificarse otras razones paneuropeas para el incremento de la indiferencia espiritual en Europa. En un artículo sobre las relaciones Iglesia-Estado, el escritor estadounidense Robert Kraynak sugería que la violenta historia religiosa de Europa ha dado como resultado el escepticismo en muchos países sobre las afirmaciones de bueno y malo, que son parte integral del diálogo político en América. Además, el cada vez menor interés en la ortodoxia religiosa (la búsqueda de la última verdad) es el reflejo del profundo temor a un absolutismo religioso que domina la conciencia pública europea. Así, el decreciente número de practicantes refleja el deseo de caminar sobre seguro en este continente escéptico, tras siglos de confusión religiosa. El impacto económico de la integración europea puede en sí mismo ser considerado un factor en el declive de la religiosidad de ciertos países europeos. El desarrollo económico masivo en algunas de las regiones más pobres de Europa y el consumismo y la prosperidad que han seguido, son factores que se han relacionado con la decreciente participación en la iglesia en países como Irlanda y España. Como decía Winfried Roehmel de la archidiócesis de Munich, “cuando brilla el sol, como lo ha hecho en Europa durante tanto tiempo desde la guerra, la gente no cree que necesite a Dios”.
La perspectiva de que la UE y el Vaticano persigan una base moral común en Europa parece improbable y los posibles conflictos que hay en el horizonte con la adhesión de Turquía no mejorará las relaciones. Los divergentes caminos de la política y la religión en Europa no han pasado desapercibidos para el nuevo Pontífice cuya elección del nombre papal parece tener especial relación con estas cuestiones. Fue San Benedicto quien, enfrentándose a la decadencia del Imperio Romano y la avalancha de los bárbaros, se retiró para establecer monasterios en lo alto de las montañas que más tarde constituirían los cimientos de la cristiandad europea. Para hacer frente a la cada vez más reducida influencia de la Iglesia y la indiferencia a la fe cristiana que caracteriza gran parte de Europa, el nuevo Papa parece estar siguiendo las huellas de su tocayo, haciendo un llamamiento a los católicos a fortalecer su esencia como “minoría creativa en Europa” y a crear una comunidad más visible en un continente decadente.
Translated from No place for God