Londres, el francés y el frío salvaje
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Solène Raverdy MartinCorrían los últimos días de 2010 y un babeliano francés se comía los bombones que había comprado para regalar a su abuela por Navidad. Terminales paralizadas, basura en las salas de espera, turistas agotados... Así era Londres bajo una ola de frío salvaje.
"Pagamos 600 euros por un vuelo que no existía, y llevamos dos días durmiendo en el aeropuerto". Seguro de mí mismo, no tardé en darme cuenta de lo fuerte que era esta adolescente francesa que volvía de campamento, arrastrando su maleta pese a su cansancio, y que estaba a punto de romper a llorar. Tampoco me percaté de lo que me esperaba cuando el recepcionista se echó a reír al pinchar mi billete con destino a Francia. Tampoco la cola, parecida a una serpiente, frente a los portales de seguridad, consiguió acabar con mi serenidad. Me sentía ligero, tranquilo, y estaba convencido de que esas historias de vuelos anulados sólo le ocurren a los demás... Nunca habría podido adivinar que detrás de la aduana me esperaba un caos apocalíptico.
Hojas de papel higiénico, envases y bolsas de McDonald's esparcidos por el suelo. Estupor y temblores frente a los monitores. Rabia y enfados en las taquillas. El ambiente parece haberse calentado hasta los 40 grados. Hasta el viajero acostumbrado a la business class pierde el control y se sienta en el suelo, la corbata descolocada, junto a los demás pasajeros que están al borde de un ataque de nervios. Uno de los responsables de una compañía aérea parece estar a punto de encenderse un cigarrillo, mientras que yo, asombrado, miro cómo la terminal se transforma en un basurero humano. El ambiente está tan tenso que todo parece a punto de estallar. En el medio de tantas fricciones, empiezo a darme cuenta de que yo también estoy bloqueado en una de las peores cuentas atrás hacia Navidad que haya conocido el Reino Unido.
A casi 20 bajo cero
Desde el fin de semana del 18 de diciembre, la nieve cayó sin cesar sobre Londres. El más importante de los aeropuertos europeos, Heathrow, tuvo que cerrar de repente dos días antes... Dejando de paso a miles de pasajeros perdidos en sus pasillos. British Airways llegó a aconsejar a sus pasajeros que ni se molesten en ir a la salida de sus vuelos. El lunes 20 de diciembre, la cola de espera del Eurostar alcanzó los dos kilómetros. Un caos total. Y que, según algunas fuentes, no va a ser resuelto antes de las fiestas navideñas. Entonces, what else?
Frozen Britain. Ese es el titular que abre cada día los telediarios de la BBC. Y parece bastante obvio, cuando en la noche del domingo a lunes la temperatura alcanzó los 19,6 grados bajo cero en Chesham, cerca de Oxford. Estoy sentado al calor de la televisión, y tengo suerte de haber conseguido encontrar un techo que me pueda proteger durante mi Navidad en esta isla congelada. Y es que en los pasillos del aeropuerto, los periodistas no paran de hablar de los casos de deshidratación, de los chorros de lágrimas de los niños que van a conocer unas fiestas sin abeto y de los adultos que necesitan dormir. Yo, en mi relativa comodidad, estoy a punto de comer un pavo cocinado con cebolla, acompañado por galletitas y todos los chocolates de Harrod's que pensaba regalarle a mi abuela.
Ice tea
Cuando pienso de nuevo en mi viaje a Londres, me vuelvo a acordar de esos momentos mágicos en la National Gallery, donde una pandilla de jóvenes cantaba villancicos; del manto blanco que cubría al abeto de Trafalgar Square, del Big Ben, el palacio de Buckingham y Westminster Council... Londres era precioso bajo la nieve. De niño, nunca me habría podido imaginar que un día la nieve me fastidiaría las fiestas. Pero no lo hizo. Ahora, con la mente despejada, miro por la ventana a los chavales construir muñecos de nieve, y me veo obligado a beber a mi té helado. Cómo no.
Fotos: Portada (cc)noise64/flickr: De Big Smoke a Big Cold : (cc)ollycoffey/flickr; vídeo : BFMTV/youtube
Translated from Londres paralysée par la neige : un frenchie brise la glace