Las mujeres de Ribnovo, la última esperanza de una tradición centenaria
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Sylvie Corpas TelloEn las alturas de los montes búlgaros se ubica Ribnovo, cuya población pertenece en mayor parte a la etnia pomaca. Los pomacos son musulmanes de habla búlgara con tradiciones que se remontan al imperio otomano. El alcalde apunta que aproximadamente un 70% de los hombres en edad de trabajar ha emigrado a Europa occidental en busca de empleo, dejando a sus mujeres en Ribnovo.
Es un día de julio. Fikrie Sirakova prepara a sus dos niños para la lectura del Corán en la mezquita. Cubre con esmero la melena rubia de su hija con un velo azul bordado y le cierra el shalvari (pantalones). El móvil vibra cuando salen de casa, y un hombre de pelo negro aparece en la pantalla. "Quería saludar a mi princesita", canturrea Jamal, el esposo de Fikrie, que lleva cinco años trabajando en Londres. Fikrie, 36 años, forma parte de las numerosas mujeres de la ciudad búlgara de Ribnovo que se han quedado sin esposo, debido al paro. "Ahora somos las mujeres quienes cargan con el peso en los hombros", apunta Sirakova. "Es imprescindible que nos encarguemos de las tareas de nuestros esposos".
La que fue una comunidad aislada, pero próspera ha tenido que a mirar hacia fuera con el objetivo de encontrar apoyo económico, tras un periodo económico global que echó abajo una agricultura de tipo familiar. Parece que la falta de oportunidades profesionales ha acarreado una reciente ola de líderes femeninas en Ribnovo.
Kristen Ghodsee, directora de Women’s Studies en el Bowdoin College, explica que aquellos años de comunismo abrieron paso al matriarcado en Ribnovo. "El comunismo potenció la igualdad de género como un principio de modernidad", dice. "Las pomacas tenían que salir de casa para trabajar, por lo tanto se emanciparon de la tutela masculina. Si se comparan las relaciones entre hombres y mujeres en los pueblos pomacos de Bulgaria con los del norte de Grecia, se puede apreciar una mayor emancipación en los pueblos búlgaros".
Los pomacos son musulmanes de habla búlgara, convertidos al islam durante el reino otomano en el siglo XIV. Durante décadas, vivieron aislados del resto de la sociedad búlgara por ser considerados "traidores". En la época comunista, a los Pomacos les cambiaron los nombres y no les quedó otra opción que llevar nombres búlgaros, pero hoy día, la mayor parte ya ha recuperado sus nombres anteriores.
Ubicado en el corazón de los Ródope, Ribnovo está a tiro de piedra de Grecia y a 210 kilómetros de Sofia. Oculta en un macizo, la ciudad solo tiene un único camino para entrar y salir, y acercándose a ella se divisa un imponente alminar color turquesa detrás de la llanura. Conforme se entra en el valle, aparecen docenas de mujeres ataviadas con pañuelos de florecillas blancas, trabajando en el campo.
Ribnovo es una de las ciudades pomacas más antiguas, cuya fama internacional se debe a la celebración de espléndidas bodas en las que la novia lleva la cara espolvoreada con talco salpicado con lentejeuelas y cuya preparación lleva un día entero.
"Nuestras tradiciones actuales son las mismas que las de nuestros bisabuelos", dice Sirakova, abriendo un arcón de madera repleto de tejidos decorativos. "Tejemos y llevamos los mismos pañuelos de florecillas, los mismos shalvari de color y los mismos vestidos largos azules".
Durante generaciones, la población de Ribnovo se mantuvo gracias a la agricultura y al comercio del tabaco, pero la crisis financiera de 2008 empeoró el estado de los mercados de Europa oriental, y aunque Bulgaria ya está más recuperada, el comercio del tabaco nunca ha vuelto a alcanzar su prosperidad perdida.
Hoy día, la cultura pomaca corre peligro por el ingente éxodo rural que ha traído de la mano más pobreza y paro, que también amenazan la tradición. Pero según Ghodsee, la globalización y la presión ejercida por la homogeneización europea también son peligros similares. "Lo irónico es que en Bulgaria, la monarquía anterior a la guerra y el politburó comunista [máximo organismo político soviético, ndlr] anhelaban que los pomacos adoptasen las normas de las sociedad búlgara, pero tras décadas de intentos infructuosos por erradicar la cultura pomaca, el capitalismo y la democracia están logrando el objetivo que el autoritarismo nunca nunca consiguió", explica.
En un intento por salvar una situación desesperada, el alcalde de Ribnovo, Feim Isa, ha convencido al empleador más importante de la comarca — una empresa textil alemana llamada Roman — para que instale una fábrica cerca del pueblo, pero tan solo ha conseguido doscientos puestos de trabajo. "Unos diez hombres y 190 mujeres trabajan en la fábrica, para los demás, la única opción ha sido marcharse a otro sitio", señala el alacalde.
El marido de Sirakova dejó su tierra en 2012, cuando su hija cumplió los dos años, y hasta la fecha ha compartido piso y ha trabajado con su hermano en una empresa de construcción en el sudeste de Londres. Se suponía que la estancia sería temporal, pero pasó el tiempo, no mejoraron las cosas en Ribnovo y Jamal ya va por el quinto año alejado de su hogar.
Cuando recorremos las empinadas colinas de la ciudad, solemos saludarnos haciendo unas preguntas un tanto extrañas: "¿Dónde vas?", seguido de: "¿De dónde vienes?". Si alguien tiene algún tipo de problema, solemos dejar de lado la tarea que estábamos haciendo para atenderlo, ya sea para desatascar el retrete, arreglar un techo, o cortar leña.
De noche, como muchas mujeres en Ribnovo, las hermanas Sirakovi, cenan junto a los niños. En mesillas redondas está dispuesto el meze, una tradición turca que combina varios platos de pepinillo, aceituna negra, queso frito, pan sin levadura y té. Al contrario de su cuñada Fikrie, Atidje cree que no hay esperanza para Ribnovo, incluso planea mudarse a Londres dentro de unos años. "No creo que las tradiciones perduren. Dentro de diez años, Ribnovo ya no existirá. La juventud se está marchando y su porvenir en el extranjero es mucho más prometedor", confiesa.
A principios de enero, el paro entre los jóvenes búlgaros alcanzaba un 23%, algo inferior a la media europea. Pese a ello, cada año entre 13.000 y 24.000 personas dejan su tierra, lo que acarrea una auténtica "fuga de cerebros". Según el Instituto Nacional de Estadística búlgaro, el 55% de los que se marchan tiene entre 20 y 29 años.
Gultena, la hija quinceañera de Atidje, estudia en Sofia. La generación de su madre era distinta ya que las muchachas solían casarse con 17 años. Ahora la juventud de Ribnovo ya no quiere resguadarse detrás de los muros del pueblo sino que prefiere quitarse de encima el peso de algunas tradiciones pomacas. "No pienso casarme según los ritos tradicionales, ¡quiero hacerlo a mi manera, quiero un vestido de novia blanco!" exclama Gultena.
Pero no todas piensan igual: amamantando a su bebé, Nabie Boshnakova, una resuelta chica de 18 años y con lengua afilada, afirma que a ella le gusta el vestido tradicional y que le enorgullece llevarlo, incluso, fuera del país. Cree que los que quieren presumir de un "look europeo" son los que están perdiendo su cultura.
Aunque su marido esté trabajando en unos cerezales en España, Nabie cree que se trata de un medio para llegar a una fin, recalca que las historias de los europeos del Este que sueñan con fugarse al oeste no son ciertas, y que si el gobierno facilitara más puestos de trabajo para la población, las cosas serían de otra manera. "Esta claro que ellos quieren regresar" añade. "Ya pueden ir donde quieran, no existe nada mejor que lo que tenemos aquí. Van a volver, pero por ahora tienen que seguir trabajando un poco más".
Las tradiciones pomacas están estrechamente vinculadas con su tierra aislada. En Ribnovo, los autóctonos cultivan una flor de azahar llamada tutur, usada para elaborar perfumes y aceites. Muchas prácticas beben de la tradición otomana, las cuales. Paradójicamente, desaparecieron por completo de la vida moderna en Turquía. Las antiguas técnicas de tejido otomano siguen perdurando, a pesar de los modernos métodos de tejido y tinte, ya que las mujeres pomacas se negaron a abandonar este arte tradicional.
"Las mujeres somos las que mantenemos vivas las tradiciones", declara Fikrie Musankova, 33 años y dueña de la tienda principal de Ribnovo. "Pese a la imagen de la cultura pomaca en los medios de comunicación (búlgaros), las mujeres somos independientes e imprescindibles para la conservación de nuestra cultura".
Nadie sabe si las canciones populares, las artes tradicionales y la indumentaria pomaca típica habrán desaparecido en la próxima década, pero lo que sí queda claro, es que la evolución de la Unión Europea ha tenido impacto hasta en las sociedades más remotas.
Filibe Djurkin, médica de 56 años, cree que la situación se ha complicado para los pomacos en Bulgaria, ya que "la reciente oleada de refugiados alimenta los prejuicios sobre nuestra fe". Durante el crecimiento de las tensiones nacionales hacia los migrantes el verano pasado, a Djurkin le llamó "talibán" una madre cristiana de la ciudad vecina. "Es cierto que somos pomacos, pero Bulgaria es nuestro hogar. Soy una búlgara que se identifica como musulmana", reflexiona.
Bulgaria está preparándose para las elecciones parlamentarias del 26 de marzo y se está viviendo una oleada de discursos antimusulmanes y antiturcos. Pero las mujeres de Ribnovo han elegido pasar por alto la política. Si tuviera el poder de cambiar algo, sería hacer que regresaran nuestros hombres a Bulgaria", dice Sirakova. "Así, las familias volverían a estar juntas y Ribnovo podría revivir".
Translated from The women of Ribnovo - the last of the Pomaks