La vida en los suburbios de Bangkok y Nairobi
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rosario calvo diéguezEl 17 de octubre de 2007 se celebró el 20º aniversario del Día Mundial contra la Pobreza. Entretanto, los suburbios urbanos albergan un tercio de la población urbana mundial y un 6% en los países desarrollados.
Cada vez falta menos para 2015, fecha límite marcada para el cumplimiento de los objetivos de desarrollo del milenio de las Naciones Unidas, entre los que se encuentran la reducción al 50% del número de gente que vive en la pobreza. De acuerdo con el programa de las Naciones Unidas para los asentamientos humanos (Hábitat), África tiene la más alta proporción (72%) de ciudadanos viviendo en suburbios, seguido por Asia (57%) y Latinoamérica (31%).
Estas estadísticas nos proporcionan una idea aproximada de la escala de este fenómeno, pero también nos transmiten una injusta imagen global de muy diferentes realidades entre regiones y poblaciones. En los barrios enteros que conforman Bangkok (Tailandia) y Nairobi (Kenia), las chabolas son los rasgos específicos de las bulliciosas ciudades en los países desarrollados.
Los suburbios de Bangkok
Los pisos con aire acondicionado y piscinas de las multinacionales se expanden por Bangkok. En 2006, según el índice de desarrollo de las Naciones Unidas (IDH), Tailandia ocupaba el puesto 74 de 177 países, por detrás de Albania y delante de Ucrania. Pero si cogemos un barco de línea regular por del río Chao Praya vislumbraremos los suburbios de Bangkok que cobijan a un 10% de la población total de la capital.
Las familias abandonan sus pueblos para ir a Bangkok con la esperanza de encontrar una vida mejor y acaban asentadas en chabolas hechas de cualquier material que encuentran por el suelo. Ocupando estos lugares no tienen el acceso a agua corriente, electricidad o recogida de basuras. Además, la fiebre del dengue aumenta durante el monzón, hay peligro de incendios y noticias de desahucio cuando la tierra es redistribuida para otros proyectos. Todo esto contribuye a crear un entorno inseguro.
Las chabolas tailandesas refugian a la población en situaciones muy precarias al lado de familias acomodadas. Otros viven en las provincias y vienen a la capital durante la estación seca, cuando no tienen trabajo en el campo. “Construir una comunidad es difícil porque algunas familias no están permanentemente aquí con nosotros”, dice un miembro de una de las familias que viven en las chabolas de Bangkok durante una reunión de una ONG sobre los derechos humanos en la extrema pobreza. A menudo, quienes intentan poner en práctica proyectos de desarrollo fracasan por culpa de la falta de organización.
Revender material a los responsables del vertedero Ban Khem en la parte baja de la ciudad de Bangkok les permite buscarse la vida y rehabilitar su comunidad gracias al programa Baan Mankong promovido por la agencia del gobierno Tailandés. Aunque tomar parte en un programa indica que una comunidad está lo suficientemente organizada como para poner en pie un grupo de ahorro, reunirse regularmente, etc., no es tan fácil hacerlo para aquellos que viven en la extrema pobreza.
Paso de un tren en un mercado de Bangkok
Chabolas de Korogocho, Nairobi
Korogocho es el tercer suburbio más grande de los 199 que existen en Kenia (según datos de Hábitat); significa “confusión” en kikuyo –la lengua del mayor grupo étnico del país-. Alrededor de 120.000 personas de 30 grupos étnicos diferentes ocupan el área de un único kilómetro cuadrado. Refugiados ilegales, migrados de las zonas rurales, deportados y evacuados viven en improvisadas chabolas hechas de lata y barro. El 35% de esta población tiene el Sida, el 70% tiene menos de 30 años y el 60% de las mujeres son niñas madres.
El área se extiende hacia la zona este de Nairobi, la mitad es propiedad del Gobierno y la otra mitad privada. El 80% de la gente que no tiene una chabola y además tiene que pagar un alquiler. Korogocho carece de agua potable, electricidad, infraestructuras, trabajo, programas de enseñanza, buena higiene y espacios para la interacción social. En las fronteras de este suburbio, el vertedero Dundora emerge como uno de los más grandes de toda África, alcanzando su capacidad total en 2001.
Reciclando y rehabilitando
Los deshechos reciclables son un auténtico negocio en auge dentro de la vida de los suburbios, por lo general bajo demanda de los “carroñeros”, que son los grupos criminales locales. “Durante años, la gente ha respirado cada día en la basura humos con dioxinas de los desechos de la industria del capital”, dice el padre Daniele Moschetti, que vive en la comunidad con los misioneros combonianos. Desde 1983, el grupo ha tratado de mejorar las barriadas, promoviendo la salud y realizando proyectos de desarrollo, por ejemplo, reciclando la basura de hoteles, embajadas, aeropuertos y centros comerciales.
Los niños esnifan pegamento, preparan ilegalmente changa (alcohol barato normalmente destilado de maíz o sorgo), pasan el día ociosos, con muertes por tuberculosis, malaria, tifus y SIDA. La medicina es cara y de difícil acceso, pero aún hay esperanza.
Alrededor de cuarenta antiguos buscadores de basura trabajan con éxito en una iniciativa de reciclaje: el “Centro de Reciclaje Mukuru” en el centro de acogida Boma Rescu, en el que alrededor de cien niños de la calle trabajan con la basura, en el colegio St. Hohn, en el centro de rehabilitación de drogas de Kibiko, Ngong Hills y la estructura de mercado Bega Kwa Bega puesto en marcha por las mujeres locales.
Translated from Slum life in Bangkok and Nairobi