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La geografía de los migrantes y de los turistas

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Laura Fornero

¿Alcanzaremos nuestros sueños o naufragaremos en este mar inmenso?

Recuerdo el Desierto de los Monegros en España, esos espacios inmensos me parecían hermosos. Evoca la libertad de América Latina y la fuerza del Sahara.

Sentado en un bar en Casetas, a pocos kilómetros de Zaragoza, dije que quería ir allá, sin lugar a dudas. Algunos muchachos me preguntaron por qué ir en busca de un lugar árido y aislado.

Pero yo deseaba justamente eso, la nada.                             

Una pausa, una cesura, una caminata con mis amigos.

Las Bardenas Reales y el El Planerón son lugares increíbles. Montañas de tierra árida que parecen pirámides. Allá jugamos al fútbol y fingimos estar en México y Perú, jurándonos nuevamente que no perderíamos los contactos, que seríamos amigos para toda la vida.

Los lugareños me dijeron que tanta sequía es una tragedia para la agricultura local. Aquí se desataron las batallas más sangrientas de la Guerra Civil en los años 30. Belchite, completamente destrozada, representa la memoria de los muertos por la patria contra el franquismo.

Subimos a un auto totalmente destruido y fingimos emprender un viaje hacia puertos lejanos. Entramos en una iglesia sin techo y observamos el cielo.

Celeste, luminoso, inmenso.

La guía nos dice que todavía se pueden oír los mensajes y las voces de los fantasmas que habitan esta región. Intentamos, pero es la nada misma. Los espíritus no tienen nada para decirnos o quizás somos nosotros los que no podemos entender, escuchar.

Recuerdo el mar y las playas de Sanremo y Cap du Dramont. Las carreras en bicicleta, la cala de la gaviota, les falaises rouges.

Mientras nadábamos, nos preguntábamos qué será de nuestro futuro.

¿Alcanzaremos nuestros sueños o naufragaremos en este mar inmenso?

Después se nos ocurrió una idea:

“¡Llevemos a uno de estos chicos negros, que caminan por el borde de la calle descalzos o con las zapatillas rotas, del otro lado con nosotros!”

Nos detenemos un momento para reflexionar. El hecho nos da la sensación de hacer algo bello, fuerte, humano.

Se me ocurre una de mis canciones favoritas y grito:

J’aimerais changer le cours:

avoir l’audace de faire demi-tour!”

Sin embargo, no podemos; iríamos presos.

¿Para qué?

¿Con qué ayuda, con qué proyecto?

Es una lástima, nos hubiera gustado charlar. Luego soñamos de hacer un viaje en los países del África francófona.

Nosotros que nos conocimos en París y Bruselas. Nosotros que amamos estudiar la geopolítica, la filosofía, la antropología y la literatura. Nosotros que amamos el Musée de l’Afrique Centrale de Tervuren y el Musée du quay Branly.

Observamos los yates de los rusos y árabes del otro lado de la frontera y nos invade la sensación que las contradicciones del mundo se materializan en un segundo. Están aquí para nosotros y para todos los que las quieran ver.

 Todos cruzamos la frontera.

Algunos nadando, algunos en auto, otros en barcos de veinte metros.

Los policías italianos controlan con binoculares la zona de la costa que conecta Ventimiglia con Menton. Del otro lado está la Gendarmerie nationale francés. Con ellos no se juega.

Están buscando las embarcaciones no autorizadas. Buscan a los que no tienen derechos ni documentos.

No nos buscan a nosotros.

Recuerdo el verano en la costa africana en Sicilia. La zona de Agrigento, uno de los lugares más hermosos de la tierra. La Scala dei Turchi, la desembocadura del río Platani, las ruinas griegas. Mi familia proviene de estas zonas, yo crecí acá.

Un magrebí nos hace un gesto con la mano. Mi tío se detiene para ver qué quiere. Nos dice una frase breve y agramatical.

“¿Cuneo derecho?”

Yo solo tenía diez años, no entendía bien. Pero sabía la distancia que separa la Sicilia del Piamonte. Algo estaba mal.

Recuerdo el Medio Oriente. La Jordania llena de sirios, palestinos y egipcios. Los refugiados apiñados a la frontera norte. La tarde en un camión con diez refugiados que me contaban sus peripecias, sus miedos, sus sueños.

En medio de la depresión del mar Muerto. La zona más "baja" y salada del mundo. Las tierras que antes fueron de Jesús y luego de todos los que prueban suerte y que huyen de las bombas y de la miseria.

Acá nació el hombre y quizás acá morirá.

Recuerdo los días en Bardonecchia.

"Hoy hay demasiada nieve, hoy hay un sol espléndido, hoy está helado, hoy llueve, hoy hay niebla"

¿Llegaremos hasta el final de la pista o nos perderemos en los Alpes?

El misterio de las montañas. Altas, gélidas, impenetrable.

Sin embargo, hay los que se abren paso en ellas.

Algunos a pie, otros en telesillas o telesquí.

Van a Francia, más allá de la frontera. Intentan arrancar de nuevo.

Ellos también se preguntan qué será de su futuro.

Quién sabe a dónde van y por qué.

Me pregunto si en cada lugar en el que vamos somos nosotros los que seguimos a ellos o son ellos que nos siguen a nosotros. Y si este encuentro que parece casual fuera en realidad una metáfora de un destino común y compartido.

Quizás sean las mismas voces de los fantasmas de Belchite que no tuvimos la fuerza de escuchar.

Story by

Bernardo Bertenasco

Venuto al mondo nell’anno della fine dei comunismi, sono sempre stato un curioso infaticabile e irreprensibile. Torinese per nascita, ho vissuto a Roma, a Bruxelles e in Lettonia. Al momento mi trovo in Argentina, dove lavoro all’università di Mendoza. Scrivo da quando ho sedici anni, non ne posso fare a meno. Il mio primo romanzo si intitola "Ovunque tu sia" (streetlib, amazon, ibs, libreria universitaria)

Translated from La geografia dei migranti e dei turisti