La contradictoria inmigración en Europa
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victoria bembibreEl Acta Única Europea de 1986 estableció la libre circulación de los trabajadores como elemento esencial de Europa. Pasados veinte años, aún es una realidad distante.
La política migratoria en Europa tiene dos caras. De cara al planeta, Europa erige grandes barreras al ingreso en ella. De puertas para adentro, se declara comprometida con la libre circulación de trabajadores europeos dentro del mercado común. Los ciudadanos de los nuevos Estados miembro son parte de las dos caras al mismo tiempo, porque mientras tienen derecho a trabajar, aún se les trata como a trabajadores extranjeros. Para comprender esta ambigüedad es necesario comprender la Historia de la inmigración entre el este y el oeste.
Ni dentro ni fuera (1945-1970)
Tras la Segunda Guerra Mundial, con el comienzo de la Guerra Fría, las fronteras entre Europa Occidental y el Bloque del Este se cerraron. Esta no fue sólo una clausura por parte de Occidente para evitar la inmigración económica. En los países socialistas, la clausura de fronteras se justificaba como una forma de mantener al pueblo alejado de la ideología capitalista. También era un modo de conservar al pueblo dentro del Bloque del Este en un período en el que mucha gente quería irse en busca de una vida mejor. Con tal clima, las posibilidades de viajar eran muy limitadas: sólo las personas con autorización oficial podían irse.
Liberando personal (1970-1989)
Los años setenta trajeron la Carta 77 y una apertura de la situación política en el Bloque del Este. Con ello vino aparejada una flexibilización de las restricciones para trabajar en el exterior. Las fronteras entre los países socialistas se abrieron y se hizo más fácil viajar al oeste, aunque las restricciones aún se aplicaban. Hacia finales de los años ochenta, estas restricciones habían disminuido y por fin se expedían pasaportes a los trabajadores: aun así, la pobreza económica y las duras leyes europeas de inmigración significaban que todavía era difícil viajar al extranjero.
A partir de los ochenta cada vez más países alcanzaron acuerdos bilaterales de empleo con países de Europa Occidental. Estos acuerdos variaban: algunos se restringían a ciertos sectores de empleo, otros presentaban restricciones respecto al tiempo que uno podía pasar en un lugar, otras controlaban el número de trabajadores que entraban a través de un sistema de cuotas. Todos evitaban un mercado libre de trabajo.
Paso a paso (1989-2004)
El fin del comunismo no trajo aparejada una repentina ola de inmigración hacia la Unión Europea. La recesión económica y la creciente hostilidad hacia la inmigración en la opinión pública occidental implicaban que las oportunidades de trabajar en la Unión Europea aún estaban restringidas. A pesar del hecho de que el proceso de integración de los países de Europa central y del este había comenzado, una serie de acuerdos europeos no cambiaron radicalmente la situación, en la cual los desempleados continuaban siendo tratados como ciudadanos no europeos.
Con el acceso de nuevos Estados a la Unión Europea en 2004, han aparecido los temores por una nueva inmigración y el flujo de mano de obra del proveniente del este. Con el propósito de atenuar este proceso, la Unión Europea ha establecido medidas de transición. Según el “acuerdo anual 2 + 3 + 2” los viejos Estados miembro pueden, por un período de hasta siete años, decidir cuándo los trabajadores de los nuevos Estados miembro pueden ingresar en sus mercados laborales.
Esta legislación está lejos de marcar un mercado libre de trabajo declarado como objetivo en el Acta Única Europea de 1986, que aseguraba la libre circulación de trabajadores dentro de la Unión Europea.
Abriendo los muros (2004 – )
En mayo de 2006 se les requerirá a los viejos Estados miembro que declaren su situación: anunciarán si abrirán sus mercados laborales o mantendrán las restricciones. Un informe publicado por la Comisión Europea en febrero llamó la atención sobre los beneficios que la inmigración trae, y acerca de que el número de personas que se movilizan hacia los países que abren sus mercados laborales (Finlandia y el Reino Unido, entre otros) es mucho menor que lo que se teme. Teniendo en cuenta la decreciente tasa de natalidad en Europa y la necesidad de nuevos trabajadores, abrir las fronteras se convierte en una necesidad económica y política.
A pesar de estas realidades, aún es muy improbable que haya pronto un mercado libre de trabajo en Europa. La realidad política a corto plazo sostiene que un público ansioso respecto del desempleo continuará provocando que los políticos traten a los nuevos Estados miembro como a países de segunda clase.
Copyright de foto 1 y 2: Osiris. Copyright de foto 3: Judit Jaràdi.
Translated from Janus-faced Immigration in Europe