Identidades transfronterizas: En un mundo que cambia de forma
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Carmen M. Carpena OrtegaSoy alemán y americano de nacimiento, pero no me siento como en casa en ningún sitio. Atrapado en un espacio liminal entre culturas e ideas, voy sin rumbo de una identidad a otra, sin encontrar una que pueda reconocer como propia. Pero ¿no es así mejor?
La mayoría de la gente que ha viajado alrededor del mundo, que tiene familia o amigos en diferentes países o que ha crecido hablando múltiples lenguas ha sentido divisiones internas de identidad. Incluso iría más lejos y me atrevería a decir que la generación moderna de hoy está atravesando una crisis de identidad que con el cambio climático, todas las guerras interminables y las normas culturales están cambiando hoy más rápido de lo que lo hubiesen hecho antes del boom de Internet. Pero encontrar una identidad es irrelevante. Crear identidades fijas es peligroso en una época en la que deberíamos trabajar juntos como personas en todas partes para hacer del mundo un lugar mejor y más pequeño, más que aferrarnos a definiciones singulares de quiénes somos y dónde está nuestro lugar en el mundo.
Toda mi vida he intentado separar dos paradigmas, dos identidades, por así decirlo. Mi padre nació en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y vivió sus estragos al crecer. Mi madre nació en Estados Unidos de padres que fueron hippies en la décadada de 1960. Al ir creciendo, me costaba identificarme con cualquiera de las dos culturas o generaciones. ¿Cómo podría, después de todo, elegir un bando cuando había tenido experiencias positivas en ambos, experiencias que siempre serán preciados recuerdos?
Profunda aversión al fanatismo
"Ein bisschen Weiß, ein bisschen Rot, und du siehst aus wie ein Idiot", o, en castellano, "un poco de blanco por aquí, un poco de rojo por allá y pareces un idiota". Estas fueron las palabras entonadas por joviales fanes alemanes que volvían a casa en tren después de la semifinal de la Eurocopa de 2008 entre Alemania y Turquía. Alemania ganó 3-2. Al principio, mis amigos y yo no estábamos seguros de ir al partido; pensamos que, a pesar de su resultado, surgirían altercados o incluso disturbios. Como mucha gente sabe, hay tensiones arraigadas entre los inmigrantes turcos y algunos alemanes que todavía siguen con la cantinela bélica nacionalista. En el vagón, sentado enfrente de mí y mis amigos había un grupo de cuatro hombres turcos. Uno de ellos se reacomodó en el asiento en respuesta del canto, aplaudió y dijo con una sonrisa sincera: "ha sido un gran partido". Su respuesta fue tan emotiva que sentí vergüenza de ser alemán, me hizo lamentar el hecho de que todavía vivimos en un mundo de fronteras geopolíticas. Fue en ese momento cuando empecé a desarrollar una fuerte aversión hacia el fanatismo y la conciencia de identidad entusiasta.
¿Por qué necesitaría alguien una identidad fija?
De lo que me he dado cuenta a mis 22 años alrededor del sol es que, si quiero albergar cualquier esperanza de tener una "identidad", está en manos de la apariencia de una identidad que me confiero a mí mismo adaptando y cambiando según las experiencias que tengo y la gente que conozco. Puede que algunos llamen a esto metamorfosis. Otros, engaño. Pero, ¿acaso no cambiamos de forma a lo largo de nuestras vidas? ¿Acaso no nos dejamos inspirar por nuevas ideas y encuentros y redefinimos quiénes somos a diario? Si nos permitimos tener una identidad fluida, una que no es realmente una "identidad", el engaño no se convierte en un problema, siempre y cuando actuemos de forma que sigamos la línea de nuestro más íntimo y auténtico yo. Si alguien está engañando a los demás o a sí mismo, es gente como aquellos alemanes que se regodearon en la identidad "soy mejor que tú", una identidad fija que, en este caso, era nacionalista.
Se engañaron a sí mismos porque de no haber creado una barrera por medio del fanatismo, quizás entonces, tanto los alemanes como los turcos del vagón se habrían hecho amigos y habrían celebrado juntos el esfuerzo y la habilidad atlética de los jugadores. Entonces, hubiese habido incluso más motivos para estar jovial. Podría decir que soy americano o que vengo de Alemania. Podría profesar mi amor hacia la música irlandesa o la quema de incienso mientras preparo un plato de cuscús al estilo marroquí. Podría incluso declarar ser un budista al que le gusta tomar una copa de vino de la Toscana rico en taninos después de cenar mientras leo un buen libro de poesía. Todo esto podría haber contribuido a ser quien soy hoy, pero sin constituir una identidad fija. El sentido de todo esto es que preferiría ir por la vida sin una identidad concreta para poder dejar abierta la posibilidad de redefinirme a mí mismo en modos en los que jamás podré imaginar. Quizás no esté tratando el tema de la identidad de la forma correcta pero, al menos, me da la oportunidad de ser capaz de agradecer y de sentirme conectado a todas las formas diversas de belleza y conocimiento que las culturas alrededor del mundo tienen para ofrecer.
Este artículo pertenece a la serie "Identidades Transfronterizas", creada por el equipo de Cafébabel Berlín.
Translated from Cross-Border Identities: In a World of Shape-Shifters