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Historia de dos ampliaciones

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Mucho se ha hablado de la reciente entrada de los 10 nuevos países miembro de la Unión Europea, pero ¿es su inclusión muy diferente a la de España y Portugal hace 20 años?

“La Unión Europea se ha ampliado para incluir países mucho más pobres que sus actuales miembros; países que constituyen “jóvenes democracias” y que estaban sometidos a peligrosas dictaduras hasta hace sólo unos años”. Esta afirmación se podría haber aplicado tanto a la ampliación de 1986, que supuso la entrada de España y Portugal (que habían estado sometidos a los regímenes autoritarios de Franco y Salazar, respectivamente), como a la ampliación de 2004, que pasó a integrar a muchos estados ex comunistas.

El fontanero ibérico

En los años ochenta, la Comunidad Europea (como se llamaba entonces la UE), tomó la importante decisión de ampliarse hacia el Sur. En aquella época, los nuevos Estados miembro eran mucho más pobres que Francia, Alemania Occidental o el norte de Italia y había miedo, particularmente fuerte en Francia, de un fenómeno que hoy día podríamos llamar “el fontanero ibérico”.

Sorprendentemente, sólo unos años después ese miedo se desvaneció y hoy, 20 años después de la ampliación hacia el Sur, España y Portugal constituyen una parte íntegra de la UE y son destinos turísticos muy populares. Muchos pensionistas alemanes y suecos se sienten más atraídos por la vida en Granada que en Hamburgo, llegando a vender sus casas y mudándose al Sur; por otra parte, lugares como Ibiza se han convertido prácticamente en enclaves británicos. Además, sin los obreros de la construcción, los taxistas y los conserjes portugueses, las economías de Bélgica, Luxemburgo o la misma Francia habrían experimentado una escasez de mano de obra.

En 2004, la UE se amplió hacia el Este y la diferencia más evidente con la ampliación hacia el Sur fue el tiempo: aunque la arena de las playas del Báltico es probablemente más fina que la del Mediterráneo, los balnearios polacos o lituanos no pueden usar el reclamo de “sol garantizado”. En cuanto a la “cuestión del fontanero”, encontramos de nuevo más similitudes que diferencias. Aunque también se temía a las “hordas del Este”, la economía británica no tuvo ningún reparo en dar la bienvenida a unos 290.000 trabajadores de los nuevos miembros del Este, que llegaron entre mayo de 2004 y noviembre de 2005. Debido a la falta de mano de obra en Europa occidental, enfermeras, médicos e informáticos de los nuevos Estados miembro son bien recibidos incluso en Alemania y Austria, países que no abrirán completamente sus mercados laborales a los pueblos del Este antes de 2011, valiéndose del “período de transición” que observan las regulaciones de la UE.

La ampliación trae prosperidad

Para entonces, si se sigue el ejemplo de España y Portugal, las economías de los nuevos Estados miembro serán lo suficientemente fuertes como para que no ocurra éxodo masivo alguno. En la actualidad, Polonia y Eslovaquia tienen los mayores índices de desempleo de la UE, con el 17,9% y el 16,5% de la población activa respectivamente. Dicho esto, el índice de desempleo en la España de los ochenta y los noventa era igual de alto y, veinte años después de que el proceso de integración afectara a España y Portugal, el desempleo se ha reducido drásticamente: entre 1994 y 2005 España redujo a la mitad su tasa de paro, que pasó de casi un 20% a tan sólo un 9%. No hay razón para pensar que Polonia y Eslovaquia no conseguirán alcanzar resultados similares en los próximos años. Un año después de su entrada en la UE, ambos países habían reducido sus cifras de desempleo en un 1% aproximadamente.

De hecho, la principal diferencia entre los dos big bangs de 1986 y 2004 es el nivel de “profundización” que ha acompañado a la ampliación. Si hoy en día Europa está en crisis, tras el rechazo de Francia y Holanda a la tan difamada constitución, en los ochenta el tema candente era el Acta Única Europea (AUE), que establecía un mercado único europeo. La diferencia entre la actualidad y los años ochenta es el liderazgo político. En aquella época, los líderes europeos no buscaban justificar sus acciones mediante referendos que, tal y como han demostrado los últimos en celebrarse, no tienen que ver tanto con la UE como con la popularidad (o falta de ella) de los gobiernos nacionales. En aquella época, Jacques Delors, el visionario Presidente de la Comisión, tenía el dinamismo y la autoridad para proponer una vía hacia la unión real, hacia un mercado único y las cuatro libertades (libre circulación de personas, bienes, capitales y servicios). En los ochenta, no hubo referendos sobre el acuerdo Schengen para la libre circulación de personas (firmado en 1985) o el AUE (firmada en 1986). Huelga decir que la importancia de ambos tratados no era menor que la del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa.

¿Quién sabe si esos textos habrían sido aprobados si hubieran sido sometidos a referéndum? Sin ellos, no existiría la Unión Europea tal y como lo conocemos hoy.

Translated from A tale of two enlargements