En las entrañas de la conciencia europea
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Eztizen Sánchez Montes820 millones de personas pueden acudir al Tribunal Europeo de Derechos Humanos sin abogado y sin pagar ninguna tasa. Es sumamente democrático, pero también una víctima de su propia actitud receptiva, ya que recibe 60.000 solicitudes al año. ¿Quiénes son estas personas y cómo funciona esta colosal criatura judicial? Hablo sobre kurdos, cortes de garganta y robots asesinos japoneses.
“Ayudará a la paz y a la democracia, así que hemos iniciado una campaña para que le liberen”, me cuenta Adem, un kurdo que se manifiesta contra el encarcelamiento de Abdullah Öcalan, líder del Partido de los Trabajadores de Kurdistán. En marzo de 2014 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó que Turquía había violado los derechos de Öcalan al mantenerle en condiciones "infrahumanas": diez años en una celda de aislamiento, en la prisión aislada de una isla.
Adem y otros cuatro kurdos están rodeados de posters de Öcalan en la arbolada avenida enfrente del Tribunal de Estrasburgo. Están entusiasmados con el dictamen a favor de Öcalan. En lugar de recordar con amargura el conflicto con Turquía, que acabó con la vida de 40.000 personas, el Tribunal les permite mirar al futuro con optimismo. "Ya tenemos un millón de firmas y llevamos aquí dos años", me dice Adem con orgullo. "Seguiremos trabajando, como hizo el mundo con Mandela".
DENTRO DE LA CONCIENCIA DE EUROPA
El Tribunal está formado por dos colosales cilindros de acero que brillan bajo el despejado cielo de abril. El edificio tiene un aura épica, como gemelos gigantescos que flotan en un mar de azul, conectados por una red de vidrio y vigas. Puede que la justicia sea un ideal antiguo, pero "la conciencia de Europa" parece sacada del futuro. Las paredes de vidrio son casi invisibles, se puede ver a través de ellas, y nada está escondido. Me dicen que la construcción simboliza la transparencia que el Tribunal quiere difundir.
Me reúno con Clare Ovey, jefa del Registro Civil británico, en una sala de conferencias perfectamente circular. Es tan ancha como uno de los cilindros. Una alfombra de color azul oscuro con las estrellas de la UE bordadas en dorado da la impresión de que el Tribunal no solo está en Europa, sino que es Europa, una encarnación de los valores sobre los que se construyó el continente. La pared es una ventana, así que Clare y yo nos vemos bañados por una luz curiosamente equilibrada. No hay sombras, solo luz.
"El sistema del convenio está para proteger a las minorías", explica Ovey, "porque en cualquier democracia se puede dar por hecho que la mayoría puede cuidarse de sí misma, ya que tienen acceso al poder, así que son los intereses de las minorías los que necesitan derechos". Habla rápido y con convicción, sonriendo desde detrás de sus gafas negras.
ENFRENTARSE A LOS ESTADOS
El Tribunal lleva años protegiendo los derechos de las minorías frente a estados poderosos. Obligó a Rusia a pagar más de un millón de euros a familias de chechenos asesinados por el ejército ruso. El Tribunal también hizo que Chipre protegiera correctamente a las víctimas de la trata de blancas. Ha obligado al Reino Unido, Bulgaria, Suiza y otros países a cuidar mejor de los enfermos mentales. "Aquí sientes que tu trabajo cambia las cosas", comenta Ovey.
Pero no todos están de acuerdo. El Ministro de Justicia británico, Chris Grayling, dijo que el Tribunal "no trae ninguna mejora para el país". Cuando el Tribunal dijo que la ley británica que prohíbe votar a los encarcelados violaba la Convención, David Cameron dijo que solo de pensar en los presos votando se le ponía mal cuerpo. La Ministra del Interior británica, Theresa May, amenazó con cortar toda relación con el Tribunal por "entrometerse".
¿Qué piensa el Tribunal de esta reacción negativa? Ovey hace un gesto de ligera frustración. Echa parte de la culpa a la prensa: "Se informó de ese dictamen como si el Tribunal hubiese dicho que los asesinos y violadores debieran votar, y eso no es para nada lo que dijo". Ovey afirma que este actitud de hacerse el remolón que ha adoptado gobierno británico nos perjudica a todos. "El presidente ucraniano dijo que '¿Por qué deberíamos hacer cumplir nuestros dictámenes si un país como el Reino Unido no lo hace?'". Con la cercanía de las elecciones europeas, el Tribunal también sufre ataques de populistas antieuropeos que lo asocian incorrectamente con la UE.
¿CÓMO FUNCIONA?
Mientras que en los tribunales nacionales los marcos judiciales son fijos (culpable o inocente), el trabajo del Tribunal es investigar y mejorar estos sistemas nacionales. La pregunta es más bien "¿Qué es la justicia?". Cualquiera puede acudir a él, sin abogado y sin pagar tasas, así que el Tribunal recibe 60.000 peticiones al año y tiene 99.000 pendientes. Estas cifras son enormes, ¿pero cómo es el Tribunal físicamente?
La sala de correos es cavernosa y hay un ejército de archivadores en filas perfectamente ordenadas. Los diez administradores hablan 28 idiomas en total y se hacen cargo de 1.600 cartas al día. Bajo un nivel más hacia las entrañas de la conciencia de Europa, llenas de valiosos tesoros, 60 años de justicia. La justicia como ideal es incontable, pero en la práctica sí se puede contar: 5.2 km de documentos archivados, para ser precisos. "36 veces más alto que la catedral de Estrasburgo", comenta Eliza, que trabaja en los archivos.
LA PLURALIDAD EN PRÁCTICA
Fuera del Tribunal hay un grupo de tiendas de campaña que se extiende por la orilla del río Ill. Se oye música clásica por todo el campamento. Me reúno con Maimouna El Mazougui, una marroquí de 73 años. Afirma que los gobiernos francés e israelí conspiraron para implantarle un chip en el cerebro con el que controlarle de forma remota y hacerle vibrar, impidiéndole realizar el trabajo de Dios. Está sentada en su tienda, en una silla de camping, agarrando una pequeña radio negra. Tiene montañas de agua embotellada fuera de la tienda de campaña, ya que está aquí para largo. "El mundo está gobernado por una banda global de criminales, asesinos y judíos neonazis", me cuenta. "Espero aquí a la justicia".
Conozco a Jonathan Simpson, que me enseña una larga cicatriz blanca que tiene en el cuello. "El servicio secreto británico me cortó la garganta", dice con rabia. Asegura que han realizado una campaña de terror contra él durante décadas. "Podría escribir un libro entero solo sobre el abuso dental", me comenta. "Mira qué encías, implantadas una tras otra. Incluso tenían una clínica dental falsa. Obviamente alquilaron aquel edificio por algo: no había pacientes, la decoración era mínima, totalmente desfasada". Moustafa, de Bulgaria, me cuenta que ha viajado 48 horas en autobús para venir aquí y denunciar a un robot japonés de Toyota que mató a su familia con un láser. Se abre la chaqueta de cuero y me muestra su torso, envuelto en plástico: es una armadura casera.
Está claro que algunas de estas solicitudes no serán aceptadas, pero lo importante es que pueden solicitarlo. El Tribunal trata todas las solicitudes con dignidad y sin prejuicios. "Me parece muy buena señal", dice Iverna McGowan, directora de los programas de Amnistía Internacional. "Los valores del Tribunal están basados en una sociedad plural, la democracia, valores como la libertad de expresión. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar prima facie si la causa de alguien es válida o no?".
Este reportaje forma parte de la edición de Estrasburgo del proyecto de EUtopia: Time to Vote. El proyecto está cofinanciado por la Comisión Europea, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, la Fundación Hippocrène y la Fundación evens.
Translated from In The Bowels of Europe’s Conscience