El Papa Francisco: la sonrisa que oculta la realidad de la Iglesia católica
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Diana Rodríguez GonzálezEl Papa Francisco ha gozado de buena publicidad últimamente. Su forma de acercarse a los enfermos es como un platónico soplo de aire fresco. Sin embargo, no debemos dejar que la dócil cabeza oculte el cuerpo sumamente corrupto de la Iglesia.
El Papa es majo ¿verdad? Alguien con quien podrías pasar la tarde, ya sea para una bendición o para ir a jugar a los bolos. Lo has visto en la prensa y en la televisión: el famoso Francisco, la revuelta beata. El hombre sale en primera plana mientras que sus compañeros aparecen en los obituarios. Es imposible ignorarlo y no se puede culpar a la Iglesia por su elección. Todo negocio necesita publicidad.
Una superestrella pequeña y humilde
En el Vaticano ha nacido una celebridad, una estrella errante ante los focos. Es raro ver preocupación sincera por los pobres en alguien que ocupa una posición de poder y es maravilloso ver a un hombre tan humilde en tan buen cargo. Han desaparecido muchas pretensiones y, con ellas, gran parte de la hipocresía del Vaticano. Francisco se ha negado a alojarse en el Palacio Apostólico, eligiendo unos aposentos más modestos. Se le ha fotografiado besando a un hombre con neurofibromatosis, una condición ampliamente conocida a raíz de la película El hombre elefante. Mientras tanto, sus obispos son objeto de reprimendas públicas por su codicia. Las acusaciones por abuso de menores no reciben respuesta alguna, así como tampoco las conexiones del Vaticano con la mafia ni el blanqueamiento de dinero en el Banco Vaticano. Francisco es, por tanto, un magnífico ejemplo a seguir para esa fracción de la Iglesia podrida hasta la médula.
Mientras que fue agradable oír la declaración del Papa Francisco de que los no creyentes también van al cielo, muchos menos agradable es la apresurada retractación de la Iglesia. No habrá salvación para los ateos, matizó el reverendo Thomas Rosica, tan solo tres días después de las palabras de Francisco. Quizás haga falta tiempo para que el Vaticano extienda una rama de olivo, especialmente en temas en los que está acostumbrado a ser hermético.
Las críticas del Papa contra la homofobia también serían una noticia excelente si hubieran sido respaldadas por el clero. La violencia contra los homosexuales en África continúa bajo la atenta mirada de sus cardinales; en Europa, la oposición a la igualdad en el matrimonio empieza en el púlpito. Por no mencionar las medidas anticonceptivas, el antisemitismo o la epidemia de SIDA. A pesar de ser loado por los medios, poco se puede decir de las buenas intenciones de Francisco si no van acompañadas de acciones por parte de la Iglesia.
La parábola del camello y la aguja
La terquedad nace del privilegio, y la riqueza de la Iglesia es pecaminosa. Los doce discípulos de Jesús se han transformado en un prolífico monstruo corporativo: uno empieza a preguntarse cómo la Iglesia, tan dogmática cuando se trata de condones, lee a Mateo 19:24, que dice “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Puede que yo no haya entendido bien la metáfora, pero no veo a muchos obispos pasando por el ojo de una aguja.
Sin lugar a dudas es frustrante para los cristianos ver cómo la Iglesia despilfarra tanto en construcciones, vestuario y corrupción. Este nuevo Papa, célebre por su compasión, sigue siendo el portavoz de una decrépita organización de dudosa reputación, responsable de gran sufrimiento en todo el mundo. Aunque el cambio es bienvenido, la Iglesia sigue enferma.
Translated from Don't let Pope Francis' smile conceal the corruption of the catholic church