El Museo Quai Branly: un Disneylandia sobre África
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sandra santosA un año ya de las revueltas en los suburbios de Francia, este nuevo museo revela la extraña relación entre Francia y sus inmigrantes.
27 de octubre de 2005. Tras la controvertida muerte de dos jóvenes en los suburbios de París, estallaron unas revueltas sin precedentes. La confianza de Francia en su modelo de integración de extranjeros quiebra. 23 de junio de 2006. En París, el museo del Quai Branly sobre artes primitivas de África, Asia, Oceania y América abre sus puerta. ¿Están relacionadas ambas fechas? ¿Logra este museo proponer un nuevo enfoque al postcolonialismo?
Durante los disturbios, Sarkozy amenazó con deportar a todos los que fueran arrestados. El viceministro de trabajo Gerard Lacher culpó, ridículamente, a las familias polígamas. Mientras Hèléne Carrère d'Encausse, secretaria permanente de la Académie Française, sugirió que las revueltas fueron ocasionadas por gente procedente de pueblos africanos que se estaban comportando como lo hacían en su propia casa. El mensaje es el mismo: no eres de aquí: o entras por el aro o te enviaremos de vuelta.
Ciudadanía universal y racismo institucionalizado
Bajo el racismo de estas afirmaciones subyace la idea de qué es ser francés. Mientras el Reino Unido y los EE UU han promovido la política de minorías, con resultados claramente variopintos, no hay mención alguna a los derechos de los francoafricanos. En cambio, existen referencias de los derechos de los franceses. Es un ideal embriagador: la ciudadanía universal absoluta. El problema surge cuando este modelo es adoptado por una sociedad que hace alarde de racismo y excluye a un sector de la población. En un sistema de estas características, no hay posturas minoritarias desde las que se pueda luchar para alcanzar un lugar en la sociedad.
Para el filósofo francés Jacques Rancière, la política empieza cuando los excluidos demandan su inclusión en la polis (ciudad). No obstante, no reclaman parte del pastel: no piden una participación en la esfera pública existente, sino que se levantan y exigen la reorganización de la polis. Durante la revolución francesa, los revolucionarios no se alzaron y reclamaron ser miembros de la aristocracia. Por el contrario, decidieron que ellos (un grupo concreto dentro de la sociedad), se levantarían y hablarían en nombre de toda la sociedad. Hace un año, los suburbios franceses no demandaban una mayor participación en la vida pública. En cambio, destruyeron sus propios coches, sus propias escuelas -abrazaron una liturgia autodestructiva que mostrara su exclusión- y reclamaron una renegociación de la sociedad en general. Un cambio de esta magnitud requerirá un cambio en la imagen que Francia tiene de sí misma. Uno de los mejores lugares donde buscar tal cambio es el nuevo museo Quai Branly: depositario de objetos que conservan la memoria del pasado colonial de Francia.
Entrando en el zoo
Los museos albergan objetos. Es decir, son su hogar. Objetos que tuvieron una vida anterior, que preservan la memoria. El museo afronta una tarea importante: ¿cómo puede devolver esos objetos a la vida? Esta vida después de la vida se consigue a través de acuerdos, clasificaciones y comparaciones. Qué poner al lado de qué, con qué información. Los museos ofrecen una versión de la Historia; brindan una introspección en la manera en que el pasado es interpretado por el presente.
Entrando en el museo del Quay Branly, uno confronta la percepción que Francia tiene de su propio pasado colonial y su presente poscolonial. A medida que avanzamos, una gran pared de cristal separa el zumbido del mundo exterior del museo. Para acceder a la colección central tengo que ascender una larga escalera mecánica. Por el camino, echo un vistazo a un fragmento de la historia del museo. Una torre de cristal llena de objetos que no se exhiben. Instrumentos musicales están apilados dentro de cajas de cristal como especimenes médicos. Los huesos de la Historia.
En esta torre se aprecia lo que son los museos: la cuantificación científica de otras culturas, objetos adaptados a patrones. Frente a esta parte expuesta del pasado del museo se halla el presente del museo. Una larga serie de pantallas de video mostrando una sucesión de paisajes exóticos y caras oscuras sonriendo. Algo así como el museo MTV. En las pantallas, esta gente sin objetos ilustra un multiculturalismo sonriente privado de contenido. Todos nosotros, parece decir el vídeo, vivimos en el mismo planeta, el mundo de las imágenes y de la apariencia. Y en el otro lado, apilados como cadáveres, objetos sin gente.
Si el predecesor del museo Quai Branly, el Musée de l´Homme, fue diseñado para exhibir la diversidad de la naturaleza humana (en un emplazamiento colonial), el museo Quai Branly es Marcel Duchamp en la época de la política de minorías. Todo permanece separado –las interconexiones entre culturas nunca se muestran-. Jean Nouvel, el arquitecto del museo, afirma que quería crear un museo “libre de todo molde occidental”. Por lo tanto, fuera pasamanos, verjas y escaleras. En cambio, todo está oscuro. Mientras seguimos el camino central de color marrón, lo que Nouvel llama “la serpiente”, poca luz baña este extraño parque temático. Máscaras de sociedades secretas de África Occidental exhibidas detrás de un expositor construido para parecer un tronco de árbol, como para evocar los bosques en los que se usaron las máscaras. No lo consigue, sólo las hace parecer muy lejanas.
Aunque la cultura francesa no esté expuesta, es la única cultura que hace sentir su presencia en todas partes. Sugerido sobre todo por un póster del museo. Para muestra, una estatua procedente de las islas del pacífico colocada en el centro de la Plaza de la Concordia, con el eslogan “les cultures sont faites pour dialoguer”: Las culturas están hechas para el diálogo. “Pero en nuestros términos”, habría que añadir. Tus objetos, nuestra percepción.
Para dar vida
No hay Historia en el museo Quai Branly. Sugiere que el resto del mundo existe como un conjunto de objetos exóticos que admirar, o como una secuencia de rostros fotogénicos adornando paredes multimedia. Objetos sin personas, fáciles de admirar. Gente sin objetos, fáciles de asimilar.
No quiere decir que el museo tenga que ser sólo una condena del colonialismo (aunque una mera alusión sería de agradecer). Un buen museo debería cuestionar el conjunto de significados que asociamos con los objetos: debería hacer que el público se planteara el objeto como una obra de arte, como objeto funcional y, por último, debería arrojar dudas sobre el objeto como una pieza de museo. En última instancia, el museo debe exhibir la Historia del objeto.
Sarkozy desfila por los suburbios con promesas de restaurar la ley y el orden. Rostros enfadados nos contemplan desde las televisiones francesas. Máscaras de iniciación clavan la vista en nosotros regresando de bosques impostores. Coches explotan y pequeños rostros encogidos emergen en la penumbra. Todas estas cosas son francesas, ninguna es presentada como tal. El museo Quai Branly da testimonio del abismo que existe en la sociedad francesa entre la realidad de nuestra interconexión y nuestra percepción de "el otro" que en realidad es nuestro vecino.
Fotos: Joy Garnett / Flickr (foto de portada), Cicile Fagerlid / Flickr (Quai Branly1), Mke1963 / Flickr (Quai Branly2)
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Translated from Inside Musée Quai Branly, an African Disneyland