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El matrimonio entre homosexuales, una evolución necesaria

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Default profile picture álvaro navarro

Los prejuicios electoralistas no deben ocultar por más tiempo un hecho: el debate sobre el matrimonio entre homosexuales es indispensable.

El debate sobre el matrimonio entre homosexuales conlleva una estrecha relación con la mirada que la sociedad arroja sobre cada uno de los sexos biológicos: una mirada totalmente desfasada respecto a la realidad, y que no tiene para nada en cuenta la evolución social en marcha desde hace ya varios años.

Aquellos que se oponen a las bodas entre homosexuales alegan como argumento, -irrefutable a su parecer- que su aceptación conllevaría inmediatamente la solicitud de adopciones por parte de estas mismas parejas homosexuales. Sobreentienden de este modo que dicha reivindicación es peligrosa e ilegítima. La educación de un niño necesitaría, pues, la presencia de un hombre y una mujer, siendo las cualidades de cada sexo complementarias.

Siendo cierto que la aceptación de los matrimonios homosexuales tendría como consecuencia agudizar el debate respecto a la adopción, no por ello hay que confundir las reivindicaciones. Tal confusión infundiría a las parejas casadas la obligación de tener hijos. Si este fuese el caso, situarían a aquellas parejas casadas que no pueden o no desean tener hijos en una situación de ilegalidad. Únicamente un régimen dictatorial puede obligar a una pareja a tener o no un hijo.

Familias amplias

Bien es cierto que un niño necesita para llegar a ser adulto, como lo han demostrado estudios psicoanalíticos, tanto reglas de comportamiento como afecto. No obstante, cada uno, sea cual sea su sexo, tiene el deber de proporcionarle los dos en función de su propia personalidad. Y si un hijo no encuentra en el seno de su familia todo aquello necesario para su estructuración, lo puede encontrar en otra parte. En realidad, los hijos son educados -en todo momento ha sido así- por la familia en su sentido más amplio (padres, abuelos, tíos….) y por la sociedad en su conjunto.

Salvo que a cualquier precio se quiera que la sociedad permanezca patriarcal y no sobrepase dialécticamente determinismos biológicos y culturales, no hay razón alguna para pensar que la capacidad de transmisión de las normas de convivencia (prohibición del incesto o del asesinato, por ejemplo) no pueda corresponderle a las mujeres y que a su vez los hombres se vean excluidos de toda expresión de sensibilidad. Los hechos demuestran que la función atribuida a cada sexo no reposa mas que sobre consideraciones dogmáticas.

El hecho de que el Estado como institución no acepte los matrimonios entre parejas homosexuales plantea dos cuestiones esenciales que no pueden sino interpelar a los ciudadanos: la neutralidad ante la orientación sexual de los ciudadanos y el respeto del principio de igualdad. Los hombres y mujeres ligados a los valores democráticos deben cuestionarse la aplicación de principios de los cuales ellos son los propios garantes para determinar si los mismos no son puestos en duda por prácticas arcaicas que no han sido inscritas en mármol y que por tanto son modificables. La democracia se nutre de la reflexión ética.

Cuestionar los dogmas

En Francia, durante el debate sobre el “Pacto Civil de la Solidaridad”, el debate político contaminado por consideraciones políticas se ha impuesto sobre el debate ético. Una ley ha sido votada y, a pesar de sus imperfecciones, ha constituido un progreso. El debate ha sido insuficiente y es por lo que, 5 años después, la cuestión de los matrimonios homosexuales resurge en Francia y encuentra un eco en una Europa con idéntica problemática. Esta vez, un auténtico debate debiera llevarse a cabo sin ahorrar una auténtica reflexión ética.

Este debate es imposible si no se admite, al igual que para la ciencia, que no hay progreso posible si no hay un cuestionamiento teórico, que no hay evolución posible de la sociedad si esta misma no acepta debatir y cuestionarse lo que ella misma considera evidente. Es el objeto de la reflexión “ética”.

Sería una lástima que la sociedad, angustiada por el miedo a la innovación, frenara a mitad de camino. Holanda, Bélgica y España han sabido dar el paso, reconociendo el matrimonio homosexual. Sería incomprensible que en el resto de países europeos, en donde las libertades civiles son también imperturbables, los Estados se mantuviesen en una postura dogmática.

Translated from Le mariage des homosexuel(le)s, une nécessaire évolution