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El holocausto televisivo de Amélie Nothomb

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CulturaSociedad

En su novela Ácido Sulfúrico la belga Amélie Nothomb ha llevado al extremo la ilusión social de la televisión, conectando un campo de concentración con la banalidad de una telenovela.

CKZ 114 es la estrella del nuevo programa Konzentration: tímida, de alma pura y honrada. Junto a sus compañeros presos, que soportan grandes sufrimientos diariamente a través de instrumentos de tortura, es sacada a la calle para que los vigilantes les hagan sufrir. Los voyeristas-jadeantes espectadores pueden quedarse cada tarde tranquilos, mientras los presos del campo de concentración son transportados hacía un proverbial más allá. Con el mando a distancia, directitos a la muerte.

La antagonista, la capataz Zdena, es una obsesionada de los medios de comunicación y del reconocimiento público cada vez menos interesada en maltratar a sus víctimas. CKZ 114 empieza a atraerse el favor del público con su actitud estoica. Su lema “La solución es el silencio”, seduce a los telespectadores, que es lo más importante.

Cuando CKZ 114, niña mimada de la audiencia, abre la boca librando así de la muerte a alguno de los detenidos, se convierte en la heroína de todos los medios. Titularres a toda página para la “divina Panónica”, tal es su verdadero nombre. Entre ella y Zdena esa típica relación del “te quiero, yo tampoco” que vertebrará la novela. Lo que para una consiste en lograr el reconocimiento mediático, para la otra es simple supervivencia.

Paisaje televisivo pervertido

A Nothomb, la pequeña novela Ácido Sulfúrico (Anagrama, 2007), le ha valido éxito de ventas pero no de crítica. “patético”, “incompetencia” o “grosería” son algunos de los calificativos que le dedican.

“Llegó el momento en el que el dolor de los otros no era suficiente: querían carnaza”, así comienza esta escalofriante fábula. El programa Konzentration funciona como un campo de concentración: cada emoción de los presos sale escupida por la pantalla de televisión. Barbaridades en directo. Lo que Nothomb ha querido denunciar es la perversidad de los espectadores en su relación con la televisión y el exhibicionismo creciente de la gente anónima. No le quita el sueño mezclar la Genickschussanlage [dispositivo de los campos nazis para matar a los prisioneros de un balazo en la nuca sin que se lo esperen al colocarlos de cara a la pared con la supuesta intención de tomarles las medidas] y “Gran Hermano VIP”. La comparación que pretende trazar Ácido Sulfúrico fracasa por la superficialidad con la que lo trata.

Escenario del horror telegénico

Ha surgido en los últimos años una tendencia en las librerías europeas destacada: cada trabajo literario que se marca con el sello del pasado Nazi viene acompañado de éxito mediático. Jonathan Littells, escritor del Bestseller Les Bienveillantes [Las Bienhechoras] (2006), ha recogido en el último año un premio tras otro. Asimismo, Günter Grass cayó en el descrédito en 2006 por su hasta entonces oculta pertenencia a las milicias de las SS, que dio a conocer justo antes de la publicación de su más reciente trabajo literario, la autobiografía Pelando la cebolla (2006). Lo Nazi vende.

Sin embargo, el cajón desastre sobre el Holocausto tiene aún hasta ahora poco de atrevido. Protagonistas con muy poco fondo, que se vuelcan en grandilocuentes palabras, como pensamiento, resistencia, moral, y trilladas frases del tipo “sus miradas de asesinos” hacen inverosímil la quimera de Nothomb.

La conclusión de Ácido Sulfúrico es el típico estilo adecuadamente inhumano de Nothomb. En novelas anteriores como La higiene del asesino o Cosmética del enemigo, la belga ya se ocupaba del lado más oscuro del Hombre. En todas sus 16 novelas el hombre fracasa por completo al final. Por la tarde, Panonica debe ser ejecutada en directo, las audiencias alcanzan el cien por cien, poetas, niños, ciegos, incluso su competencia televisiva lo ve. ¿Sorprendidos? Es suficiente pulsar un botón del mando a distancia para catapultarnos a apagarlo o para elegir la muerte de Panónica.

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Translated from Nothombs Fernseh-Holocaust: KZ zum Anfassen