El burlón aburguesamiento de Gerhard Glück
Published on
Translation by:
Andreu Jerez RíosUna visita a la casa del célebre caricaturista alemán
La parte trasera del jardín está limpiamente divida. Ya casi ni se ven las altas vallas que dividen los terrenos. El Audi y el Volvo están seguros en sus respectivos garajes. Por la noche, las puertas de los aparcamientos incluso se cierran automáticamente. Una mirada a la hierba del campo de golf nos permite ver todo en orden. Solo hay una cosa que no encaja en este ídilico cuadro: el caricaturista Gerhard Glück. El agudo humorista, muy ácido con la burguesía, vive en el corazón de la misma, en una mansión modernista situada en una preciosa ladera sobre Kassel. Solo aquí puede ser forjado su arte, por el cual Gerhard Glück ya ha ganado tres veces el premio alemán de caricaturistas.
Glück, a diferencia de la mayoría de sus colegas, no trabaja con trazos rápidos sobre la embarazosa actualidad política, sino que sus escenas son pinturas de pequeño formato en acrílico y témperas. En ellas son representados europeos medios duros y sin barba en su contexto de pequeños burgueses. Estos también aparecen caricaturizados con sus sueños cotidianos. Por ejemplo, es el caso del señor Stucker, a quien se ve como un pequeño hombre gris con una cartera y un sombrero ante un monumento. El señor Stucker mira maravillado hacia la estatua: sobre el pedestal, un caballero montado en un caballo mata heróicamente con una lanza a un dragón que se retuerce. La leyenda solo dice: “Cuando el señor Stucker tiene problemas en casa, a menudo se le ve pasar largo tiempo en la Plaza de San Jorge”.
Antes de que pudiera vivir de su arte, Gerhard Glück enseñaba en una escuela. Un día un amigo le aconsejó que enviase sus bocetos a algunos diarios. El Süddeutsche Zeitung le contestó pronto: “Estamos interesados, queremos más”. En un momento dado, Glück dejó la enseñanza y comenzó a trabajar solo como caricaturista. Desde hace casi 10 años dibuja fundamentalmente para el magacín del Neuen Zürcher Zeitung, el NZZ Folio.
Trabajando entre fronteras
Trabajar de manera transfonteriza no es tan fácil, puesto que tiene que enviar constantemente originales de sus dibujos a Zúrich por correo exprés, o incluso con tren rápido en caso de urgencia. Los dibujos de Glück eran allí escaneados y ajustados a los colores del magacín. Después le son devueltos. “A veces he tenido que rescatar los dibujos de la aduana. Un gran problema si los aduaneros no se creían que eran de mi propiedad”. Y es que en la aduana suiza se ha establecido una cierta “reglamentación de Glück”: allí ya conocen los graciosos dibujos del caricaturista.
En la actualidad, Glück ilustra un opúsculo: en sus esbozos a lápiz se ve un bar del que tres borrachos tropiezan al salir. Con la tarta de su mujer de por medio, Glück explica cómo debe caer la luz, todo lo que se ve obligado a cambiar antes de ponerse a pintar. En la explicación habla del conocimiento, la ambición y la meticulosidad. Cuando ilustra la caída de la luz con un rápido movimiento de mano, la ceniza de su cigarro se inclina amenazantemente, pero no cae ni sobre la hoja ni en la tarta, sino que Glück vuelve a dar una profunda calada y gruñe: “Lo que yo pinto es esto y aquello, materia de conversaciones”.
El artista mira por encima de los bordes de sus gafas: “La broma es mi negocio. Sería ridículo si ahora empezase a actuar como si fuera un gran artista. Vivo de forma burguesa y hago arte burgués”. Por este tipo de arte aburguesado Glück, de 46 años, ya ha publicado numerosos libros y organizado numerosas exposiciones en toda Europa. Efectivamente: cuando dos vecinos hacen ejercicio en una bicicleta estática y el chiste está impreso en francés, los vecinos solo pueden ser una cosa: burgueses franceses.
La clave del humor seco y europeo de Glück no solo reside en la imagen, sino también en dos líneas de texto debajo de ella: estas aclaran aparentemente lo visible, sin embargo, lo amplían para alcanzar una dimensión absurda y lacónica típica de Glück.
Cambios de estilo
Cuando Glück comenzó a trabajar para el Süddeutsche Zeitung en los años setenta, su estilo era todavía diferente: “No quería texto alguno, pues estaba fascinado por la idea de transmitir las imágenes como una pantomima para alinearme con la tradición de grandes dibujantes como Chaval o Stangenberg, que también conseguían ser graciosos sin palabras”. Lo que ahora hace es algo más vanguardista dentro de la Historia del arte: en lugar de argumentar políticamente para suscribir la fealdad, sus caricaturas son simplemente bonitas de ver, como él mismo dice imitanto a los grandes artistas: “burlón”. Pero si se lee el texto, el encanto se convierte en gracioso y el mensaje, en malicioso.
Glück encuentra la inspiración para sus figuras en el diario, la televisión y, cómo no, en el jardín de los vecinos. Para él, en ese jardín está metida la esencia del aburguesamiento: “Uno de ellos, por ejemplo, amenaza a todo el barrio con su abogado. ¡Y es que mide con un metro la distancia con mi setos!”. Bien mirado, les está agradecido, pues casi les tuvo que pagar un tanto por ciento por conceder la inspiración: “Mi vecina es una de esas mujeres increíblemente enérgicas. Un día jugaba en el jardín con una pelota y un perro diminuto. Al momento, me puso a esbozar la imagen y el dibujo recibió el nombre de ‘mundo animal, amenazado’. Glück se ríe como un joven descarado y se enciende el siguiente cigarro. Desde hace casi tres décadas, pinta en su propia casa. Durante sus horas de trabajo no solo fuma, sino que también bebe café a litros, según él mismo confirma.
En su casa no solo dibuja. “Un momento”, dice con una irónica sonrisa, antes de desaparecer del comedor para volver con una silueta de plexiglás de un gracioso perro, atornillada en una base de madera. “Esto me divierte: hacer mis pinitos con la marquetería durante las navidades”. El “perro frío”, como el propio Glück le llama, puede ser iluminado desde abajo con un diodo luminoso. Los ángulos se vuelven así azules y el perro se convierte en una caricatura. Glück no solo trabaja para publicar, sino que colecciona, como Picasso, todo lo posible y monta obras únicas para su familia. Pero Glück rechaza esta comparación con humildad. “Este tipo de figuras de plexiglás también las podría hacer con políticos, para después venderlas caras”. Pero Glück, que por un momento se olvida del cigarro en su boca, no piensa en esa vil estrategia.
Puede que Gehrard Glück ignore su propio aburguesamiento, pero fuma con el mismo estilo rebelde del joven Jean-Paul Belmondo.
Translated from Die spitzwegigen Spießer des Gerhard Glück