El arte perdido de hablar bielorruso
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Magdalena BarroDesde la independencia de la Unión Soviética en 1991, los vestigios de la lengua autóctona de Bielorrusia permanecen mayoritariamente en la esfera cultural. Jóvenes músicos, poetas y escritores intentan hablar bielorruso para contrarrestar la lengua más popular en el país: el ruso.
El sonido agudo de la duda anima el vasto y verde paisaje que se extiende alrededor del pueblo de Ozertso (Aziartso en bielorruso), a las afueras de Minsk. La música de los acordeones se funde junto con los gaiteros balanceándose al ritmo de la duda: una pequeña gaita de color negro fabricada a partir del estómago de vaca. Bajo las ramas de un árbol, Veronika Antelieuska, de veintitrés años y Max, de veinte, forman una pareja típica. En su tercera visita al festival folclórico de Kamyanitsa —en bielorruso, Фолк-фестываль Камянiца y Фолк-фестиваль Камянiца en ruso (N. de R.)—, Veronika lleva puesto un vestido hecho por ella misma, guiándose en las imágenes de un libro que consiguió hace algún tiempo. “Rescatamos la música tradicional, hablamos con las generaciones más viejas, hacemos fotografías y reconstruimos estas stroyas”, explica esta estudiante del Instituto de Cultura Bielorrusa refiriéndose al atuendo típico del país. Detrás de nosotros, el clamor del público presente en el festival se vuelve más fuerte mientras Veronika me da efusivamente las gracias por mi interés en su cultura.
La transición
Gracias en bielorruso es dziakuj, no spasiba. El enlace soviético de Bielorrusia se cortó en 1991. La independencia trajo un idioma oficial —el bielorruso— hasta que el presidente AleksandrLukashenko subió al poder en 1994. Todavía influenciado por su vecino del este, Bielorrusia ha tenido dos idiomas oficiales desde 1995. El nuevo mapa de las dos líneas de metro y de las paradas de autobús soportan los signos cotidianos de esta transición, pudiéndose leer en ruso y en bielorruso. Sin embargo, los más de nueve millones de habitantes hablan, por lo general, la lengua rusa. Un pequeño porcentaje habla el idioma autóctono, equiparable con la comunidad lingüística gaélica de Escocia. Según estadísticas de agencias independientes, solo entre el tres y el cinco por ciento de la población habla bielorruso. Por su parte, el Gobierno incrementa esa cifra hasta el 20%.
¿Por qué la gente joven ha de hablarlo si sus abuelos no lo hacen, habiéndolo rechazado tras de la Segunda Guerra Mundial cuando las condiciones económicas los enviaron a trabajar a Rusia? Ales Herasimenka, de veinticinco años, estudió bielorruso una hora a la semana en el colegio. Su transición ocurrió en la universidad: “Este el primer paso. Te das cuenta de que es posible y conoces gente para practicarlo. El segundo tramo consiste en usarlo en el día a día; y el tercero, con tu familia. El cuarto paso es asegurarte de que tu mujer o tu marido lo habla”.
Volia Chajkouskaya parece que ha seguido este método no oficial para hablar la lengua bielorrusa a la perfección. Esta joven de veinticuatro años, que trabaja en el periódico del estado Zvyazda —editado en bielorruso—, no solo cuenta con una obra ya publicada, sino que además ha formado una exitosa banda junto con su marido rusohablante. Rehusó el consejo no oficial del primer paso: “Nací cerca de Vítebsk, en la frontera rusa, pero rechacé mi idioma de la infancia después de participar en un concurso lingüísitico de bielorruso en el colegio”. Se las arregla hablando esta lengua con su familia política, pero hace hincapié en las dos realidades en las que está dividida Bielorrusia: “Los rusohablantes son normalmente pro-Lukashenko, por lo que el bielorruso es el idioma de la oposición”. Lo que en su vida cotidiana significa que “es difícil conocer a otra persona que no comparte tu misma visión del país”.
Don't need no education
Herasimenka trabaja en la revista juvenil generation.by, publicada también en bielorruso. “No será como 34mag.net”, sostiene al nombrar una revista en línea que ha acabado publicando una pequeña parte de su contenido en ruso. “Nuestros doscientos escritores y diez empleados —la mayoría estudiantes— intentan construir nuestro propio mundo en una dictadura. Hablamos libremente sobre el gobierno. Podríamos perder nuestra libertad, así que nunca desvelamos nuestra dirección por teléfono”. Volia, que se encarga de la columna de cultura, cree que la política entra en el mundo de manera natural. Su jefe es un lukashista. Ella escribe sobre la falta de financiación del cine o de las galerías de arte, pero su trabajo corre el riesgo de ser corregido. Por ejemplo, un director que haya rodado una película polémica podría ver su nombre eliminado.
Volia quiere que sus hijos sean bilingües; sin embargo, el reto consiste en proporcionar ese tipo de educación en un país donde aproximadamente solo el 20% de los alumnos aprenden bielorruso, según datos del año 2006. Andrus Klikonou, miembro de un grupo de padres a favor del enseñamiento de la lengua autóctona, admite que criar a los hijos en Minsk es todo un reto. Mientras la mascota de Lukashenko —su tercer hijo y claro heredero, Kolya— empuñaba una pistola chapada en oro a la tierna edad de seis años, los tres hijos de Andrus quedan en grupos clandestinos que se organizan gracias al boca a boca. “Se puede enviar a los niños a Polonia”, sonríe Ales. Exactamente como ocurre con las segundas culturas en otras sociedades: si los niños acaban practicando el idioma en el que son educados —bielorruso en este caso— es otra historia.
Neutralidad ante las listas negras
En un pequeño puesto de comida, un grupo de jóvenes se muestran indignados al escuchar extranjeros. El tema cambia rápidamente. Es aleatorio. “Estaban hablando un dialecto de la cárcel”, dice nuestro guía. Se mofan de que Lukashenko hable trasianka —una mezcla de ambas lenguas—. Diez minutos más tarde, en el bar Graffiti, turistas tanto bielorrusos como rusos se sumergen en sonidos funk, tal y como James Brown parece gritar desde una pared. En escena: un bailarín negro hablando inglés, gais circulando libremente e incluso periodistas que previamente fueron acusados ahora merodean por el recinto con gorras caladas hasta las orejas.
El director artístico Andrew Lazuk, de veintidós años, acaba con ese rumor que asegura que cada noche los conciertos acústicos son, en su mayoría, de grupos que cantan en bielorruso: “No podemos permitirnos el lujo de traer a grandes artistas”, dice sin rodeos. “Son amigos que necesitan un respiro. Es imposible ganar mucho dinero o ser famoso en Bielorrusia. Por eso la gente viene aquí.”
De vuelta a Ozertso —o Aziartso—, quedamos con Aleh Hamenka, quien, además de vocalista de la banda folk de los noventa Palac, trabaja como programador creativo del evento: “El festival ha pasado de ser algo sencillo a algo de valientes —asegura haciendo un guiño a la fuerte presencia policial—. Casi llegó a prohibirse porque uno de los grupos que participaban cantó sobre un tema político delicado. Además, otros han sido incluidos en una lista negra, como Krambambula”.
AleksanderDemidenko y Vladimir Kozlov, de la banda de post-metalRe1ikt, mantienen que, a medida que van haciéndose mayores, comienzan a sentir una punzante pasión bielorrusa. Los veinteañeros de Svetlogorsk —al sudeste del país— se ríen de ellos porque hablan los dos idiomas dependiendo de la situación y de la gente. “Nos gusta cantar en bielorruso, es algo nuestro. Cuando viajamos por Europa la gente nos pregunta por qué los bielorrusos hablan ruso. Nosotros representamos a nuestro país en el mundo y creamos una escena con nuestra propia cultura e historia. NRM son una legendaria banda de rock que canta en bielorruso; de hecho, llegaron antes que nosotros. Queríamos ser más que un grupo de chicos molones que tocaban rock y que atraían a las chicas. Bielorrusia tiene unas profundas raíces respecto a su alma y su naturaleza”. Aleh Hamenka permance políticamente neutral. Acaba de bajar del escenario tras un salvaje dueto de baile con dos abuelas rusas: “El idioma no es una condición aquí”, afirma a modo de explicación.
Nota de la edición en español: la puntualización often from the left end of the spectrum que se incluía en la introducción del artículo original ha sido omitida. Tanto la autora del presente texto como el editor han coincidido en que la decisión de hablar y promover la lengua bielorrusa es más una cuestión de cariz nacionalista que una empresa de ideología de izquierdas.
La realización de este artículo ha contado con el apoyo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Lituania dentro del proyecto “Made in Belarus”.Nuestro especial agradecimiento aMaryia S., Dmitry K. y AH.
Fotos: portada, (cc) Paval Hadzinski/Flickr; texto, cortesía de © la página en Facebook de Aleh Hamenka, © NS, © palac.org. Vídeo: (cc) Re1ikt/YouTube.
Translated from The lost art of speaking Belarusian in Belarus