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¿Desequilibrio de poder?

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China, gracias a su extraordinario crecimiento económico y al aumento de su capacidad militar, puede ahora considerarse como el principal poder estratégico de Asia. Tanto desde la perspectiva regional, como mundial y en potencia, ¿cuáles son las consecuencias de tal desarrollo?

Desde los años noventa, China ha ido incrementando su presupuesto de defensa a un ritmo constante. La cifra oficial de este año alcanza los 30.000 millones de dólares, aunque el Pentágono estima que la cantidad real podría ascender hasta los 90 millones de dólares. Más preocupación despierta el hecho de que Pekín esté desarrollando un sistema de plataformas lanzamisiles móviles, así como un nuevo modelo de misiles balísticos de alcance intercontinental bautizados como DF-31, lo que podría constituir una amenaza a escala mundial.

Leyendo entre líneas

Diferentes cargos chinos, entre los que destaca el Ministro de Defensa Cao Gangchuan, niegan que haya habido un aumento del gasto militar, alegando que en realidad sólo se ha producido un “moderado” ascenso, mientras afirma que la factura de defensa china se vuelve insignificante si se compara con la norteamericana. Sin embargo, el secretismo que las autoridades chinas sostienen sobre sus programas militares y los fines perseguidos, no parece ayudar mucho a ahuyentar los recelos de la comunidad internacional.

En particular, la postura china hacia Japón y Taiwán no inspira ningún tipo de confianza. Durante los últimos años, las relaciones entre China y Japón se han vuelto especialmente tensas, sobre todo debido a las disputas que ambas potencias mantienen por la explotación de ciertos recursos naturales y por la exigencia del gobierno chino de que Japón pida disculpas por los abusos cometidos en el pasado. En octubre y, como respuesta a la visita del primer ministro japonés Yunishiro Koizumi al santuario de Yasukuni (que rinde homenaje a los fallecidos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, incluidos 14 criminales de guerra), Pekín canceló una visita prevista del Ministro de Exteriores japonés, situando las hostilidades en punto muerto.

Las relaciones chinas con Taiwán están igualmente bajo presión. Las autoridades de Pekín se aferran al principio de “un país, dos sistemas” (que concibe a Taiwán como parte integrante de China aunque con sistema estatal propio), al tiempo que amenaza a Taipei con aprobar el próximo mes de marzo una ley antisecesión que no excluye el uso de “procedimientos no pacíficos” contra la isla si ésta se embarcase en un proyecto independentista. Como anticipándose a cualquier eventualidad, China ha instalado alrededor de 700 misiles balísticos en el trecho de costa más cercano a Taiwán. Un conflicto así no sólo implicaría a la Casa Blanca, que se ha comprometido a defender a Taiwán contra una posible agresión china, sino también a Japón, principal aliado americano en la región.

Complicidad internacional

El crecimiento económico y militar chino no parece caer en el vacío: China es ya un actor fundamental en muchas organizaciones internacionales tales como la misma ONU, donde conserva su derecho de veto al igual que su puesto de miembro permanente del Consejo de Seguridad; en la OMC, donde tras su entrada en 2001, su voz se tiene cada vez más en cuenta. Se podría decir que este protagonismo internacional aproxima al país hacia el multilateralismo. Pero esto también podría desembocar en el efecto contrario, dando a China suficiente confianza como para actuar de forma independiente en la escena internacional y utilizar su influencia en dichas organizaciones como medio con el que formular políticas unilaterales o incluso como instrumento con el que bloquear decisiones contrarias a sus intereses.

Tal y como se presenta el actual escenario, hoy parece inalcanzable un enfoque europeo eficaz con el que hacer frente al emergente poder estratégico y militar chino, con una Política Exterior Común y de Seguridad (PESC) y una Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD) que no forman un marco lo suficientemente sólido para la acción. La UE mantiene una importante medida contra los intereses chinos: el embargo de armas decretado en 1989 tras la brutal represión de las manifestaciones de la Plaza de Tiananmen. Sin embargo, una serie de posibles negocios con compañías europeas (como Airbus) en China podrían dar argumentos suficientes como para levantar un embargo que hace poco fue descrito como “discriminación política” por Li Zhaoxing, Ministro Chino de Exteriores.

Sea o no suspendido el embargo, y teniendo en cuenta las previsiones que proclaman a China como segunda economía mundial para 2020, es improbable que Pekín frene su expansión militar. Si China consigue erigirse en potencia militar a escala global, no hay duda de que reclamará una menor presencia occidental en Asia, aunque aún sea muy aventurado pronosticar si, a medio plazo, esto representa una amenaza directa para Europa. La estrategia china es multifacética, pues promueve el desarrollo a través del comercio y la diplomacia y, también ahora, a través de la autoridad militar, lo que demuestra que las relaciones con China no son sencillas de afrontar. En especial si la UE se aboca a no formar un marco de trabajo consistente que le permita combinar su “poder blando” con la aplicación de algunas dosis de “poder duro”.

Pero si China avanza hacia la democracia y la apertura, la Comisaria Europea de Relaciones Exteriores Benita Ferrero-Waldner, puede tener razón cuando afirma que el crecimiento de China "tiene un importante papel que jugar en el afianzamiento de la paz y de la seguridad en la región". De lo contrario, la situación internacional podría tornarse mucho más inestable.

Translated from Imbalance of power?