Consumismo de caridad
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fernando garcía acuñaEl sector de la caridad organizada, es decir, las fundaciones privadas y las organizaciones humanitarias, experimenta una considerable expansión. ¿Bienvenidos al mejor de los mundos?
“Good Gifts” es el nombre de una ONG inglesa que ha lanzado en Navidad un catálogo de regalos benéficos destinados al tercer mundo. Entre los presentes a elegir: “una bicicleta para un veterinario” (35 libras esterlinas), “un nuevo vestido para una madre” (12 libras), o si usted es rico, por qué no, “una granja modelo en Ruanda (¿25.000 libras?). Con sólo hacer clic, el cliente generoso selecciona un regalo y efectúa su compra pagando con tarjeta bancaria.
Si la filantropía innova en internet, también lo hace entre los millonarios y las estrellas mediáticas. Se extiende entre los círculos de negocios, como la bolsa de París, que desde hace tres años viene emitiendo acciones “de objetivo benéfico”. En una conferencia que tuvo lugar durante el Foro Económico Mundial de Davos en 2005, la actriz norteamericana Sharon Stone decidió ofrecer 10.000 dólares al Presidente de Tanzania para que comprara mosquiteros para luchar contra la malaria. La actriz de Instinto Básico puso la primera piedra para que muchos siguieran su ejemplo. ¿Con éxito? Sí, si creemos a la cadena CBS News que el mismo día titulaba: “Sharon Stone moviliza 1 millón de dólares en 5 minutos”. No, si creemos al diario suizo Courrier, que revelaba en enero de 2006 que sól 140.000 dólares habían sido aportados por los donantes y que los mosquiteros ofrecidos habían perturbado los programas de ayuda local.
¡Que glamorosa es la caridad!
Alain Caillé, sociólogo francés autor del libro Donación: interesada y desinteresadamente, evoca un “regreso de lo inhibido” para explicar el éxito de las prácticas benéficas. Según él, las sociedades actuales han visto triunfar la ideología utilitaria y la lógica del interés individual en detrimento de la gratuidad y de la donación. Así, los hombres no pueden contentarse con maximizar su pequeño interés egoísta desde una perspectiva monetaria: el acto desinteresado (en suma, la generosidad) se vuelve indispensable para nuestra humanidad personal y es por ello que la benevolencia y la filantropía regresan con más fuerza.
Podríamos objetar que los benefactores encuentran finalmente su resultado en los actos de beneficencia. Así, Angelina Jolie, una de las nuevas donantes humanitarias, no ha dudado a la hora de declarar que su trabajo de actriz no la ayuda verdaderamente a dormir más tranquila por las noches. “Cuando hago algo por los demás es cuando sé que mi vida tiene un sentido”.
Si la benevolencia parece ir en contra del interés de enriquecerse, que es uno de los motores del sistema capitalista, la filantropía, antes de ser un asunto de ricos y fundaciones, encaja muy bien con el liberalismo económico más afilado. Ello plantea que, en efecto, para luchar contra la pobreza, la caridad voluntaria es suficiente y que la redistribución del Estado y la protección social son superfluas. Es por ello que los discípulos del economista Von Hayek no pueden hacer otra cosa que alegrase de ver cómo millonarios empresarios a la imagen de Bill Gates y Warren Buffet se transforman en nuevos iconos del humanitarismo.
Omisión del Estado
La fundación Bill & Melinda Gates, creada en el año 2000 para aportar a los más desfavorecidos mejoras e innovación en el campo de la salud y la educación, tiene un peso financiero de 60.000 millones de dólares, desde que el pasado mes de junio Warren Buffet, la segunda mayor fortuna de los Estados Unidos, decidiera donar unos 30.000 millones (lo que representa casi tres cuartas partes de su patrimonio, estimado en 45 millones). Hoy en día, la dotación total de la fundación sobrepasa el PIB acumulado de Camerún, Tanzania, Gabón, Costa de Marfil y la Republica del Congo.
Y poco importa si las escuelas financiadas por la fundación están equipadas con ordenadores Microsoft…. Muchos se apresurarán a señalar la insuficiencia del sistema en la medida en que la educación y la salud son dos campos considerados como indicadores de políticas de Estado.
Millonarios, estrellas y buenos sentimientos: las cadenas de televisión han visto en ellos un cóctel ganador que les puede disparar los datos de audiencia. No sorprende, por tanto, que los programas de solidaridad se multipliquen en televisión: Aranyag en Hungría, Téléthon en Francia o en Italia –como el Telemaratón en Esapaña- se han convertido en instituciones, aunque han recibido también acusaciones de estar a favor de la eugenesia por parte de ciertas organizaciones católicas integristas, en el caso del Téléthonfrancés.
Hay más: los medios que recogen y reparten las obleas de estas nuevas misas del Bien, y particularmente las cadenas privadas, se han vuelto, ellas también, solidarias. En especial en relación a las asociaciones, como señala Bruno David, asesor de comunicación: “Está extremadamente extendido que las cadenas de televisión ofrezcan espacios publicitarios a las ONG. Sin embargo, las ONG se encuentran de repente a merced del buen hacer del regidor publicitario o del director del medio, que es quien va a decidir si apoya a una asociación más que a otra”.
Y es ahí donde reside uno de los límites de la caridad: el donante es el único que decide, es el que mide su limosna hacia el beneficiario, quien siempre está bajo su dependencia, y que raramente tiene algo que decir. Sin embargo, los millones de donantes anónimos hacen actos de resistencia, en una sociedad que valora la compra impulsiva y la buena conciencia… como un producto de gran consumo.
Translated from Charité de grande consommation