Casablanca: La Gran Ilusión
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Beatriz Garrido PonceSidi Moumen es una de las 500 barriadas de chabolas de Casablanca, de donde salieron los cinco terroristas suicidas responsables del ataque más mortífero de la historia de Marruecos. La mayoría de los habitantes de Casablanca nunca pondrán un pie allí. Cafébabel ha visitado Sidi Moumen para hablar con su gente, descubrir qué les depara el futuro y ver cómo encajan en el contexto de Casablanca.
"Sidi Moumen...c'est grave, Monsieur", recita tristemente el taxista que hace un momento parecía tan animado, sonando su voz por encima del chirrido de los neumáticos, como si la sola mención del infame distrito fuera suficiente para hacer estallar nuestra burbuja de felicidad mientras viajamos embutidos en un Fiat Uno.
El lugar al que la mayoría nunca va
A pesar de los modernos y resplandecientes tranvías que entran y salen del centro de la ciudad, la mayoría de los habitantes de Casablanca (los bedawa) nunca se aventuran a ir a los distritos exteriores, y los consideran poco menos que colonias de leprosos. Pero las cosas están cambiando: uno de los planes más ambiciosos del mundo árabe para reducir la pobreza y eliminar los suburbios está teniendo lugar en Sidi Moumen. Y ¿por qué? Como suelen decir en la zona, a causa de "lo que pasó".
16 de mayo de 2003. Los comensales disfrutan de una paella en el popular y céntrico "Café de España", cuando un hombre aparece corriendo y detona una bomba que lleva sujeta al pecho. Otras cuatro personas se encontraban en ese momento ocupadas atacando otras ubicaciones a lo largo de la ciudad, en lo que se convirtiría en el ataque terrorista más mortífero de la historia de Marruecos, en el que murieron 45 personas y alrededor de un centenar resultaron heridas. Esa misma mañana los jóvenes asesinos habían salido de sus hogares en la barriada de Sidi Moumen.
Cambiando las cosas
El empobrecido vecindario se convirtió en sinónimo de extremismo, pero también atrajo un número de proyectos sociales a la zona, siendo el Centro Cultural de Sidi Moumen un ejemplo emblemático. El enorme e incongruente autobús escolar amarillo venido de Harrisburg (Pennsylvania) es el primer indicio que apunta a la importancia de la financiación externa para el primer centro social de su clase en todo Marruecos.
Además de proveer comida para 300 jóvenes locales provenientes de las barriadas, las instalaciones ofrecen clases de idiomas, una biblioteca con 5.000 libros, instrumentos musicales, ordenadores, actividades deportivas y de otros tipos. Al llegar, un concurso de talento está teniendo lugar, con niños Djing bailando y participando en recitales de poesía. En la primera fila se sienta el fundador Boubker Mazoz, organizador comunitario de toda la vida y réplica de Omar Sharif en Dr. Zhivago, gracias a su pelo plateado y fino bigote.
Con lo que parece ser una interminable red de contactos por todo el mundo, Boubker se encuentra perpetuamente recolectando fondos, a falta de apoyo estatal. "Básicamente, me convertí en un pedigüeño profesional", cuenta Boubker, sonriendo. Detrás de él, una estantería cruje bajo el peso de premios y honores con su nombre. "Las ONG vienen, donan dinero, se van, y nada cambia. Incluso yo mismo solía venir aquí para repartir mochilas escolares, pero las acababan vendiendo todas. Así que decidí queadarme".
Muchos de los miembros del personal crecieron en esta conflictiva zona y comprenden perfectamente el valor que supone quedarse dentro de la comunidad y dar ejemplo. El trabajo del centro ha inspirado proyectos similares en Chicago, ciudad hermana.
A pesar de que el gobierno afirma que se ha producido un "progreso significativo" en la rehabilitación de barriadas, se estima que existen aún 111.500 familias hacinadas en unas 500 barriadas solamente en Casablanca, hecho que atormenta al país particularmente tras la Primavera Árabe, la cual falló en su intento de echar raíces en el reino. Si tal revolución ha de ocurrir, un lugar como Sidi Moumen sería el crisol, aunque mucho ha cambiado desde el ataque terrorista.
"Un cúmulo de frustración"
"Aquí no hay islamismo radical, sino injusticia, pobreza y marginación. Un criminal es un radical, ¿verdad?", dice Boubker. "Cuando tienes a alguien que no se identifica como un ciudadano, como si nada en su ciudad fuera para ellos o para su familia, tienes un cúmulo de frustración. No rompes las cosas que son tuyas."
Acompañado por Mohammed Aaitouna, venido desde el centro, y de Mokhtar y Abderahmane (dos guardias de seguridad locales) damos un paseo antes de enfrentarnos a la barriada de Al Manzah. Rodeados de edificios de apartamentos de cinco pisos, las familias se apretujan en madrigueras de madera y metal en las que apenas se puede estar de pie. El camino es a veces tan estrecho que nos vemos forzados a andar en fila india, apartando con la mano las ramas que nos dan en la cara. Nos adelanta un viejo vendiendo pan en un carro tirado por un burro; aquí domina la pequeña economía, y algunos tienen trabajos de poca monta fuera. Muchos están desempleados y son analfabetos. En Al Manzah la fragilidad de la gente se encuentra al descubierto, y evitamos deternos para no alterar el equilibrio de la zona. Al otro lado del campamento, a campo abierto, pasada una montaña de basura que parece vibrar de olor, los niños posan para las fotos como si fueran raperos, y cuando nos vamos nos gritan: "bonne chance, mes amis!".
En el distrito de Ainfa, el llamado "Beverley Hills" de Casablanca, las limpias calles, bordeadas de palmeras, son escaparate para chalés blancos como el lino que conducen a Corniche. Aquí, junto a las olas, se alza la mezquita de Hassan II, la segunda más grande del mundo después de La Meca. Todo ciudadano marroquí fue forzado a contribuir económicamente en su construcción, incluyendo a los habitantes de los barrios marginales que fueron desplazados en el proceso de su construcción. A unos cientos de metros a lo largo de la costa, la familiar mezcolanza de techos de chapa asoma por encima del muro encalado de dos metros que rodea las bidonville (un término colonial francés para el barrio de chabolas que supuestamente se originó en Casablanca). Tales vistas son comunes en la ciudad, a menudo conocidos como "muros de la vergüenza", y pueden servir como metáfora de la actitud de la sociedad hacia la masa creciente de indigentes en las ciudades. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Pero, ¿y qué pasa con los hipsters?
Algunas de las critaturas nocturnas más ricas de Marruecos, quienes se agitan al ritmo de música house en los locales frente al mar más a la moda, donde las botellas de champán cuestan cerca de 1.000 euros (en un país donde el PIB per capita es 2.100 euros, según el Banco Mundial) adoptan un enfoque darwiniano.
"La gente pobre es tan necesaria como la gente rica. Esa es la condición que permite la estabilidad del país. Mientras la gente no se muera de hambre, Marruecos lo estará haciendo bien", explica un joven emprendedor.
Además de la mayor mezquita y las mayores barriadas de África, Casablanca también acoge al mayor centro comercial del continente, cuyo excitante nombre es Morocco Mall ("Centro comercial de Marruecos"). Las etiquetas de precio de los vestidos dicen 900 euros, y los visitantes pueden bucear con los peces tropicales en el acuario. Desde el balcón de uno de los exorbitantemente caros restaurantes divisamos una pequeña isla en la cosa y nos disponemos a abordarla.
Viejas señoras desdentadas se sientan en el puente que lleva a la isla, tocando tambores al son de música Chaabi, y nos llaman "voyeurs!" cuando pasamos. Después de un pequeño laberinto de callejuelas y chozas sombrías parecidas a cajas, llegamos a un enclave rocoso y a la extensión de agua que es el Atlántico. Familias y parejas posan para las fotos mientras que cabras y pollos dan vueltas por un gallinero diminuto. Pienso, inocente, que los animales están aquí para que los niños jueguen con ellos. Más tarde me entero de que cortarles el cuello y verter su sangre es una parte necesaria para realizar un sacrificio a Abdel Rahman, un santo venerado y cuyo lugar final de descanso supuestamente se encuentra aquí.
"Solían burlarse de los enfermos que venían aquí para intentar curarse", cuenta nuestro colega y periodista marroquí antes de hacer un ademán hacia el centro comercial, que se cierne como un armadillo en la distancia. "Ahora ellos son los enfermos".
Este artículo es parte del proyecto euromed reporter, llevado a cabo por Café Babel en colaboración con I WATCH y SEARCH FOR COMMONG GROUND, y respaldado por la Fundación ANNA LINDH.
Translated from Casablanca: La Grande Illusion