Basilicata: La región secreta de Italia
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Belén Burgos HernándezBasilicata es la región de Italia más afectada por la despoblación rural. Una zona en la que la agricultura representa todavía la principal forma de desarrollo. El 56% de la población se concentra en las dos capitales de la región, Matera y Potenza. Ambas localidades, que contaban hace 30 años con cerca de 10.000 habitantes, han visto reducido ese número a la mitad. En 2019, Matera se ha convertido en Capital Europea de la Cultura, pero todo a su alrededor es desierto. Nos acercamos a los jóvenes que permiten equilibrar esa tendencia negativa: los que resisten y los que han vuelto para intentar reencontrarse con sus raíces. Cada uno con sus sueños y sus esperanzas.
"Sientes en el aire esas ganas de regresar. El pueblo me espera para volver a vivir esta fiesta. Esta magia que se repite cada año. Desde el momento en que te veo, ya no puedo abandonarte, tierra agridulce". Milena y Maria Luigia crecieron en un pueblo fantasma del sur de Italia, a menos de una hora de Matera, capital de la región de Basilicata. Aquí, todo se detuvo en los años cincuenta. En setenta años, esta ciudad ha pasado, según Palmiro Togliatti, exsecretario del Partido Comunista Italiano (PCI), de "vergüenza nacional" a "Capital Europea de la Cultura en 2019". Después de habernos enseñado un pueblo sin un alma, en el que es difícil distinguir las casas habitadas de las que no lo están, las dos hermanas nos regalan un CD del cantante Pietro Cirillo para que miremos su tierra desde otra perspectiva, la que resiste.
Una música mágica, hipnótica. Continuamos nuestro periplo con la barriga llena en un Ford Fiesta repleto de manzanas, uvas y melones amarillos que nos han regalado en la carretera. Pietro Cirillo empieza a cantar como si estuviera con nosotras y nos hiciera de guía por los pueblos vacíos y las tierras áridas. Hay una búsqueda continua entre sus notas que parten justo de este mundo arcaico y campesino en el que Milena y Maria Luigia han crecido. Así es como empieza nuestro viaje por la región más despoblada de la península itálica. Vamos en busca de los que decidieron quedarse y de los que se fueron pero regresaron transcurrido un tiempo, porque, como nos han enseñado, "los orígenes se dejan sentir". Y vamos también en busca de los que llegan por primera vez, después de pasar una vida en otras tierras o en otros mares.
De carne y hueso
La región de Basilicata lucha contra el descenso constante del número de habitantes. Todos los años, las cifras indican casi 3.000 personas menos. La causa: pocos nacimientos y mucha emigración. Ambos elementos caracterizan a una región que, tras el último informe Svimez, la asociación para el desarrollo industrial en el sur, descendería del umbral de los 400.000 habitantes en 2065, frente a los 570.365 que tiene actualmente. En Lucania, antiguo nombre de la región de Basilicata, ya no hay ninguna ciudad grande. Si excluimos las dos capitales de la provincia, Potenza y Matera, que tienen una población de 67.168 y 60.351 habitantes respectivamente según el Instituto Nacional de Estadística italiano (ISTAT), todas las demás ciudades cuentan con menos de 20.000 habitantes.
Escuchamos una primera opinión de alguien ha dedicado su vida a estudiar esta tierra: Ettore Bove, profesor de economía y de política agroalimentaria en la Universidad de Basilicata. No niega que la demografía es una verdadera urgencia, pero está convencido de que, creando una red turística adecuada, el problema podrá solucionarse. "Basilicata está dividida en dos partes. Por un lado tenemos la carne, que corresponde a los espacios más desarrollados, como Matera y las zonas aledañas. Por otro, está el hueso, las zonas subdesarrolladas. Esta dicotomía corre el riesgo de aumentar sus proporciones, a menos que se intervenga". Como señala, puede que el turismo sea la clave. "Es nuestro único medio para combatir el abandono de los territorios. Hay que identificar y dar valor a los recursos locales con el fin de crear una oferta turística enfocada hacia la cultura, la ecología y la ciencia. El verdadero reto es desestacionalizar la presencia turística".
27 de los 131 municipios de la región cuentan con menos de mil habitantes. Algunos de ellos corren el riesgo de quedar totalmente deshabitados de aquí a unas décadas. En otros, los habitantes y las instituciones han reaccionado a la hemorragia demográfica proponiendo una oferta turística y cultural. Esta iniciativa ha garantizado la supervivencia de los pueblos e incluso, en algunos casos, un desarrollo casi impensable hace algunos años.
Un ejemplo modélico es el de Irsina, un municipio de la colina de Lucania. Ha vivido un renacimiento gracias a los residentes extranjeros. Pero está también Borgo Taccone, a unos kilómetros de Irsina, donde vive todo el año una única familia que sueña con hacer renacer el cine del país. No hay que olvidar a Guardia Perticara, un pueblo que ha intentado apostar por el petróleo para evitar desaparecer a toda costa. Sin embargo, las actividades del pozo han disminuido en la actualidad. Para continuar sobreviviendo, Guardia Perticara está obligada a encontrar otro tipo de oro, quizás menos negro. En algunos pueblos del interior, la vida no es fácil. Pero tampoco ahí los jóvenes tiran la toalla. Es el caso de Craco, un pueblo abandonado que se ha convertido en plató de rodaje para numerosas películas, o de San Paolo Albanese, donde la lengua y la ropa con colores típicos de Albania atraen a curiosos y amantes de la historia.
La posibilidad de una isla
Llegamos a Irsina. Es el último día de la fiesta dedicada a Santa Eufemia. Una costumbre que rinde homenaje a la patrona de la ciudad, pero también una institución para toda la comunidad: cuatro días dedicados a la santa que los leones rehusaron devorar, o al menos eso es lo que cuenta la leyenda. Irsina dobla o triplica su número de habitantes en este periodo festivo pero, una vez terminada la ceremonia, todo vuelve a ser como antes. A día de hoy, los residentes son cerca de 4.900 y el número disminuye cada año. "Las primeras emigraciones empezaron en los años 60", nos cuenta Nicola Morea, nacido en 1978 y alcalde de Irsina desde el 2015. Regresó a su tierra natal después de haber estado diez años en Milán, donde estudió para ser abogado. "La reforma agrícola no daba los resultados esperados: siete hectáreas por persona no eran suficientes para cultivar uva", continúa el alcalde. "Por eso las familias empezaron a irse al norte y más concretamente a Sassuolo, ciudad en la que estaba naciendo la industria de la cerámica".
Es justo en los campos de Módena, la provincia vecina, donde hoy en día uno puede encontrar una «filial» de Irsina. Examinando las cifras detenidamente, descubrimos que casi 8.000 personas naturales de Irsina residen actualmente en Sassuolo, ciudad que cuenta con unos 40.000 habitantes. Una quinta parte son de Irsina, lo que la convierte en una de las mayores comunidades italianas que han emigrado desde su lugar de origen.
"Tarde o temprano los orígenes se dejan sentir y te llaman"
Nicola Morea, alcalde de Irsina.
Desde los años 80, Sassuolo e Irsina están hermanados. Los alcaldes son amigos y trabajan juntos en un proyecto para dar a conocer el impacto de la emigración desde Basilicata hacia la provincia de Módena. Como otros, Nicola Morea regresó a Irsina porque volvió a sentir con fuerza el peso de sus raíces. "Tarde o temprano los orígenes se dejan sentir y te llaman", cuenta mientras nos ofrece un enésimo café. Evoca para nosotros el pequeño mundo de uno de los pueblos más antiguos de Basilicata. Para él, ser alcalde no es un oficio sino una pasión a jornada completa que no es sinónimo de plenos municipales, tomar decisiones y firmar papeles. Su teléfono no para de sonar. No puede dar un paso por la calle sin que alguien lo pare. Siempre sonríe, a la vez que va dándonos detalles sobre Irsina y algunos consejos. Asiente con la cabeza a las personas que quieren hacerle saber cómo le va a su hijo en el colegio y, a veces, desaparece porque alguien lo necesita.
Irsina está situada en una colina a unos 550 metros de altitud. Domina los valles del Bradano y del Basentello, pero sus orígenes se remontan a la época del homo erectus. A día de hoy, Irsina intenta resistir a la despoblación abriendo sus puertas, sobre todo, a los jubilados. Venidos de todo del mundo, deciden instalarse aquí en busca de la tranquilidad que solo un pueblecito puede ofrecer. Pueden hacerlo gracias a los precios asequibles y a la proximidad del aeropuerto de Bari (a menos de una hora). "Gracias a ellos, nuestro casco histórico vive una segunda vida. Trabajos respetuosos con las estructuras y los materiales y numerosas inversiones se están dando prisa por transformar Irsina en una pequeña joya del sur", afirma el alcalde.
Un paseo por la parte antigua de la ciudad permite advertir rápidamente que los nombres que aparecen en los timbres son anglosajones. Sandy y Ketih llegaron hace unos años, en el 2006. Son la primera pareja que decidió comprar una casa en Irsina para pasar aquí su jubilación. De Londres a Basilicata por la tranquilidad, pero sobre todo por las vistas. Ann y Ian les siguieron: ella fue periodista y él programador. Estamos en su terraza, en el corazón de Irsina, donde nos invitan a vino y especialidades locales al más puro estilo italiano. Basta mirarlos a los ojos mientras observan los tejados para percatarse de que es aquí, después de atravesar medio mundo, donde han encontrado su sitio, un sitio donde tienen su casa. "¡Con Internet y las redes sociales estás tan conectada que ya no es necesario vivir en Londres para trabajar!", explica la experiodista irlandesa.
Luego están los que viven en las casas de piedras blancas, y los que las construyen y las decoran, siempre siguiendo el gusto local. Rocchina Natale es la arquitecta de Irsina, adorada por los extranjeros. "La gente me deja las llaves, su tarjeta de crédito. Tienen mucha confianza y dicen haber encontrado la paz aquí". Hace diez años, a Rocchina le costaba tener un ritmo constante de trabajo. Ahora, los clientes hacen cola. Los nuevos habitantes han vuelto a dar vida al país y esperanza a los más jóvenes, que se han reinventado.
Amanece, la nieve vuelve a cubrir el comedero, unos extraños cerditos saltan. No hace falta más que un silbido para que corran hacia su ración diaria de comida. Los llama Giuseppe Signorillo, 33 años. Este joven que ya empieza a tener canas empezó los estudios de zootecnia y agricultura, pero el canto de sirenas de los campos de Irsina le ganó finalmente la batalla a los libros. Junto con dos amigos tuvo la idea de recuperar una raza de cerdos casi en vías de extinción: el cerdo negro de Lucania. "Somos ambiciosos. Queremos preservar la raza y controlar nosotros mismos todo el proceso: de la granja al restaurante, todo se hace en casa", explica Giuseppe. El restaurante se llama Fuoco Divino. Los camareros y los cocineros, que sirven y elaboran platos a base de cerdo de pelo negro, son todos jóvenes.
En Irsina, los jóvenes no solo se centran en el campo. Angela, 36 años, nos espera en su Irislab, un taller de cerámica que decidió abrir una mañana de junio, hace dieciséis años. En aquel entonces no había tradición artesanal en esta ciudad de Basilicata.
"Quedarse también requiere valor"
Angela, joven artesana.
Sus trabajos podrían hablar por ella, teniendo en cuenta las historias que cuenta sobre platos, tazas de café y azucareros. De pequeña era una niña tímida e introvertida. Se interesó pronto por la pintura y descubrió que también podía expresarse con pinceladas de color, no solo con palabras. "No solo se vive de pan y de arte", le decían sus abuelos, pero no le importaba. Estudió el bachiller artístico, se enamoró, fue mamá, pero no optó por irse como todos sus compañeros. Al contrario, se quedó. Irse habría sido demasiado fácil para ella. "Fue una elección. Igual que irse, quedarse también requiere valor, sobre todo cuando uno va a contracorriente", explica. "Un día compré un horno de cerámica. Quería sentir la emoción de beber un café, un rito tan simple como fundamental, con la taza que había fabricado. Así fue como empezó todo", explica Angela, mientras se coloca un mechón de pelo rubio detrás de la oreja a la vez que decora un plato en una callejuela del pueblo que da al infinito.
"Desde cualquier sitio que te pongas en Irsina, ves el infinito. Paseo mucho. Recojo los olores y las historias de mi tierra e intento convertirlas en arte. Es el único sitio en el que encuentro ese silencio que me deja espacio, pero que a veces puede llegar a ser ensordecedor", explica Angela, mientras disfrutamos las vistas desde uno de los puntos que ofrece las mejores panorámicas de la ciudad. "Porque la verdad es que aquí, a veces, nos sentimos solos. Pero en teoría me doy cuenta de que nosotros (ella, su marido y sus dos hijos), estamos aquí. Estamos precisamente aquí".
Aquí, Angela vive bien de su trabajo, con todas las dificultades asociadas a la puesta en marcha de una actividad en un pueblo. "Todos los días tengo que reinventar algo. Hace falta mucha pasión, pero jamás hay que bajar los brazos. Se lo hemos enseñado a nuestros hijos. Hay que creer en lo que se hace, si no terminas poco a poco por renegar de ti mismo. Aquí me siento libre, nunca he echado en falta la ciudad. Me organizo y elijo mi tiempo, pero también es verdad que hay que ser valiente. Me gustaría decirles a mis compañeros que no sirve de nada vivir en una ciudad grande y bonita, con unos ritmos y unos horarios, si no es posible disfrutar de las pequeñas cosas. Aquí hay muchas posibilidades. A lo mejor somos nosotros los que no queremos verlas, más allá de los problemas de nuestra tierra".
Los lotes fantasmas
Una atmósfera surrealista. Cuando ponemos los pies en Borgo Taccone, son los ladridos de los perros callejeros los que interrumpen el vacío y el silencio. Un montón de fardos de heno, un cartel sobre una pared gris que pone "casa en peligro" y el asfalto desgastado, sus baches rellenos de tierra y barro. Taccone forma parte de los enclaves rurales construidos en los años 50, una aglomeración de pabellones pensados para acoger a los trabajadores de los alrededores. "Mis abuelos vinieron aquí. En la época de la reforma territorial había incentivos fiscales. A veces, la tristeza nos invade, pero no podemos abandonar nuestra tierra. Otras veces, el pueblo nos regala enormes bellezas", nos explica Milena, agrónoma. Junto con su padre y su hermana Maria Luigia, son la única familia que vive todo el año en el pueblo. Hay cinco o seis familias que todavía conservan una casa en Borgo Taccone, pero solo vienen en determinadas épocas del año.
"Hasta 1980 aquí había un poco de todo", continúa Milena. "Lo que no había era un colegio, pero sí una tienda de comestibles y una iglesia. Hay proyectos en los cajones para recuperar el pueblo, pero por el momento ninguno ha visto la luz. Estamos esperando, por ejemplo, que el ayuntamiento compre el antiguo cine, un lugar de ocio para los campesinos". Para encontrar la entrada, hay que bordear la hierba demasiado alta y los espinos. Empujamos la chirriante puerta roja y lo que vemos es una sala vacía, llena de excrementos de palomas, donde solo cabe imaginarse la proyección de películas, por ejemplo de 'Cinema Paradiso'. "Mi padre Antonio trabaja en el campo. Las personas que no viven aquí no pueden entender nuestra elección de quedarnos. Pero tenemos de todo: agua, electricidad, servicio de limpieza. Estamos en contacto directo con la naturaleza. Mi padre se moriría si tuviera que vivir lejos del campo. Yo me muevo por la provincia para efectuar mis consultas de agrónoma". Paseando llegamos a las antiguas vías del tren. En el horizonte, cereales que germinan y colinas de un verde claro. Jesucristo pudo haberse detenido en Éboli, aquí donde ya no pasa el tren.
Giuseppe Las Casas, profesor de Técnica y Planificación Urbanística en la Universidad de Basilicata, ha dedicado la mayor parte de sus estudios a los pueblos con pocos habitantes y parece tener las ideas muy claras. "Si aplicamos el concepto de desastre a la dimensión social, podemos decir que el abandono de los territorios es un verdadero desastre. El único método para frenar la despoblación de los municipios de Lucania es replantearse la forma de proporcionar servicios a los habitantes: una gestión compartida, y por tanto unitaria, de los servicios. Es una idea de la que se habla pero que no encuentra una aplicación concreta. Un tema importante en esta propuesta es el de el aislamiento. Muchos piensan que la solución es hacer carreteras, pero las carreteras tienen que ser accesibles. Si yo hago carreteras que unen lugares donde la edad media de los habitantes es muy alta, ¿cómo podrán beneficiarse las personas si no les garantizo también el transporte público?".
De este tema, Milena y su familia saben algo: "Pagamos todos los impuestos como cualquier ciudadano italiano pero no recibimos el mismo trato". El transporte y las infraestructuras han dejado plantados a los pueblos pequeños de la región de Basilicata. "Pero por eso no nos vamos a ir. Con nuestras competencias en agricultura y en técnica medioambiental, nos gustaría que esta zona se convirtiera en un punto de referencia para las tradiciones biológicas y de permacultura de Lucania. Si no la preservamos, la variedad de uva Capello, típica de aquí, dejará de existir".
A pesar de las grietas de la polvorienta iglesia -ahora cerrada al público-, a pesar de los socavones en las carreteras, a pesar de los barrotes en las puertas de los pabellones que alguna vez fueron las casas de los campesinos, Milena no siente nostalgia. Su sonrisa adornada con barra de labios rojo púrpura, no se rinde a la tristeza de su pueblo fantasma. Al contrario, solo habla de este lugar y de sus raíces, que solo se sienten aquí: "¿Qué es lo que me retiene aquí? La belleza del cielo nocturno cuando está despejado. Aquí se puede admirar un panorama cósmico increíble. Cuando está totalmente oscuro, miro las estrellas y me digo: ¿pero quién tiene un trozo de cielo como este?".
Guardia Perticara: entre la cultura y el petróleo
Se autodenomina "el pueblo de las casas de piedra", en referencia a los materiales utilizados para la construcción de los edificios de su casco histórico. Hace unos años, la mayoría de las casas estaban deshabitadas en Guardia Perticara, un municipio del valle del Agri, en la provincia de Potenza y considerado entre los más bonitos de Italia.
Aunque el ayuntamiento tenía censados 542 habitantes a 31 de agosto de 2017, la reciente llegada del petróleo ha generado una renovación demográfica. La intensificación de la extracción petrolera en la región, con todas las controversias y contradicciones que ello ha traído, fue un golpe de suerte para los habitantes de Guardia Perticara, al menos en el aspecto económico. Los trabajos de construcción de la nueva refinería de la empresa Total han atraído cientos de obreros que residirán en el pueblo hasta la puesta en marcha oficial de la estructura. "Desde hace varios años, cada vez más personas se mueven alrededor de nuestro municipio", cuenta Angelo Mastronardi, alcalde de Guardia Perticara. "La población efectiva casi se ha duplicado. La mayoría de las casas que quedaron deshabitadas ahora están alquiladas". Para el alcalde, esto es una consecuencia positiva, incluso para la buena marcha del empleo.
En la plaza principal del pueblo quedamos con Giacomo, Enzo y Luigi. Los tres andan por los cuarenta y trabajan en el petróleo. El momento es ideal: son las seis de la tarde y todo un ejército de obreros con monos naranjas regresan de la fábrica. Tienen las manos pegajosas y la tez bronceada. "Yo soy de Calabria", dice Giacomo. "Estoy a gusto aquí. Nos han dado casa a un precio irrisorio y por la tarde noche nos juntamos todos los obreros. Se ha creado una verdadera comunidad".
Esta especie de 'boom' económico que ha azotado el centro del valle del Agri no durará indefinidamente. "Ahora mismo, es indiscutible que la empresa de petróleo ofrece oportunidades para los jóvenes, pero lo que se tiende a olvidar es que todo eso solo es temporal. Una vez que se acabe la construcción de la refinería y eche a andar, necesitaremos menos trabajadores", afirma el alcalde. Por tanto, el tema del desempleo volverá al centro del debate, algo que ya se está produciendo. Desde el mes de diciembre, el número de obreros que Total ha movilizado para llevar a cabo la obra se ha dividido a la mitad.
En palabras de Lucia, una joven de Guardia Perticara, alumna del instituto de hostelería de Potenza y camarera temporal en el único bar del pueblo, "a los que quieren vivir del petróleo, de momento no les falta el trabajo. En cambio, los que quieren tomar otras vías no lo tienen fácil a la hora de elegir. A las personas que vienen aquí les gusta Guardia por su tranquilidad pero, cuando se vive aquí, ya no es lo mismo: solo hay una tienda de comestibles, y no es el mejor sitio para comprar ropa". Cuando le preguntamos si ve su futuro aquí, responde: "No sé todavía qué hacer con mi vida, pero no excluyo la posibilidad de marcharme".
Con los años, son muchos los que han abandonado Guardia Perticara. Tanto es así que el colegio está cerrado desde hace dos años por falta de alumnos. "A los niños les corresponde el colegio deArmento o el de Corleto, los dos pueblos más próximos", explica el alcalde. Se desplazan para asistir al colegio, pero también para divertirse. Por ejemplo, el cine más cercano está en Potenza. Los que quieren disfrutar de una película en una gran pantalla tienen que recorrer 60 kilómetros por una carretera en zigzag poco transitable en invierno. Para paliar esa falta, el alcalde había pensado poner un autobús a disposición de los habitantes para llevarles hasta el vecino cine, pero la idea no fue muy bien acogida por los propios interesados: "La única vez que nos hemos reunido para organizarnos fue para asistir a la proyección de una película de Navidad", lamenta Mastronardi.
"Para los que quieren vivir del petróleo, el trabajo no falta. El problema es para los demás".
Lucia, estudiante.
A pesar de las insuficientes infraestructuras, el alcalde trabaja duro desde hace varios años para proponer una oferta cultural a sus habitantes y a los turistas que están de paso en Guardia. Ahora mismo se están preparando cuatro exposiciones permanentes. Se podrán ver en un edificio histórico del pueblo. Antes había una biblioteca abierta al público. El alcalde cuenta: "Dado que no se reciben periódicos en el pueblo, la anterior administración tuvo la idea de dejar abierta la biblioteca para que se enviaran allí directamente periódicos y revistas. La gestión la llevaban jóvenes de la zona, que se relevaban cada dos meses". Luego, los voluntarios dejaron de venir y, de momento, la biblioteca está cerrada.
Sin embargo, la biblioteca no ha perdido su importancia y recientemente ha recibido una generosa donación de una persona particularmente vinculada al pueblo. "Mi padre era un hombre muy culto. Tenía una biblioteca de 2000 libros que, tras su muerte, yo no habría podido guardar en mi casa, por lo que decidí legarlos a Guardia, su pueblo natal y al que tanto cariño tenía. Vi esto como una invitación a la lectura y al redescubrimiento de la cultura". El origen de esta donación se llama Rosi Massari, una abogada milanesa cuyo padre, Franco, médico y profesor universitario, era natural del pueblo del valle del Agri. "Mi padre sentía un gran amor por su pueblo natal", continúa. "Me transmitió ese apego. Aunque nací en Milán y pasé allí toda mi infancia, Guardia me parecía una especie de joyero lleno de valores auténticos, casi como un remanso de paz. Por eso no quiero verla desmoronarse".
En verano, Rosi regresa al pueblo y organiza eventos culturales. El último, 'AvanGuardia', un festival dedicado al arte en todas sus formas. "Porque la cultura nos permite ser conscientes de la belleza de nuestra propia tierra y valorarla. Eso es lo que deseo para Guardia", concluye.
Craco: un decorado al aire libre.
Craco es un pueblo lleno de contradicciones: el centro histórico, evacuado desde hace varias décadas debido a un desprendimiento de tierra, atrae a turistas y curiosos. La zona más reciente, por el contrario, es sosa, triste, habitada par un puñado de personas contrarias a desplazarse hasta centros limítrofes para aprovecharse de servicios que no encuentran en su pueblo. "Pan y trabajo". La reivindicación roja, escrita por los campesinos antes de la reforma agraria, se marchita, se intuye en la fachada del palacio Grossi, residencia de los dueños de las explotaciones agrícolas de la región. Hasta 1960, este pequeño núcleo de la provincia de Matera era el reino del trigo. Se producía tanto que sus 2000 habitantes no eran suficientes para cultivar las tierras de las familias adineradas. Había que ir a buscar brazos hasta Salento.
Todas esas tierras, redistribuidas tras una reforma, no se cultivan hoy en día. La Unión Europea paga a los propietarios para que las dejen baldías. Situado en una colina y rodeado de barrancos, antiguamente tierra de conquistas normandas y bizantinas, el pueblo ya no existe. Su declive comenzó en 1963, cuando un corrimiento del terreno amenazó las casas y a sus habitantes. El proceso fue lento, pero inevitable. La obcecación humana no hizo más que precipitar las cosas. "En 1967, cuando el suelo se había hundido a 20 metros de profundidad, un ingeniero estadounidense sugirió la idea de crear terrazas bordeadas de árboles, pero los técnicos del pueblo prefirieron construir dos gruesos muros de contención que empezaron a ceder cinco días después de su construcción. A partir de 1974, los habitantes fueron obligados a evacuar el pueblo". Es lo que nos cuentan Antonio y Mafalda, una pareja de resistentes instalada en los barrios populares sobre las cuestas del viejo Craco.
Les dieron esta casa justo después del famoso corrimiento. "Teníais que haber venido a ver el pueblo cuando estaba todavía en pie, no ahora que está en ruinas", bromean los esposos acariciando la cabeza de un imponente pastor de Maremma. Hoy solo queda un decorado de una belleza antigua, utilizado desde hace décadas para el rodaje de películas y cortometrajes. Desde Francesco Rosi a Mel Gibson, son muchos los que lo han elegido para rodar escenas de sus películas. Los rodajes son lucrativos para el municipio, que ha puesto en marcha un proceso para el aprovechamiento del centro histórico desde el 2009. Visitar el pueblo sin hacer fotos supone un desembolso de 15 €, y 40 € si se quieren tomar algunas fotografías.
La mayoría de turistas quedan impresionados por esta fascinante desolación que atormenta las callejuelas de Craco. "En 2010, 1500 personas lo visitaron; en 2016 fueron 15 000", nos cuenta Antonio ofreciéndonos un crodino, un aperitivo amargo sin alcohol, a base de hierbas y frutas. "Esta operación ha permitido proteger el lugar de posibles vándalos, de los estragos del tiempo y de las cabras, que continuaban deambulando tranquilamente por las calles del pueblo". Resumiendo, después de varios años de olvido, la administración y una cooperativa de quince personas trabajan en volver a dar lustre al pueblo. Un lugar que, contrariamente a lo que sostuvo Rocco Papaleo en su película Basilicata coast to coast, no "rechazaron la modernidad", sino que fueron completamente destruidos. Por fuerzas naturales, cierto, pero también por negligencia.
Las callejuelas de Craco ya no podrán jamás ser un hervidero de gentes nacidas y criadas entre sus piedras, ni de esa gente ni de su descendencia, pero las casas permanecen allí, en equilibrio inestable. A pesar de sus grietas, resisten el paso del tiempo para recordarnos todo el mal que puede engendrar la superficialidad de los seres humanos.
San Paolo Albanese: unas tradiciones en peligro
San Paolo Albanese es el pueblo más pequeño de toda Basilicata. En diez años ha perdido 100 habitantes. Tanto es así que este pueblo, fundado por los albaneses que huían de la dominación turca, podría desaparecer en unos años. Paola, sentada a la puerta de su bar, anda ocupada en sacar brillo a los vasos. Si le preguntas cuánto tiempo le lleva hacer eso, te responderá que hace falta tiempo y paciencia.
Le cuesta expresarse en italiano, por timidez pero también porque el italiano no es su lengua materna. Con 26 años, Paola es una de las pocas jóvenes entre los 263 habitantes de San Paolo Albanese, uno de los cinco pueblos de la región de Basilicata de origen arbëresh, una comunidad de albaneses instalados en el sur de Italia. Fue fundado en el siglo XVI por una comunidad de refugiados albaneses que huían de la invasión otomana.
"En los últimos diez años hemos perdido 100 habitantes. Y la cultura arbëresh corre el riesgo de desaparecer definitivamente".
Los habitantes de San Paolo Albanese son sobre todo personas mayores. La edad media del pueblo es de 54,2 años, por los 45,7 de la media regional. Conservan la lengua y las tradiciones religiosas de su país natal. Si os los encontráis en cualquier esquina de las calles (casi desiertas), los escucharéis fácilmente hablar en albanés antiguo, una lengua que adoran, aunque cada vez son menos los que la dominan. "Nuestro pueblo ha sufrido una fuerte despoblación. En estos últimos diez años, hemos perdido 100 habitantes, es decir, somos 10 personas menos cada año", explica Maria, guía turística en el pueblo. "San Paolo es precioso, pero la vida diaria aquí es complicada", nos cuenta. Maria también es la responsable de la conservación de los usos y costumbres de San Paolo, a través de una joya cultural: el Museo de la Cultura Arbëresh. Valiéndose de algunas piezas, nos hace descubrir el ciclo de trabajo de la retama, cuyas fibras se emplean en la fabricación de tejidos, así como en trajes tradicionales del pueblo.
Cuando se vive en un sitio tan pequeño, uno se ve obligado a desplazarse para todo, a veces incluso para comprar el pan. De hecho, a parte de una tiendecita que vende un poco de todo, en el pueblo no hay nada: ni rastro de carnicería, de tienda de ropa de temporada o de oficina de correos. Por la noche no hay médico y el colegio de primaria cerró en el 2011. La falta de colegio en el pueblo penaliza directamente a los niños que no hablan el idioma arbëresh en sus casas y que no tienen ninguna otra forma de aprender la lengua de su comunidad.
Existe, sin embargo, una solución para acercarse a la tradición. Se encuentra a dos pasos del museo: en la iglesia donde se celebra la misa según el rito greco-bizantino, conforme a la tradición arbëresh. Todos los domingos, al son de las campanas, los fieles van ocupando los asientos, sin preocuparse demasiado del horario establecido. Una vez que la iglesia se llena, el cura empieza la celebración.
Entre esos bancos llenos de cabezas blancas entonando himnos en arbëresh, el pueblo moribundo parece volver a la vida, y la despoblación ya solo parece un espejismo lejano, una invención de sociólogos llegados de no se sabe dónde.
"En las tierras del interior, en los pueblos, allí donde algunos solo ven el pasado, yo veo el presente, pero sobre todo el futuro". Franco Arminio, el poeta contemporáneo más famoso de Lucania lo escribe y lo repite desde hace muchos años. Vive en un pueblo pequeño, en Bisaccia, y sus versos elogian la belleza de las pequeñas cosas, versos que le han permitido conquistar a un gran número de lectores, sobre todo a través de sus publicaciones en Facebook. Se define como un "abandonólogo", un narrador de lo pequeño más que de lo grande. Desde su mirada, cada sitio es una búsqueda del Hombre, cada sitio es resistencia al tiempo.
Con 9 años ya era un tipo original: nunca pensó ni por un instante abandonar su pueblo. Su abuelo fue un comunista que emigró a América ya con una edad avanzada. Su padre era posadero y su madre se dedicaba al trigo. "Nací en 1960. Cuando era pequeño, no tenía juguetes en casa", nos cuenta el poeta. "El mundo infantil estaba fuera, era el paisaje. Eso es justo lo que hace el abandonólogo: establecer un vínculo con una tierra, que se transforma en una forma de atención exacerbada a los lugares, que habitualmente no reciben atención. Los pueblos están a menudo desiertos. Yo intento encontrar una especie de compromiso entre la etnología y la poesía. El exterior y el interior se encuentran y se complementan. Para mí, la poesía representa sobre todo un compromiso ciudadano, una manera de asumir una mirada combativa".
"¡Así que corre, corre! Corre hacia tu tierra que te espera. Esta tierra de trigo y de sol. Esta tierra que solo es alegría". La letra de la canción del CD de Pietro Cirillo resuenan todavía en nuestro coche. Tantos actos diferentes y variados de resistencia para no sucumbir a la despoblación.
Al ver las cifras, algunos pensarían que la región de Basilicata está al borde del abismo. Y sin embargo, transportada quizás por ese mismo viento que acaricia y mueve los tomates puestos a secar al sol en todos los balcones, siempre hay un alma que vive...
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Traducido del francés por Belén Burgos Hernández.
Este artículo forma parte del proyecto editorial Empty Europe. Encuentra los artículos originales de la serie dedicada a la despoblación en Europa, así como los vídeos aquí.
Translated from Basilicate : L'Italie et sa Botte secrète