Barcelona: de la emergencia turística a la emergencia climática
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Juan Manuel Rodríguez SawickiLa ciudad condal cuenta con el mayor puerto de cruceros de toda Europa. Durante años la ciudad ha tratado de limitar las visitas masivas de cruceristas que atraviesan la ciudad a contrarreloj sin siquiera pernoctar una sola noche… pero los resultados no han sido siempre positivos. Y, por si fuera poco, el Ayuntamiento acaba de declarar la emergencia climática en la ciudad. ¿Es posible controlar el turismo de cruceros en Barcelona?
"Una vez, un pasajero me preguntó dónde estaba la Torre Eiffel, tras desembarcar en el puerto de... Barcelona". Quien cuenta esta anécdota es Eli, una guía oficial de la ciudad, mientras señala el muelle de los grandes navíos desde el puente Porta d'Europa. Con más de 3 millones de pasajeros por año, Barcelona es el puerto de cruceros más grande del Viejo Continente. "Si tienes suerte, te pueden tocar los barcos más lujosos que vienen con grupos de 25 personas; en general, se trata de pasajeros más informados e interesados". En cambio, la experiencia con la gente de los cruceros de bajo coste es a menudo mucho peor.
Ola tras ola
Los cruceristas se mueven en grupos de entre 40 y 50 personas que son recibidos y reunidos al bajar del barco. Se les asigna un número para que no se pierdan, para reconocer el autobús de vuelta y para saber a qué guía deben seguir. Los cruceros suelen llegar al mismo tiempo y es fácil confundirse. La estatua de Cristóbal Colón que domina el paseo marítimo es el punto de partida, allí comienza la carrera contrarreloj para visitar la ciudad: quince minutos para llegar al Barrio Gótico, una hora y cuarto para visitarlo; casi media hora para llegar a la Sagrada Familia y una hora para admirarla (desde fuera); unos veinte minutos para subir hasta el Montjuïc y otros treinta minutos de visita. Los viajeros fugaces que solo pasan el día representan algo menos de la mitad de todos los cruceristas, mientras que un 80% de quienes llegan en avión se hospedan en la ciudad. Justamente, al quedarse poco tiempo, los cruceristas también gastan menos. Además, como llegan en oleadas de grupos numerosos, muchos residentes los encuentran invasivos e irritantes.
"No es raro que la gente les grite o insulte", dice Eli, que trabaja como guía autónoma y es una de las 100.000 personas empleadas en la industria del turismo (40.000 de forma directa) en la ciudad. Se trata de un sector que representa en torno al 15% del PIB de la ciudad. Solo la industria hotelera factura alrededor de 1.600 millones de euros al año. "Me gusta mi trabajo, pero cuando tengo que coordinar grupos de personas que ni me escuchan y que usan la ciudad como un parque de atracciones, o cuando veo que una parte de Barcelona está patas arriba a causa del turismo masivo y la vida nocturna, me dan ganas de cambiar de trabajo. Y es lo que voy a hacer", confiesa, antes de declararse ecologista.
En junio de 2019, Barcelona fue considerada la ciudad europea con mayor nivel de contaminación generada por el consumo de gasolina de los cruceros. Según los datos de Transport & Environment, una ONG de Bruselas, la capital catalana está a la cabeza en cuanto a las emisiones de NOx (óxidos de nitrógeno), SOx (óxidos de azufre) y de PM10 (pequeñas partículas). Pero las autoridades portuarias aseguran que solo son responsables de menos del 10% de la contaminación por NOx y PM10 del aire de la ciudad. Se espera que la situación mejore a partir de enero del 2020 porque la Organización Marítima Internacional (OMI) ha prohibido el uso de gasolinas que contengan más de 0,5% de azufre (en lugar del 3,5 actual), aunque la cuestión medioambiental no es más que una de las dimensiones de la fragmentación del tejido social que provoca el turismo masivo.
¿Un turismo masivo y sostenible?
En La Rambla, la arteria principal de Barcelona, una botella de agua puede costar hasta dos euros con cincuenta. Al mismo tiempo, hay jóvenes que reparten mapas gratuitos de la ciudad, así como folletos de eventos, de atracciones, del City Tour en autobús o de descuentos. Daniel, un activista de 43 años de la plataforma vecinal Ciutat Vella no está en venta, traza una línea sobre una hoja: "Este es el flujo de personas que suelen caminar por la Rambla...". Luego señala una serie de líneas perpendiculares: "...y este es el camino que toman los vecinos del casco antiguo para evitar semejante río de turistas". Según un estudio, solo dos de cada diez personas que caminan por la Rambla viven en Barcelona.
La Negreta del Gòtic, en el centro histórico, es un espacio social utilizado por diferentes colectivos. Daniel forma parte de la Assemblea de Barris pel Decreixement Turístic ("Asamblea de Barrios por un Decrecimiento Turístico"), antes llamada “Asamblea por el turismo sostenible”. "Cambiamos de nombre. Ya no creemos en la ilusión de un 'turismo sostenible': el turismo masivo no puede ser sostenible". Una postura rotunda que se apoya en que "la actual presión turística no es compatible con una viabilidad urbana, social y medioambiental. Hemos sido testigos de la expulsión masiva de vecinos y amigos que han vivido en el centro histórico durante toda su vida". A sus 32 años y con dos hijas, la especulación inmobiliaria cambió radicalmente la vida de Laura. La precariedad y el trabajo en negro no le dejaron alternativa: "Me aumentaron el alquiler de 500 a 800 euros. No podía quedarme en el centro, ahora vivo en las afueras".
En realidad, vivir en Ciutat Vella tiene pocas ventajas. "Para coger el metro hay que atravesar un mar de turistas, en el autobús nunca hay sitio, y cerca de tu casa ya no queda ni una sola tienda que no sea para turistas: no pegas ojo en toda la noche, tu vida cambia", confiesa Carla, una señora que ha colgado una pancarta de su ventana con la inscripción "Volem un barri digne!" (¡Queremos un barrio digno!). Fuera del casco histórico, de la Sagrada Familia en adelante, la sensación de invasión es mucho menos fuerte, si bien también existe cierto nivel de saturación a causa de la migración progresiva de los residentes del centro a las afueras de la ciudad. La reubicación de todas estas personas en los barrios más periféricos, la ola de reubicación, ha hecho que allí los alquileres también aumenten constantemente.
Según un estudio del Ayuntamiento de Barcelona realizado en 2017, 4 de cada 5 barceloneses piensan que el turismo trae beneficios, pero cerca del 60% afirma que la ciudad ha llegado al límite de su capacidades de recepción. Desde 1990, se ha cuadruplicado el número de turistas que se hospedan en la ciudad. Solo en los primeros ocho meses de 2019 hubo más de 8 millones. Los Juegos Olímpicos de 1992 supusieron el impulso inicial de un crecimiento exponencial. Sin embargo, no es una ciudad tan grande como otros destinos europeos: flanqueada por el mar, la altura de la sierra de Collserola y los ríos Llobregat y Besòs, Barcelona no tiene espacio para crecer.
De la emergencia turística a la emergencia climática
La alcaldesa Ada Colau ha construido su imagen (y sus apoyos de Gobierno) a través de la promoción del derecho a la vivienda y al turismo sostenible. Su administración ha puesto en marcha el Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (PEUAT), que impone un límite a las viviendas que se utilizan con fines comerciales, congelado en torno a 10.000 permisos. Aun así es difícil acabar con el fenómeno de los pisos alquilados a turistas de manera ilegal: (en dos años de funcionamiento, el Ayuntamiento ha constatado más de 2.000 irregularidades)[https://www.eldiario.es/catalunya/turisticos-ilegales-detectados-Barcelona-niegan_0_789521320.html]. Hay verdaderas bandas organizadas que alquilan viviendas a residentes falsos, para luego realquilarlas a turistas desprevenidos. De esta manera logran eludir los controles que, según la prensa local, resultan muy difíciles de efectuar, sobre todo a causa de la falta de recursos de la Policía municipal.
"Congestión de los espacios públicos, desequilibrio entre el número de habitantes y de visitantes, invasión de alojamientos Airbnb en detrimento de las viviendas para residentes, aumento de los alquileres, pérdida de poder adquisitivo, gentrificación comercial, degradación medioambiental": este es el precio que paga Barcelona por el turismo masivo, según Simone Moretti, profesor e investigador de la cátedra de Gestión Turística de la Universidad de Ciencias Aplicadas HZ de Vlissingen (Países Bajos). Moretti es uno de los autores del primer informe que encargó la comisión de Transportes y Turismo del Parlamento Europeo sobre este tema: Overtourism: impact and possible policy responses (Sobreturismo: repercusiones y posibles medidas de respuesta).
Con semejante contexto, es fácil entender por qué la palabra "turismofobia" se deja oír por cualquier rincón del casco histórico. Con cada noticia de aumento del flujo de turistas, la gente reacciona de manera negativa. En respuesta, el Ayuntamiento ha declarado el estado de emergencia climática a partir del 1 de enero de 2020. Además, Colau ha mostrado su voluntad de imponer límites a los cruceros y a los vuelos low cost.
Según Mar Campins Eritja, profesora de una cátedra Jean Monnet de Derecho Medioambiental Europeo en la Universidad de Barcelona, se trataría de una acción muy compleja, si no imposible, porque existen distintas normas que rigen la circulación de los buques, como es el caso de la Convención de Derecho del Mar. Sin embargo, sí hay algo que puede hacer el municipio: "en el ámbito de su competencia, la autoridad local puede y debería establecer qué tipo de turismo quiere para su ciudad".
Hemos realizado la serie AcadeMy con la contribución del programa Jean Monnet de la Unión Europea. Puedes encontrar más información sobre la labor y los objetivos de las acciones Jean Monnet en el sitio oficial de la Unión Europea.
Translated from Oltre la “turismofobia”: nel 2020, a Barcellona è emergenza climatica