Yuri Kachevatsky: Hoy, ser bielorruso está de moda
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marta agosti pinillaYuri Kachevatsky, 60 años, es director de cine y una de las figuras de la disidencia bielorrusa. Visionario, alaba la fuerza de la juventud local y el rol de Internet en la disidencia contra la dictadura.
“Para la entrevista, mejor que vengas a mi casa, metro Lenin”. Persona non grata para las autoridades bielorrusas, Yuri Kachevatsky no tiene ganas de rondar por los cafés de Minsk. Este director de cine acaba de terminar su último documental, Ploscha, donde retrata las manifestaciones de parte de la juventud bielorrusa en marzo de 2006 como oposición Alexander Lukachenko, a quien se conoce como “el último dictador de Europa”.
Esta ola de rebelión fue seguida de inmediato de un endurecimiento del régimen. “Hasta el punto de que pocos compatriotas tuvieron la noticia de la ocupación pacífica de la plaza de octubre pasado: mi película es tan sólo una gota de agua en la concienciación de los bielorrusos”, declara.
Sin embargo, esta gota de agua alimenta la marea contestataria. Filmada con una cámara oculta y montada clandestinamente con Windows 98, Ploscha tiene una distribución universal gracias a los DVD piratas que circulan de abrigo en abrigo entre la diáspora bielorrusa, instalada en las cuatro esquinas de Europa. ¿Un manifiesto cinematográfico sobre una nueva revolución en el Este?
Ávidos por el documental
Encajado en entre robustas escaleras interiores, su amplio apartamento de parqué viejo se abre con un pasillo repleto de libros: en su despacho se filtran finos rayos de luz, resaltando el aura de los libros, los papeles polvorientos y un venerable ordenador de color desvaído. Yuri Kachevatsky tiene cierto aire bukowskiano, con su rostro solapado por una barba cana y cierta malicia en los ojos ojos.
Nacido en Odessa en 1947 “de madre rusa y padre judío”, este “espíritu libre” como gusta describirse a sí mismo, reconoce que “camina entre fronteras”. Estudió en el Instituto Técnico de su ciudad, mientras soñaba en “convertirse en director de cine”. Trabajó varios años como mecánico en Ucrania, antes de instalarse en Minsk donde, como dice, “está su vida”.
Casado y con hijos, a sus 25 años su obstinación se vio compensada: Kachevatsky es contratado en la Televisión del Estado como guionista. “Me peleaba sin cesar con el director responsable de meter en imagen mis textos”, recuerda. Hasta que éste mismo, desesperado por sus críticas le propuso “filmar él mismo".
En seguida destacó por sus primeros montajes, Kachevatsky fue enviado a Leningrado para asistir al prestigioso curso del Instituto Nacional de Cine y Televisión: dos veces al año, pasaba dos meses en Rusia en donde afinaba su técnica de realización.
En seguida se inclinó por el formato documental: “Exige mas imaginación que los largometrajes clásicos porque hace falta crear una historia interesante a partir de héroes ordinarios”, nos explica. En 1996, al nuevo dirigente del país, Alexander Lukachenko, no le hace gracia ser siempre el personaje principal de su panfleto político Un presidente ordinario. Una película con el mismo nombre terminó presentándose a la selección oficial de la Berlinale un año más tarde. Kachevatsky despertó entonces la furia del régimen, pues lo calificaba de "totalitarismo contemporáneo absoluto".
No por verse puesto bajo estrecha vigilancia del KGB local, dejó de ser un cineasta reconocido, un habitual en los festivales internacionales. Golpes y heridas, además de estancias en prisión se han alternado estos años con sus rodajes. Como miembro de la Academia de televisión euroasiática, fue galardonado en 1998 con el Premio del Jurado en el Festival por los Derechos Humanos de Nueva York, gracias a su trabajo en Chechenia Los prisioneros del Caucaso. Tras más de 15 documentales y películas a sus espaldas, afirma que “la verdadera objetividad reside en la subjetividad de aquel que cuenta la historia".
Oponiéndose a los idiotas
“En los años setenta, en la URSS, metían a los disidentes en los hospitales psicriáticos; hoy en día es al conjunto de la población al que le han atiborrado de tranquilizantes por las vías de la televisión o la radio públicas”, dice indignado. Entonces, ¿Para cuándo un nuevo régimen? Por el momento no podemos hablar de una Revolución Naranja, siguiendo el modelo de Ucrania. “En Georgia o en Ucrania existen instituciones democráticas y también medios de comunicación independientes y partidos de oposición. El pueblo dispone de instrumentos a través de los cuales actuar. Bielorrusia en esto se parece más a Korea del Norte que a Ucrania. Aquí también la gente es encarcelada o asesinada. En fin, "desaparecen", nos aclara con un guiño irónico de sus ojos.
Lejos de empujar hacia el cambio, las diferentes fuerzas de la oposición bielorrusa se comportan como “idiotas”, apegados a sus divergencias e incapaces de comprenderse. “Cada uno de ellos, incluido Milinkievich, son pequeños Lukachenkos que creen saberlo todo", pronuncia con dolor. Y es que los líderes disidentes, precisa, apenas tienen el hábito de “delegar”. “No comprenden que deben de trabajar con profesionales: juristas, politólogos, comunicadores”, reflexiona.
Sin embargo, la disidencia debe basarse en "nuevos medios". Hay que terminar con las octavillas clandestinas en los buzones o los periódicos distribuidos a escondidas: la oposición bielorrusa lo tiene todo para ganar trabajando en el plano virtual. “El Samizdat –un sistema de audio- permitió la difusión de los escritos de los disidentes en la época de la antigua Unión Soviética- y hoy su paralelo es el marketing viral”, exclama.
Se le ve internauta convencido: las posibilidades abiertas por la red son innumerables. “Hace falta inventar nuevas maneras de luchar y por eso nuestra juventud es perfecta: fuerte, determinada y madura”, declara, convencido. Más eficaz al menos que la Unión Europea que "debería ser más dura con el régimen de Lukachenko.
Agradecimientos a Bella por su traducción del ruso al francés
Translated from Yury Khashchavatski : « Etre Biélorusse est à la mode »