‘Youth’, entre la levedad y la gravedad del ser
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Paolo Sorrentino (Italia, 1970) ganó en 2013 el Oscar a mejor película extranjera por La Grande Bellezza, donde por fin maduraba su estilo preciosista y cínico. Con toda la escuela del cine italiano a sus espaldas y el Oscar en la mano, Sorrentino podría haber hecho cualquier cosa, pero decidió filmar Youth y gracias a esta apuesta se ha hecho con el European Film Awards.
No existe un argumento conductor de peso en la película, comienza sin introducción y nos ofrece un macguffin [1] de lo más sencillo: Fred Ballinger, un director de orquesta retirado, interpretado por Michael Caine, rechaza volver a tomar la batuta y dirigir sus propias obras (Simple songs) para Isabel II de Gran Bretaña. Lo hace por razones personales y esa incógnita es suficiente para desarrollar el retrato de un hombre apático que intenta convencerse de su propio final, incapaz de disfrutar de la vida y perdido en rememorar el pasado.
A partir de ese momento se van sucediendo una serie de personajes hasta hacer de la película casi una narración coral. Harvey Keitel da vida al mejor amigo de Ballinger, un director de cine de éxito que trabaja en su última película, su testamento; él es la contrapartida del protagonista, la otra cara de la moneda, vital, sentimental y ligero. Sorrentino establece entre ambos personajes un discurso de contraposición constante, obligándolos a adoptar el lugar del otro. Se crea así un ejercicio filosófico acerca del amor, la amistad, la belleza, el deseo y el horror, la levedad y la gravedad, el arte, el tiempo, y en definitiva la construcción de una vida.
A esto contribuyen también Rachel Weisz como la hija de Ballinger en un período de crisis, Paul Dano, que interpreta un actor en busca de inspiración y trascendencia, Jane Fonda, en un papel corto pero intenso, Madalina Dina Ghenea, como Miss Universo (representa prácticamente una aparición de la diosa Afrodita) y Roly Serrano, que juega a ser Diego Maradona. El elenco al completo, junto con otros secundarios menores, está dirigido con gran acierto y verosimilitud. Destacan sobre todo los citados, y entre ellos, como no podía ser de otra manera, Michael Caine por su actuación sensible y compleja de un hombre seguro de sus decisiones, a la vez reservado y emocional, vencido por el tiempo y el recuerdo de su mujer.
El contexto elegido es un retiro vacacional de lujo en Suiza, un no-lugar apartado de cualquier conexión con el mundo. Sorrentino lo utiliza con vocación casi científica para realizar su experimento sobre la vida y crear una intrincada metáfora. La magnífica fotografía de Luca Bigazzi (Italia, 1958), que ya ha acompñado al director en otras películas, acentúa el ambiente ajeno del balneario y nos regala algunas tomas dignas del pintor Edward Hopper (EEUU, 1882-1967): Escenas de soledad, donde cada a cada ser humano ele arrebatan su singularidad y pasa a formar parte de la masa oscura, de los figurantes.
A través de la sensualidad
Youth, es decir, juventud. Sorrentino, un hombre en mitad de los cuarenta, ha firmado una película que parece de director anciano, de testamento. Se le ha atacado por ello ya que aumenta su dimensión presuntuosa, pero son críticas superficiales. Como en toda buena obra, el título engloba la película entera. En esta ocasión comprendemos su lógica si atendemos a la totalidad de la obra: En ese lugar fuera del mundo -el balneario- las jóvenes enfermeras atienden los cuerpos viejos en una suerte de cadena de montaje con algo de ridículo. La juventud se asocia con el deseo y la levedad, la vejez con lo grave y la apatía, lo estático.
La cinta comienza con una escena aparentemente sin relación con el resto, una madre acompaña a su hija prostituta de la mano hasta el balneario; ella representa el sacrificio a la vejez, al no-lugar, a ese mundo inalcanzable. No, no es un Carpe diem, es una reflexión sobre el lugar que ocupa la juventud en nuestras vidas, sobre cómo la sociedad contemporánea sacrifica su juventud y levedad para adentrarse en un marco privilegiado y trascendente. Quienes lo habitan están demasiado obnubilados con su individualismo feroz, desesperados por la obsesión social hacia la juventud y la apariencia.
¿Acaso hay una vía de salida para unos y otros? Es difícil dar una respuesta, porque no es explícito en la película, pero quizá después de todo sí: Quizá sea la levedad como herramienta hacia nuevas cotas de trascendencia. Finalmente son sólo los jóvenes externos al balneario quienes escapan a la reflexión constante del interior (y de la consiguiente angustia asociada). Cabe preguntarse si el fin último de una cinta tan construida no es precisamente una apuesta por todo lo contrario, por la sencillez. Le queda al público la tarea de encontrar una respuesta satisfactoria.
Es cierto que la película peca de ser demasiado intensa, de apostar mucho más por la ficción que por lo real, y si bien ese es el juego y gracias a la ficción destaca precisamente la realidad, no resulta fácil caer bajo su hechizo. Pero si el espectador lo consigue, entonces asistirá a dos horas de diálogos trascendentes, de reflexión y belleza, de imágenes poderosas con varias capas de significado. Podrá disfrutar de esa sensualidad que le valió el Oscar a su director y de la que se espera todavía mucho más. En España, se estrena en cines a partir del próximo 22 de enero.
[1] El Macguffin es un elemento narrativo que provoca suspense en la narración a fin de continuar un relato; sin embargo, su relevancia dentro de la obra suele ser mínima.