Y ahora, abran paso a la eurogeneración
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ignacio asenjoLa Convención ha sido un fracaso. Pero el problema no es político. Es generacional.
Sería una falta de respeto. Provocativo, impertinente. Y sin embargo, el compromiso obtenido in extremis por el Presidium de la Convención sobre el futuro de Europa lo tiene, pero lo que se dice todo, para hacernos gritar al escándalo. No shabían prometido una Constitución; habían de refundación del proyecto europeo, de ocasión histórica, habían pintado la (decadente) Bruselas como una (nueva) Filadelfia, dispuesta, como en 1787 en América, a convertirse en el escenario del nacimiento de una federación. Giscard en plan Georges Washington.
Una Convención CIGizada
Pero si quieren ustedes los Estados Unidos de Europa, ya pueden sentarse a esperar en los pasillos vacíos de las instituciones europeas (Je vous en prie) y dejar que sus sueños patinen en una de las tantas copas rebosantes de proyectos visionarios, los de Jean Monnet o Altiero Spinelli, Robert Schuman o Paul-Henri Spaak.
Porque la Convención europea, que además de demostrar el carácter innovador del método, debía redibujar la arquitectura institucional, ha sido un doble fracaso. Sobre todo, en lo que al método se refiere: se prentendía, cuando empezaron las discusiones, que estaba a años luz de aquél de las cumbres a puerta cerrada que han llevado, de Maastricht a Niza, pasando por Amsterdam, a los grandes avances del proyecto europeo, cumbres (en la jerga de Bruselas, CIG, o Conferencia Intergubernamental) que se consideraron demasiado distantes de la gente, demasiado poco transparentes y, como se demostró en Niza, con frecuencia poco transparentes.
Pero, aunque no hay que olvidar que, desde el principio, se sabía que las conclusiones de la Convecnión se renegociarían en una CIG (que pendía, cual espada de Damocles, sobre el hemiciclo presidio por Giscard) , también es cierto que, a pesar de sus 15 meses de vida, la Convecnión se ha limitado a esperar hasta las últimas semanas para dar a luz a un compromiso aceptable para todos. Se ha, por lo tanto, CIGizado, o mejor dicho, CIGiscardizado.
El triunfo de los sagrados intereses nacionales
¿Qué ha pasado? Pues simplemente que el giscardiano Presidium ha tenido que cortocircuitar la sesión plenaria para dar lugar a negicaciones en el más espléndido estilo CIG, precisamente, que han reducido a casi nada el espíritu de una asamblea que se pretendía abierta y diversificada. Por unos días (con sus noches, a pesar de las vacaciones), ha todo el mundo le ha quedado claro que le tiempo, como dice Condolezza Rice, se ha acabado, que ya no había tiempo para bromear y que, gustase o no, había que tratar con los sagrados intereses nacionales.
¿Pero en qué consiste ese compromiso tan dificultosamente obtenido? Más allá de la psoitiva creación de un Ministro de Exteriores Europeo, que por otra parte no está sometido a ningún control democrático, las auténticas reformas (numero de comisarios, ponderación de votos en el Consejo) han sido pospuestas al 2009, lo que mantiene en vida al Tratado de Niza, revisado y corregido.
Pero, ¿se podría no hablar de fracaso sobre un proyecto constitucional, rehén de intereses nacionales y que, de facto, ha decidido no decidir? ¿Qué ocurrirá en el 2009? ¿Será realmente posible dirigir una Comisión de 25 miembros?
Bien es cierto que el temido big bang de las instituciones no tendrá lugar. La mega-ampliación del año que viene no hará sino desplazar una buena parte del europoder de la Comisión al Consejo Europeo, acompañado para la ocasión del respectivo Consejo Legislativo, nuevamente creado, y presidido por dos años y medio por un chairman. De este modo, el único poder central de la Unión, la Comisión, que tampoco es democrática, abdicará en favor de la Realpolitik, es decir del triunfo de los intereses nacionales.
Así que no tengan miedo, Europa no será ingobernable, sino simplemente menos democrática.
Si Giscard hubiese hecho Erasmus
Pero ¿Cómo se explica esta parálisis? ¿Quién es el culpable del fracaso de la Convención?
La respuesta es generacional: la lógica nacional es en realidad la que predomina en las dos generaciones que gobiernan hoy Europa; la de Giscard y la de los sesentayochistas, la de Prodi y Chirac, la de Blair y Schröder. Todos respetables hombres de Estado, pero que no han conocido la Europa de hoy, que no han conocido, durante un año o más, la ebriedad de la verdadera vida en Europa, que no han vivido Erasmus.
Hay una gran contradicción entre la Europa dividia sobre Irak y los europeos unidos contra el ataque ilegal a Bagdad, entre los contratos de la PAC y la vida dinámica del que hace un máster entre Washington, Praga y Berlín, e incluso entre la pareja franco-alemana domiciliada en el Quai dOrsay y en Werderscher Markt y una pareja... francoalemana de chicos que se han encontrado haciendo Erasmus.
Hay una gran contradicción, un abismo, entre la Europa de esta Convención y la de la eurogeneración, criada a base de pan y lenguas extranjeras, a base de pizza e internet, a base de crêpes con Nocilla y de Euro, que lleva una sola moneda en el bolsillo, qu se puede gastar igual en una Paella en Valencia o en una cerveza negra en Dublín. Pero esta genración ha sido humillada, hoy, frustrada: no le dejan más que mirar. ¿Cómo pueden ver centenares de miles de jóvenes, cada año, y al mismo tiempo creer en serio que la democracia es una experiencia que no se puede repetir a escala europea? Si puedo discutir acaloradamente con un español sobre la Liga de Campeones, de política con un danés, o incluso elegir una compañera para toda la vida que sea de otra nacionalidad que la mía... ¿porqué no puedo votar junto a los demás europeos a un Parlamento que detenga en poder legislativo? ¿Leer los mismos medios de comunicación en varias lenguas? ¿Participar en la misma sociedad?
El problema de la Convención no es un problema político, sino de personas, de generaciones. La edad media de los convencionales es de 55 años, nos recuerda Franck Biancheri del think tank Europa 2020: es una cuestión de experiencia y de horizontes. ¿Se imaginan a Chirac haciendo campaña electoral en Inglaterra? ¿O a Berlusconi en Francia? Con una democracia de escla europea, estas personas perderían poder. Hablamos de generacione que no quieren volver arriesgarse, a entrar en el juego, simplemente porque no saben cómo, porque tienen miedo.
Existe una alternativa, pero que es, por ahora, sociológica. Se trata de un fenómeno social, el de la eurogeneración, que nuestros líderes nacionales intenta a toda costa desmontar, dedicando el 40% del presupuesto comunitario a los tomates y a las patatas con la Política Agrícola Común, congelando el carácter elitista de Erasmus con un porcentaje ridículo del presupuesto, con un cero, una coma y unos cuantos números. ¿Pero cuántos jóvenes, si pudieran, si hubiera una política de incitación a Erasmus, decidirían irse? Muchos, muchos más que el millón de estucdiantes que en quince años han participado en el programa. Sería una revolución, al menos mental.
Por tanto, una alternativa sociológica, la de la eurogeneración. Pero que pena en convertirse en alternativa política, simplemente, porque tiene una clara consciencia de su implicación revolucionaria. Las consecuencias están ala vista de todos, hoy día 20 de junio, en Tesalónica, con la entrega por Giscard de un proyecto constitucional que le viene como un guante a este Viejísimo Continente. Pero vaya, le va de escándalo.
Translated from E adesso spazio all’eurogeneration