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Wolfgang Stranzinger, el ojo del trampantojo

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piola

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¿Artista ambicioso o emprendedor moderno? Wolfgang Stranzinger, de 36 años, uno de los fundadores de la Sociedad Lomográfica Internacional, evoca la construcción “accidental” de este imperio de la fotografía instantánea… y desfasada.

Burgués, bohemio y visionario, el austriaco Wolfgang Stranzinger me recibe descalzo, en su apartamento anidado en el último piso de un viejo edificio vienés. Mis ojos recorren en seguida el gran espacio y el minimalismo del lugar, de ambiente bohemio y chic a la vez. Vamos derechos a la terraza, hasta el pretil de la piscina y sus destellos de junio. Me asomo al paisaje inabarcable de los tejados de la capital austriaca y Stranzinger me ofrece una cerveza tailandesa antes de comenzar la sesión Lomo.

Por lo visto, al comienzo estaban él y unos amigos: un grupo de estudiantes austriacos, juerguistas y decepcionados de todo con ganas de jaleo en la Praga del año 91, justo después de la caída del muro de Berlín. Stranzinger y su acólito Matthias Fielg encontraron en un rastrillo una cámara de fotos de la era soviética que estimuló su imaginación desbocada. El LOMO –que viene de “Leningradskoye Optiko-Mekhanicheskoye Ob'edinyeniye“, una fábrica de armas y óptica de San Petersburgo- surgió, según la leyenda, en los años ochenta para facilitar las misiones de espionaje de los agentes del KGB. ¿Su peculiaridad? Una lente especialmente concebida que da a los negativos efectos a veces desenfocados y con colores contrastados casi saturados.

Entusiasmo inmediato

De regreso de su periplo por el Este, estos jóvenes vieneses suministraron cámaras a sus amigos, a los amigos de sus amigos, y después a los compañeros de éstos en el resto de Europa. Pronto se desbordaron de peticiones. En 1994, Mathias acabó sus estudios de comercio y Wolfgang su carrera de derecho. Enseguida, lograron montar una enorme exposición simultánea en Nueva York y Moscú con cerca de 10.000 clichés expuestos. Los dos compinches decidieron entonces emplear su talento organizativo para hacer de su hobby un voraz negocio floreciente.

Como buenos empresarios prudentes, en 1996 firmaron un acuerdo con Vladimir Putin, por aquel entonces alcalde de San Petersburgo, para asegurarse la distribución exclusiva de la Lomo Compact Automát (LCA). Hoy, la empresa genera unos beneficios de alrededor de 10 millones de dólares al año y emplea a 50 personas, sin contar con las más de 60 sucursales nacionales que mantienen la llama de la lomografía organizando fiestas, concursos y exposiciones en el seno de su comunidad.

Tal entusiasmo se ha debido, según Stranzinger a la ausencia misma de un concepto definitivo detrás del término “Lomografía”. “Al principio, éramos sólo un grupo de amigos que desarrollaba una manera divertida de expresarse. No teníamos la intención de ganar dinero y eso nos granjeó una total credibilidad”, explica. Los defectos técnicos y la falta de fiabilidad hacían de Lomo -hasta hace incluso pocos años- un producto técnico de mala reputación. Hoy en día, sus defectos son reivindicados por los lomógrafos como el origen de un nuevo lenguaje fotográfico. “A veces, nos han tachado de megalómanos”, prosigue Stranzinger antes de matizar: “Vale, estábamos algo colgados, pero lo importante es que no nos contentábamos con soñar ideas”.

Claro que quien dice éxito, dice crítica: ¿cómo ha logrado el espíritu Lomo, contestatario e inconformista, sobrevivir a las franquicias de su marca y a sus imitaciones? Para los más críticos, el negocio diluirá la autenticidad del concepto, pero Stranzinger sigue pensando que “si no hubiéramos creado la compañía, el invento del Lomo nunca hubiera podido desarrollarse”.

El Warhol de la foto

Desde los múltiples objetivos que dividen los negativos en cuatro, hasta las cámaras con filtros tintados, pasando por el “ojo de pez” y su visión de 170 grados, la Sociedad Lomográfica Internacional vende 300.000 de sus inventos analógicos al año. Más los libros, los bolsos o la ropa, pues la mercadotecnia también da para mucho.

La compañía federa, inspira y desarrolla así una comunidad de 200.000 fieles, sin contar los aficionados anónimos. Los lomógrafos disparan sin descanso e impulsivamente, cámara en mano o entre las piernas, inspirándose en diez reglas de oro. El resultado es una cierta imagen del mundo tributaria de una filosofía basada en 4 palabras: “Don’t think, just shoot” (no pienses, dispara). “Cada cual tiene la impresión de ser un artista, de modo que todo el mundo termina participando”, comenta Stranzinger mientras se sirve sirope en su cerveza. “Algunos periodistas nos han calificado como los ‘Warhol de la foto’. No dejan de preguntarse: ¿es arte o no lo es? A nosotros no nos interesa este tipo de debate”, concluye resoplando.

¿Artilugio sobrevalorado?

De todos modos, nuestro entrevistado responde encantado a las súplicas de las galerías y museos aunque prefiere mostrarse prudente: “Somos una plataforma que proporciona los instrumentos necesarios para ampliar la libertad de cada cual y su capacidad de divertirse”, recalca Stranzinger. Y Punto.

El desarrollo de Internet, lejos de frenar la expansión, ha acelerado el desarrollo de su pequeña empresa. Aunque la mayoría de las compañías de productos analógicos les cierran la puerta en las narices, la sociedad lomográfica internacional cuida su nicho: “nosotros ofrecemos instrumentos creativos diferentes, no competitivos”, aclara Stranzinger. El concepto aspira a ser democrático y no se centra en una clientela determinada. El lomógrafo europeo medio tiene una edad media de 28 años, ha realizado estudios superiores, viaja habitualmente y se gana bien la vida. “La idea es universal, y los norteamericanos y los asiáticos siguen de cerca a Europa en esta locura”, puntualiza Stranzinger.

El Reino Unido y España han destronado ahora a Alemania de la clasificación de los “lomo-adictos” más activos. Los creadores del Lomo prefieren insistir sobre el espíritu de tribu cosmopolita alrededor de esta práctica antes que sobre su identidad europea, todo ello manteniendo con mimo su cuartel general vienés. Stranzinger sabe ser soñador: “Nos gustaría infiltrarnos mejor en Milán, Roma y Bruselas: toda gran ciudad debería tener su galería Lomo”. La experiencia continúa.

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Translated from Wolfgang Stranzinger, l’oeil du tigre