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Web 2.0: conexión con la aldea global

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Sociedad

Con los weblogs, podcasts, wikis y otras redes de pretendido contenido social: la versión 2.0 de la web ha propulsado al surfista a la cresta de la ola. ¿Una versión virtuosa de la globalización?

Estar “in” es tener su propio “espacio”. Desplegar como uno quiera su vida privada y sus aficiones en la “aldea global”. Una aldea sin cerradura, cuyo vecindario son 1.100 millones de personas conectadas alrededor del mundo. Una permeabilidad virtual que es una bendición para los anunciantes y que alimenta un fantasma viejo como Orwell.

Aparte de la creación simplificada de páginas personales y otros espacios íntimos, la multiplicación de operaciones a través de Internet cristaliza angustias: creemos que todas las informaciones dejadas como huellas digitales en sitios Internet pueden ser instrumentalizadas por los poderes públicos para controlar a las poblaciones. ¿La web, o una especie de memoria universal imborrable? Así, el periodista francés Yves Mamou se pregunta si “Internet será exitoso allí donde todos los grandes totalitarismos del siglo XX fracasaron”.

Es necesario admitir que este temor refleja más bien fantasías servidas por una utilización exponencial de la red y algunos asuntos de granhermanismo, raros pero mediatizados, como el ejemplo en 2006 del escándalo de la CIA, que había podido acceder a los datos de Swift, una compañía de intercambio de informaciones bancarias con sede en Bruselas encargada de realizar el seguimiento de la ejecución de las transacciones bancarias entre Europa y los Estados Unidos.

La pega es que se niega a las autoridades públicas aquello que se tolera a las empresas privadas: así pues, el “márketing viral” y otras reventas de datos personales de los usuarios de sitios comunitarios están conociendo un desarrollo exponencial.

El 6 de noviembre pasado, Facebook propuso una oferta publicitaria permitiendo a los anunciadores tener acceso a los perfiles de sus 50 millones de miembros (sexo, edad, preferencias sexuales, religiosas, políticas). El espionaje informático no necesita un gran refuerzo en términos de equipamiento: Gmail (la mensajería de Google) ya utiliza el envío de publicidad selectiva, y Microsoft, al igual que Google, desarrolla portales de salud [Health portal] cuyo objeto es guardar las informaciones médicas de 300 millones de norteamericanos (con el riesgo de convertirlas parcialmente en públicas). La publicidad, mucho más eficaz al ser ultra-selectiva, es la bendición de los anunciantes: y son estos mismos beneficios los que sirven para asegurar la gratuidad de los sitios “chivatos” y éxito.

Legislación en línea

Desde 1978, los franceses presumen de estar protegidos por la ley de informática y de libertades que dio lugar a la comisión nacional del mismo nombre, la CNIL. ¿Salvados por la ley? No es seguro. Esta comisión es impotente para demandar en el caso de que las redes sociales no sean francesas, como es el caso hoy en día de los gigantes americanos Facebook y Myspace.

Sin embargo, existe algún tipo de salvaguarda: en particular el “Safe Harbour”, un acuerdo firmado en 2000 entre las autoridades norteamericanas y la Comisión Europea para el respeto de la directiva europea de 24 de octubre de 1995, relativa “a la protección de las personas físicas respecto al tratamiento de los datos de carácter personal y a la libre circulación de esos datos”.

Este texto, de hecho, ha sido traspuesto a las diferentes legislaciones nacionales de la UE, pero la coexistencia de diferentes leyes nacionales para regir sobre una geografía virtual que no conoce fronteras plantea importantes problemas de cohesión. Thibaud Frouas, encargado de misión en el seno del Foro de los Derechos en Internet propone un sistema de “etiquetado” que permita poner coto a los riesgos y permita evaluar si cada sitio es de confianza o no.

¡Métete en la red o muere!

La paradoja entre el desembalaje voluntario de la intimidad [la e-privacy] y la exigencia de protección contra intrusiones externas es evidente. Cada uno puede llevar su vida privada a la bolsa del web 2.0, como si fuera capital que busca rendimientos, un espacio virtual en el que querríamos sacar beneficios bien reales.

En vez de leyes, la red tiene que producir, al mismo tiempo que se universaliza, unos principios que rijan la cuestión de los derechos individuales. “El advenimiento de las nuevas relaciones que surgen de Internet necesitan una nueva ética [que] deberá proteger al internauta como individuo”, afirma sobre este asunto Limore Tagil, especialista en las nuevas tecnologías de la comunicación.

Sea lo que fuere lo que se busque, compartir informaciones privadas es el precio a pagar entre libertad de expresión y reconocimiento virtual. Antes de permitir su trueque, es necesario que el sistema educativo enseñe, por lo menos a las jóvenes generaciones, el verdadero valor de la vida privada.

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