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Vaso, ¿medio lleno, o medio vacío?

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La Convención no habrá sido el salto adelante que muchos esperaban, pero sí un avance en la Europa de los pequeños pasos.

Que los resultados de la Convención se puedan considerar un éxito o un fracaso posiblemente sea algo que sólo podrá dictar el tiempo. Lo que parece claro es que la Convención europea no es la de Philadelphia, y que Giscard d’Estaing no es George Washington, pero no es menos cierto que la historia de Europa no es la de los Estados Unidos de América; el vaso parece que no está lleno, pero hay que reconocer que tampoco está vacío.

Difícil arranque y defectos de nacimiento

La Convención ha padecido de grandes carencias desde un inicio. Se constituyó con la idea de que respondiera a una serie de cuestiones puntuales–o por lo menos eso se hizo creer- y acabó auto-otorgándose la labor de redactar una Constitución para la Unión Europea, y, claro, no sirve lo mismo un molde para hacer cuadrados, que para hacer círculos –sin mencionar la baja representación de mujeres y jóvenes entre los convencionados. Al no estar dotados de un reglamento de funcionamiento los primeros meses de la Convención se utilizaron nada más que para acordar cuestiones de procedimiento, algo que no resulta efectivo para atraer el interés de la ciudadanía. A pesar de todo, la Convención suponía un gran avance con respecto al modelo de modificación de los tratados a través de las Conferencias Intergubernamentales.

La ciudadanía europea empezó a organizarse, y consiguió que la Convención acogiera una audiencia a la “sociedad civil” europea entre los días 10 y 25 de junio, y también la celebración de una Convención Europea de los Jóvenes entre el 9 y el 12 de julio de 2002; y aunque la Convención no aprovechó todo lo que hubiese podido aquellos dos espacios privilegiados de contacto, sí que se pudo escuchar la opinión y propuestas de un gran número de organizaciones y representantes juveniles.

Hay toda una serie de históricas cuestiones no resueltas, que no pueden más que frenar todo intento de avance de la UE, y es que una misma casa no es igual de habitable para 6 que para 25, sin acometer una serie de amplias reformas. El actual modelo institucional es insostenible, pero en contra de la línea que ha seguido la Convención –de negociación de porcentajes de representación- el problema es mucho más de fondo, las propias instituciones no tienen sentido conforme al papel que juegan actualmente. La ciudadanía será siempre reticente a avanzar hacia más Europa sin conseguir antes que sus instituciones sean cercanas y democráticas; no se puede entender que las viejas y nuevas democracias europeas estén funcionando conforme a unas instituciones que no recogen algo tan básico como la división de poderes, y con un Consejo que queda totalmente fuera del alcance democrático de la ciudadanía. Malo es que la Convención esté intentando otorgar más poder al Consejo, siendo esto el resultado de una mala visión política de la mayoría de los gobiernos europeos. Se ha vuelto a perder la oportunidad de discutir las reformas necesarias que planteaba el Modelo Spinelli. Una casa que sólo hace remiendos, al final obtiene goteras.

De la euforia a la decepción

Para muchas personas los resultados de la Convención han sido decepcionantes, principalmente porque de ella se esperaba que jugase un papel más “idealista”, a sabiendas que luego llegará la Conferencia Intergubernamental con la tijera y las “rebajas”. Los Grupos de Trabajo llevaban un muy buen camino, atendiendo incluso la mayor parte de las propuestas que se hacían desde la sociedad civil organizada, pero digamos que las “vacas flacas” llegaron antes de lo esperado, en el momento en el que hubo que empezar a pasar las conclusiones de los Grupos de Trabajo al articulado de la nueva Constitución. La participación de “primeros espadas” de algunos gobiernos nacionales en la Convención le ha otorgado a la misma una mayor importancia, pero a la vez ha significado que la mayoría de los estados han querido atar y coger las riendas desde un principio antes de que el “caballo” se desbocase. Es posible que tanta sobriedad en la propuesta de la Convención haga que la Conferencia Intergubernamental haga valer los acuerdos como válidos y no introduzca muchas modificaciones, pero todo dependerá del grado de consenso final.

A todo esto, a los grupos más europeístas de la sociedad civil se les va a plantear una gran disyuntiva. Como todo parece indicar, la propuesta de Constitución será sometida a Referéndum en los distintos países de la UE, pero si el documento final queda muy atrás de las esperanzas que se habían depositado en él –como así ocurrirá si la Conferencia Intergubernamental recorta aún más los mínimos avances conseguidos- entonces ¿qué voto pedirán las organizaciones más europeístas? ¿apostarán por el SI, el NO, o la ABSTENCIÓN? Es una gran duda moral que se presentará en muchas organizaciones y colectivos en los próximos meses.

Ni ganar ni perder; avanzar.

Y todo esto proviene de la ambigua identidad del proceso de construcción europea. La Convención ha sido un nuevo enfrentamiento entre los modelos federalista e intergubernamental, del que parece que han salido como vencedores los segundos, pero en el que los federalistas han conseguido avanzar un paso más en la Europa de los pequeños pasos. Desde el propio germen de las Comunidades Europeas parece que el objetivo final es la consecución de una unión federal, pero sin embargo los intereses nacionales suponen un gran freno. La actitud de muchos políticos nacionales y de algunos medios de comunicación no ayudan a lo contrario, ya que suelen ser muy frecuentes y atractivos los grandes titulares que utilizan términos como “ganar” o “perder”. El triste espectáculo de Niza fue por este camino, en el que todos los gobiernos volvieron a sus países hablando de “victoria”, y de la “cuota de poder ganada”; todo esto es un error, ver la UE en términos de cuotas de poder en realidad nos hace perder a todos. Es posible que las rapiñas puedan llevarse a la cueva su parte del botín, pero si matan a toda la manada significará comida para hoy, y hambre para mañana.

Es probable que el documento resultante no sea el que esperábamos la mayoría de la ciudadanía europea, pero su rechazo puede significar un duro revés para Europa. Debemos felicitarnos por los avances conseguidos, y seguir trabajando para superar los escollos que siguen quedando. El vaso está más lleno que ayer, y menos que mañana.