Una postal desde Putignano
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bárbara iniestaCarrozas, máscaras, composiciones satíricas y noches con Dj pinchando: la tradición carnavalesca de los mil burgos de Italia se multiplica en los ojos de un veinteañero.
Hay quien a los veinte años sueña con una motocicleta. Antonio Cito sueña con formar parte, algún día no muy lejano, de la Fundación Carnaval de Putignano. Normalmente, a su edad el sábado por la noche se sale de discotecas y las mañanas de los domingos se consagran al sueño. Él, sin embargo, hasta hace un par de años, el domingo por la mañana se colocaba su máscara y desfilaba por las calles de Putignano junto a los carros de cartón-piedra de diez metros de altura y a las agrupaciones de la ciudad involucradas en esta gran fiesta que coloca a esta población en el centro de la atención junto a otras ciudades italianas como Venecia, Viareggio o Cento. En segundo plano, la campiña sureña de Apulia y sus irreales trulli, unas simpáticas construcciones bajas y tradicionales más propias de los pitufos que de seres humanos.
Cuando se vive desde pequeño, este clima festivo le llega a uno hasta dentro y se apasionas por el Carnaval. Ésto es lo que le sucede también a Antonio, que dedica la mayor parte de su tiempo libre a estudiar las tradiciones carnavalescas de su ciudad. Ahora ha cambiado de papel y dando sus primeros pasos como periodista, registra, analiza y ahonda en las manifestaciones, tradiciones y leyendas ligadas al Carnaval; y escribe sobre ellas en una web ejemplo de una de las muchas cajas de resonancia mediática de este Carnaval que hunde sus raíces en los ritos ancestrales de los campesinos medievales.
Un carnaval largo y con solera
Antonio esboza un lúcido análisis de cómo Putignano vive hoy el Carnaval: "Se organizan desfiles fantásticos, sin embargo debo precisar que son cada vez más para uso y disfrute de los turistas; y la mayoría de los jóvenes se siente implicada sólo si además de las manifestaciones se organiza paralelamente una serata di música con dj. A Putignano le gusta sentirse una ciudad moderna y ello está, en cierto modo, en antítesis con los ritos agrícolas ancestrales a los que se remonta el Carnaval". El carnaval originariamente nació como una rebelión de los campesinos contra el poder establecido y la jerarquía derivada de un nuevo código de comportamiento, de la desaparición de las prescripciones morales y del desenfreno de una realidad nueva y transfigurada. La realidad cotidiana se suspendía temporalmente y se sustituía por una ficción enmascarada, pero sin perder nunca la conciencia de estar fingiendo. Hoy, sin embargo, el Carnaval es una crítica feroz a los poderosos de la política, a las estrellas del espectáculo y a la vacuidad de la sociedad de las apariencias. Sus armas son la sátira y el cartón piedra de los coloridos carros.
"El Carnaval de Putignano hunde sus raíces en el lejano medievo, la mañana del 26 de diciembre 1394, cuando las reliquias de San Esteban fueron transportadas desde Monopoli a Putignano en una procesión en la que los campesinos entonaban cánticos religiosos. Luego, se dio el salto de lo sacro a lo profano, y los cánticos religiosos se transformaron en canciones en dialecto y composiciones que ridiculizaban a los poderosos", nos dice Antonio. Después de seis siglos, la tradición continúa aún hoy cada 26 de diciembre. "Se trata de uno de los carnavales más largos porque comienza el 26 de diciembre y acaba el martes de carnaval, que este año cae en 28 de febrero", prosigue orgullosos Antonio, "es también uno de los más ricos en calbagatas: además de los de diciembre, hay desfiles casi todos los domingos de febrero e incluso hay una edición estival el 8 de julio".
El punto de unión con las tradiciones mediterráneas
La máscara símbolo del Carnaval de Putignano es un "diplomático", y es que parece ser que el pasatiempo preferido de Farinella (una máscara con vestido de parches multicolores y parecida al dibujo del comodín de las cartas) fuera poner paz entre perros y gatos. Evidentemente, no falta una referencia a la antigua cultura campesina: "Su nombre deriva de una comida pobre", explica Antonio, "una sémola de garbanzos y cebada que se usaba en lugar del pan para rebañar del plato los restos de salsa".
Y llegamos al punto de unión del Carnaval de Putignano con las tradiciones agropecuarias de otros países del Mediterráneo. El 2 de febrero, con ocasión de la fiesta religiosa de la Candelaria, se celebra la Festa dell’orso (fiesta del oso): un artesano enmascarado recorre todo el pueblo llevando atado a una cuerda a un oso –o mejor dicho, un empleado suyo disfrazado de oso-, paseando todo el día haciendo y recibiendo bromas de todo tipo. "Es una especie de oráculo meteorológico, y si ese día hace buen tiempo, el oso puede salir en busca de comida para hacer reservas de alimento y retomar su largo letargo, pues el invierno aún durará mucho más. Si hace mal tiempo, sin embargo, significa que el invierno durará poco", nos explica Antonio.
Cuando los desfiles y festejos llegan a su fin, en Putignano se da "la extremaunción" al Carnaval de un modo singular: unos falsos curas sumergen una pequeña escoba en el agua de un inodoro en miniatura (el "priso", en el dialecto local) y con ese agua bendita salpican a los paseantes anunciando que "el Carnaval ha muerto". Al mismo tiempo, desde el campanario de una iglesia cercana suenan 365 campanadas, recordando a los fieles que la fiesta se ha acabado y la Cuaresma ya ha llegado. La fiesta deja paso a la meditación y la abstinencia que retrotraen a los días que Jesús pasó en el desierto antes de comenzar su predicación. "Pero hasta que llegue ese momento, ¡mejor desmadrarse un poco más!", concluye Antonio sonriendo.
Translated from Una cartolina da Putignano