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Una oportunidad a la voz de la juventud en Europa

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Cómo la convención de jóvenes ha intentado, a pesar de las dificultades, dar a luz un texto prometedor y comprometido, que, por supuesto, ha caído en el olvido.

Un párrafo en la Declaración de Laeken sobre el Futuro de la Unión Europea resume las claves del debate: “ La Unión debe llegar a ser más democrática, transparente y eficaz. Debe también encontrar respuesta a tres desafíos fundamentales: ¿Cómo acercar a los ciudadanos y, en primer lugar, a los jóvenes al proyecto europeo y a las Instituciones europeas? ¿Cómo estructurar la vida política y el espacio político europeo en una Unión ampliada? ¿Cómo hacer que la Unión se convierta en un factor de estabilidad y en un modelo en el nuevo mundo multipolar?”

De Laeken a la sociedad civil

La Declaración es la confirmación de que tenemos una UE económicamente fuerte, políticamente débil y socialmente invisible. Se recupera la idea de la UE de Monnet, que va más allá de una unión económica para hablar de la “reunificación de los pueblos”. Nace, de este modo, la Convención para el Debate sobre el Futuro de Europa, sin ningún plan de trabajo específico.

Aun con la dificultad de los tiempos que corren para hablar de acercamiento a la ciudadanía, de estructuración de vidas políticas y de mundos multipolares, lo cierto es que ése ha sido el trabajo de la Convención durante el último año; bien por no querer perder la oportunidad de hacer esta Unión más participativa; bien por la presión de las organizaciones sociales, ha habido algunos ejemplos de interlocución con la Sociedad Civil.

Primero fue la Consulta a las Organizaciones de la Sociedad Civil, donde los discursos se sucedieron con desarmonía e improvisación sin llegar a conformar un diálogo entre organizaciones e instituciones; una vez más quedó patente que éste va más allá de la exposición de buenas intenciones en plenario e implica escucha, reflexión y entendimiento.

Convención de jóvenes: un mal comienzo

El segundo intento de acercamiento a la sociedad civil lo conformó la Convención de Jóvenes; milimetrada imitación de una sesión de la “Convención de Mayores”- así era denominada por los propios convencionados. Otra vez nos invitaban a jugar a ser políticos. Así, 210 de jóvenes de 28 países europeos, fuimos convocados en Bruselas para debatir y consensuar, una visión innovadora, creativa -y, a ser posible irreal- de la futura UE. El reto era importante. Una selección de los participantes dudosamente representativa, una agenda de trabajo imposible de cumplir y un ambiente inicial de desconfianza del evento así lo indicaban. Empezábamos mal.

Aun pareciendo increíble, lo conseguimos, no sin un ejemplar y arduo ejercicio de lenta democracia. Setenta y dos horas más tarde teníamos un documento consensuado de catorce hojas con una sólida imagen de la UE del futuro y no sin imperfecciones; listo para ser presentado en el plenario de la Convención; listo para ser debatido y tenidas en cuenta sus propuestas en los grupos de trabajo de la misma.

Motivo de orgullo

El documento en cuestión iba más allá de una “opinión joven” sobre una

UE para jóvenes, como se instó desde un principio; comprimía, sin embargo, una buena exposición que defendía una UE basada en valores fundamentales como la paz, el diálogo, la solidaridad o la libertad, así como el deseo de una UE federal y progresista en sus políticas, con un papel definitorio en la agenda internacional y con una constitución que recogiera todo ello. Conseguía también el consenso en un modelo de división de los tres poderes tendente a una democracia más transparente y comprensible, más eficaz y más sólida, que superara de una vez por todas las debilidades del complejo entramado actual de las instituciones europeas.

La política internacional suscitó largas discusiones; la defensa de la Unión sin caer en la demagogia de “la lucha contra el terrorismo internacional”; una política exterior común para la Unión que abogara por el orden mundial multipolar; todas ellas propuestas que definen la necesidad del desarrollo político de la Unión que, probablemente hubieran definido panorámicas muy distintas en conflictos como el de Kosovo, el actual Irak o las agónicas Palestina y Sahara Occidental.

La solidaridad tuvo su punto y aparte; defendimos ésta como un factor de estabilidad mundial mucho más eficaz que cualquier política de seguridad y defensa. La apuesta migratoria como derecho humano y elemento enriquecedor de las sociedades. El desarrollo sostenible, una responsabilidad ante las futuras generaciones. Las políticas regionales de cooperación basadas en el fomento de las democracias y el respeto a las realidades culturales. El proceso de ampliación de la UE integrador. Todas ellas ideas que completaban un documento ante el cual sentirse profundamente satisfecho.

La trinidad de ausentes

Sin embargo, tres fueron los grandes ausentes en esta convención de jóvenes, repitiendo los mismos errores de la Convención de adultos: la política género (cometimos el mismo error que la Convención “de adultos”, en la que el porcentaje de mujeres no supera el 10%) no suscitó ningún debate ni se plasmó con propuestas para una política para la igualdad entre hombres y mujeres. Un debate en profundidad sobre la implicación de mujeres y hombres en el desarrollo de las sociedades y su aportación a las mismas hubiera enriquecido el documento dándole una perspectiva en la que unas y otros se sientan en equilibrio.

Otra gran desaparecida, la educación, que no fue nombrada más allá de la defensa de un sistema educativo gratuito universal. La Convención de adultos, en materia de educación superior, lo tenía fácil y podría haber recogido e intentado potenciar los acuerdos alcanzados en “el Proceso de Bolonia”, sobre todo en relación a la construcción del Espacio Europeo de Enseñanza Superior –que pretende alcanzarse en el 2010- pero en este punto la Convención también ha sido un fracaso. Carente fue también la mención a la educación no formal como parte del proceso de aprendizaje permanente de las personas, así como su reconocimiento y validación en nuestros currículos.

Y la tercera gran ausente, la participación. Aun con el reconocimiento del valor de los movimientos sociales y de la aparición de nuevas formas de participación, no debía haber faltado la reivindicación ni la propuesta. El establecimiento de una vía de comunicación permanente entre instituciones y organizaciones de la sociedad civil era, al fin y al cabo, nuestra responsabilidad.

Fueron estas carencias, entre otras, las que convirtieron a la propia Convención de jóvenes en un hecho puntual difícil de repetir y cuyo seguimiento de la integración de sus propuestas en los trabajos de la Convención se antoja casi imposible. Quedó convertido así nuestro documento, en más papel mojado recóndito entre una montaña de papeles en el fondo de algún maletín. Me sentiré satisfecha si algún convencionado curioso lo relee en un trayecto Madrid-Bruselas.