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Una larga historia para los refugiados - Marta Muixí

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Default profile picture Nuria Serra

Nomur

El pueblo palestino acarrea una negra historia en la que, a lo largo de los años, ha tenido muy poco a decir. Una historia escrita lejos de la tierra palestina pero que su pueblo ha sufrido intensamente. La irrupción del sueño sionista a finales del siglo XIX escribe su primera página.

Con el lema “Un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo” parte de la comunidad judía reivindicaba un territorio sobre el cual tenía un pretendido derecho histórico. La tierra prometida era la tierra de Palestina. El movimiento sionista se articuló fuertemente a raíz del primer congreso sionista celebrado en Basilea el 1897 y dirigido por Theodor Herzl. La firme determinación de este periodista judío quedaba bien reflejada en su diario: “En Basilea he creado el estado judío. Si lo expresara hoy públicamente, provocaría risas por doquier. Pero quizás dentro de cinco años, cincuenta como mucho, todo el mundo reconocerá este hecho”. Espeluznantemente acertado: cerca de cincuenta años más tarde se proclamaba el estado de Israel. Y mientras a finales de siglo XIX – inicios de siglo XX se celebraban congresos sionistas por toda Europa, los inmigrantes judíos iban llegando a Palestina y creando colonias agrícolas, embriones de los populares kibbutz. La primera ola migratoria fue en 1882, formada por judíos rusos que huyan de los pogroms que sembraban el pánico entre la población judía. En 1903 hubo una segunda gran ola migratoria entre los cuáles se encontraba David Ben Gurión, padre del estado de Israel.

El 2 de Noviembre de 1917 es la primera fecha de trágico recuerdo en la Historia de Palestina. Fue la fecha de la publicación de lo que se ha conocido como la declaración Balfour, el resultado de la convergencia de intereses de británicos (a raíz de la desintegración del imperio otomano y según el acuerdo franco-británico Sikes-Picot, el territorio palestino quedaba bajo la autoridad británica) y sionistas. La declaración Balfour supone dar el beneplácito a las aspiraciones colonialistas del movimiento sionista ofreciendo Palestina como moneda de cambio. El sueño de una patria judía se empezaba a hacer realidad y los palestinos no tenían nada a decir. Los británicos abrían las puertas de Palestina mientras discriminaban sin contemplación al pueblo palestino. Entre los años 20 y 30 los palestinos hicieron diversos levantamientos que, como melodía ya conocida, eran aplacados duramente y etiquetados de atentados terroristas de fanáticos. La revuelta más importante tuvo lugar entre el 1936 y 1939 acabó con la vida de 5000 árabes y el proyecto sionista todavía con más consonancia con el imperialismo británico. Terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando ya se había levantado el velo de la barbarie nazi, las olas migratorias de judíos en Palestina ya eran imparables y se evidenciaba que la situación en Palestina hacía mucho tiempo que ya no estaba en las manos del gobierno británico. Fue el momento de recurrir a la ONU. La Asamblea General de las Naciones Unidas respondió el 19 de noviembre de 1947 con la resolución 181, que suponía el plan de partición que establecía unas fronteras imposibles para un estado árabe y un estado judía. Una no puede dejar de preguntarse si habría habido un estado judío sin Holocausto, si se habría cumplido el presagio de Herzl. Incluso es curioso pensar que, en realidad, nazis y sionistas coincidían en un aspecto: la convicción que los judíos no se pueden integrar en las sociedades. Por esto, necesitan un estado. Un estado judío. Probablemente si no se hubiera vivido el drama del Holocausto el estado de Israel sería muy distinto al que conocemos actualmente, pero la obstinación de las aspiraciones sionistas se hubieran hecho sentir de un modo u otro. En el contexto post Segunda Guerra Mundial, la vergüenza europea pesaba demasiado, era una pesada culpa que había que expiar y los palestinos pagaron las consecuencias. Y, sesenta años más tarde, todavía las pagan.

El 14 de mayo de 1948 coincidiendo con la retirada del ejército británico, David Ben Gurión, proclamó unilateralmente el Estado de Israel. La reacción de los palestinos, con el apoyo de otros gobiernos árabes, fue inmediata. Así empezó la primera guerra árabo-israelí que acabó con el armisticio del 49 y un estado de Israel victorioso. En la historiografía israelí se le refieren como la guerra de la Independencia. Para los palestino, la consecuencia de la derrota militar es la Nakbah (literalmente la catástrofe), la puerta de entrada a la diáspora y el expolio. En definitiva, el fracaso del ejército árabe supuso el destierro de los palestinos que vivían en lo que actualmente es el estado de Israel. Los israelíes se apresuraron: había que borrar el pasado palestino para construir en su lugar el nuevo estado artificial. La cuestión era esconder toda vida palestina anterior a la creación del estado de Israel para crear mitos como el que dice que Tel Aviv se ha construido de la nada. Que lo que actualmente es Israel eran tierras de nadie, de dunas desérticas, en lo que, en realidad, eran antiguas ciudades árabes destruidas para construir las ciudades que podemos ver hoy día. El éxodo palestino fue masivo. 750 mil palestinos huyeron de sus casos y más de 400 pueblos fueron totalmente destruidos.

Como es habitual la respuesta de la ONU fue una resolución que no sirvió de nada. Mientras en la Asamblea General de las Naciones Unidas se llenaban la boca con la resolución 194 que contemplaba que los refugiados volvieran lo antes posible, centenares de miles de palestinos se resignaban con su nueva condición de refugiados. Y des de entonces todavía esperan. Ya sea desde Jordania, el Líbano o los Territorios Palestinos Ocupados. He conocido palestinos que, después de sesenta años, todavía guardan la llave de su antigua casa en Jaffa o Akko. Una llave que probablemente jamás encontrará la puerta que abre pero que simboliza para ellos el irrenunciable derecho al retorno.

Actualmente hay 19 campos de refugiados en Cisjordania, 9 en la franja de Gaza, 12 en el Líbano, 10 en Siria y 10 en Jordania. Según los datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados hay más de 4 millones de palestinos refugiados. Tuvimos la oportunidad de presenciar la vida cotidiana en algunos de ellos, para ver la realidad que se vive, para poderla contar, sin exageraciones ni sentimentalismos, si no tal cual es la cruda realidad. Personalmente pude visir los campos de Balata y Askar, en Nablus, el de Dheisheh y el de Tulkarem El campo de Balata es el que aglutina un mayor número de palestinos en toda Cisjordania. Conviven unas 24 mil personas, de los cuales 16 mil son niños que llenan las calles a todas horas. A todas horas mientras hay luz, claro. Cuando la noche empieza a caer los palestinos esperan las diarias incursiones nocturnas de los soldados israelíes, cruzando los dedos para que esta noche no entren en su casa. En Tulkarm la situación es muy similar. Cada cinco pasos un mártir, un prisionero, una casa demolida… Un matiz significante. Mientras nuestros medios de comunicación nos han dicho y repetido que un mártir es un suicida, en Palestina un mártir es cualquier persona que haya perdido la vida por culpa de la ocupación. Desde un joven muerto por los tiros de un soldado hasta un niño que haya perdido la vida esperando en un check point dentro de una ambulancia. El uso de las palabras y de los significados que les damos dejan entrever nuestras posiciones al respecto. Como no podía ser de otro modo, desde nuestra particular burbuja occidental, un mártir es un terrorista por definición.

En los campos de refugiados se cuentan historias que una vez has escuchado jamás se borran de tu memoria. Y hay niños, muchos niños. Pasando el rato en los estrechos y tortuosos callejones de hormigón. Quieren contarnos su vida, que les fotografiemos, que los escuchemos y los miremos… Nos cuentan con la emoción de quien guarda una noticia que sabe que impresionará que, hace dos años escasos, los soldados mataron a la vez seis niños palestinos en la plaza que tenemos ante los ojos. Las historias de una crueldad inimaginable son el día a día en los campos de refugiados. Será por eso y por el enérgico deseo de volver a casa que, en todos los campos que hemos visitado, siempre hay cometas volando. La ilusión por la libertad no se puede robar con armas.

Marta Muixí

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