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Un país satélite

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Default profile picture marta gómez

Política

Suiza cultiva su mito de isla paradisíaca protegida por su neutralidad de las convulsiones mundiales.

Ahora bien, ¿de dónde viene el rechazo obstinado de los suizos a integrarse en la Unión Europea? Cuando se les pregunta, suelen dar todo tipo de explicaciones racionales: la supuesta incompatibilidad del sistema comunitario con la democracia directa, las enormes diferencias de tipos de interés y de IVA entre los países miembros, el culto al franco suizo y, por supuesto, el apego a la soberanía nacional. No obstante, las reticencias suizas tienen un profundo origen emocional.

Tras haber escapado de los conflictos del siglo XX, Suiza sigue convencida de que lo que más le conviene es guardar las distancias con respecto a sus vecinos. De hecho, el país no ha vivido la conmoción espiritual que la posguerra causó en las naciones asoladas por el conflicto, ni tampoco el cambio radical experimentado por los pueblos del este, tras la caída del comunismo.

Un país euro-compatible

Con todo, Suiza sigue teniendo los pies en la tierra. La economía helvética está estrechamente ligada a la europea, y este hecho ha llevado a la Confederación a concertar numerosos acuerdos bilaterales con Europa. Asimismo, Suiza adapta discretamente su legislación a la de sus vecinos y, en todos sus ministerios, funcionarios especializados se aseguran de que las decisiones que se tomen sean compatibles con la UE.

Esta especie de juego en el que participan hábiles negociadores ha llevado al país a convertirse en un miembro de facto del club, cuando le conviene serlo, y a mantenerse aislado en los asuntos de menor interés, como la Política Agrícola Común. Además, esta estrategia cuenta con el beneplácito de la mayoría del pueblo suizo y es alabada de manera constante por el gobierno.

Soberanía nacional ilusoria

Pese a todo, actualmente, los dirigentes políticos y económicos más lucidos reconocen en voz baja que esta actitud sólo conduce a un callejón sin salida. Las negociaciones con una Unión ampliada son más difíciles ahora que en otros tiempos. Dicha Europa suscita una creciente irritación en Suiza, un socio molesto que prefiere una Unión a la carta y que se desentiende de los designios políticos de la Unión Europea.

Todo parece indicar, cada vez con más claridad, que esta posición es la típica de un país satélite que sigue la marcha del tren europeo sin participar, en ningún caso, en la toma de decisiones. Por ejemplo, la libertad de circulación de personas es un principio aplicado a Suiza y, sin embargo, el país nunca ha tomado la palabra en el debate sobre el ritmo y las modalidades de ampliación de la Unión. Ésta, por su parte, ha sugerido con firmeza al país que desembolse su contribución en favor de los fondos destinados a los nuevos países miembros. Suiza ha cumplido con ello: la decisión ha sido aprobada incluso por referéndum, y el mismo gesto se repetirá en lo que se refiere a Bulgaria y Rumanía.

La plena soberanía nacional es una ilusión tanto para Suiza como para los miembros de la Unión, con la diferencia de que éstos sí pueden ejercer su influencia en el futuro de la comunidad.

Cambiar no es sólo cosa de jóvenes

Con todo, esta realidad, indigna de un país orgulloso de su prudencia política, escapa a la opinión pública, que, en cambio, se muestra sensible ante la alerta decretada por ciertos sectores financieros (los bancos a la cabeza) y por la derecha populista, quienes pretenden hacer creer que Suiza tiene todas las de ganar si se mantiene apartada de un club al que tratan con una condescendencia insultante.

¿De donde vendrá el cambio? Pese a que durante mucho tiempo creímos que la nueva generación pasaría página, en la actualidad constatamos que la edad de los ciudadanos no es vinculante. Hace falta algo distinto para que Suiza se incline finalmente por la Unión: la aparición de deficiencias en las relaciones bilaterales o la bajada ya iniciada, de hecho del franco suizo frente al euro; o razones más profundas, como la toma de conciencia por parte de Suiza de que sólo Europa puede garantizar a este pequeño país situado en el corazón de su territorio, la paz y la prosperidad. Así, resulta evidente que los sobresaltos de la historia acabarán por hacer tambalear la mitología helvética.

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