Un alemán en Lisboa, donde el tiempo se para
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Yasmina Guye SanchoLos portugueses no son muy rápidos que digamos, pero tienen otras cualidades. Reflexiones de un expatriado alemán en Lisboa
Al llegar a la capital portuguesa, el turista lo aprecia todo: la luz, el tiempo, la gente tan simpática. Los turistas miran encantados a las abuelas dando pan a las palomas, admiran los tranvías de otro siglo y se broncean en la terraza de un café mientras el camarero charla en la mesa de al lado. Convencido de que se trata de un bienestar típico del sur de Europa, el turista alemán, satisfecho, se respalda en su asiento.
A Doce Vida en Lisboa
Sin embargo, esta situación tan placentera cambia radicalmente si el turista alemán decide quedarse un poco más. Tantas cosas empiezan a sorprenderle: la llamada nunca contestada, la cita fallida, ese café olvidado. Ya lo decía el poeta alemán Hans Magnus Enzensberger: En Portugal, la tranquilidad sobrenatural casi se confunde con la enfermedad del sueño y la paciencia, con la resignación. La mentalidad portuguesa representa un problema para el emigrante alemán. Éste hace todo lo posible para adaptarse pero… en las calles siempre se tropieza con los transeúntes que, de repente, han decidido detenerse sin razón aparente, a veces se encuentra sólo y sin defensas en la caja vacía del supermercado; otras, sólo y perdido en la parada del autobús y no puede sino pensar que en este país no funciona nada. El turista alemán se siente completamente incomprendido de los portugueses.
No obstante, poco a poco y de manera casi imperceptible, el expatriado alemán empieza a cambiar: ahora es más lento y le da menos importancia a la puntualidad. Un día, incluso se da cuenta de que no espera que le devuelvan la llamada, por lo menos no a la hora prevista, que sabe qué representa el matiz teórico de una cita y que espera, tranquilamente, detrás de los transeúntes que se han parado en medio de una calle angosta para charlar. El 'turista' alemán ha captado el sistema, se ha adaptado. El expatriado alemán, frenado en su afán de trabajo y en su ahínco legendario, por fin tiene tiempo de pensar y de darse cuenta de que fue por eso por lo que se instaló en Portugal. Para disfrutar de la tranquilidad, el clima y la alegría de vivir. Se da cuenta de que lo que falta son las ganas de trabajar: hace demasiado bueno y demasiado calor y eso adormece el espíritu. Durante un instante, la vida se transforma en una burbuja de jabón en la que nada importa. Y mientras espera su café, mira a su alrededor con interés y desinterés a la vez. Observa y ahora lo entiende aún mejor.
Portugal, la pereza fingida
Ahora, el expatriado alemán entiende por qué los portugueses otorgaron a Fernando Pessoa el rango de poeta nacional. Era un hombre que podía observar durante horas el espectáculo de la calle desde la ventana de su despacho; era un nombre que, con la cabeza metida en sus informes, podía reflexionar sobre los grandes problemas de la vida; era un hombre que, a través de la poesía, expresó lo que pensaba sobre el vacío de la existencia humana a la vez que ponía en duda sus propias convicciones.
No es de extrañar por lo tanto que esta nación, que una vez fue potencia mundial, haya creado su propio estilo manuelino, pero las obras de este tipo no son muchas. Asimismo, si comparamos el claustro del Monasterio de los Jerónimos en Belém y los fastuosos edificios religiosos españoles con el estilo portugués, éste parece mucho menos grandioso a pesar de los numerosos detalles que te pasmado. En cuanto a la magnitud de los edificios: los españoles construyeron hacia el cielo, mientras que los portugueses erigieron edificios más amplios y menos elevados. Para los unos, se trata de una forma de mostrarle respecto a Dios; para los otros, es arte portugués. Al oírlos, tenemos tendencia a pensar que los portugueses son ingeniosos e imaginativos pero poco trabajadores.Aún así, más vale andarse con cuidado. El disciplinado 'turista' alemán que cree que los portugueses son lentos o incluso perezosos, se equivoca. Sus arrebatos de trabajo son extremadamente violentos, sus noches muy agitadas, sus películas y su música, demasiado originales. Dicen que en ningún otro país la gente se acuesta tan tarde.
Durante los siglos XV y XVI, esta nación descubrió gran parte mundo y en 1974, la mitad de los ciudadanos de Lisboa salió a la calle para enviar al exilio a un dictador odiado. Inconstancia, eso es lo que le da a Portugal ese toque de contradicción, de extrañeza, de imprevisibilidad y de caos. En Portugal, tenemos la impresión de no tratar nunca con la misma persona. “cada uno de nosotros es plural, es mucho, es una multitud de sí mismo”, decía uno de los seudónimos de Fernando Passoa. Y esto es exactamente lo que dice el revisor, el funcionario, o el cantante de fados. Esta pluralidad va más allá de los cambios de humor.
Al principio, el turista alemán se sorprende al ver que la misma persona puede estar ebria de felicidad un día y que al día siguiente no saldrá de la cama porque está triste y abatida. Sin embargo, de una forma u otra les admiramos: son auténticos y aceptan estoicamente los cambios del alma. Lo cierto es que admiramos esa tranquilidad y esas miradas que nada esperan. “Athé amanha, se deus quiser” ('hasta mañana, si dios quiere'), dicen los ancianos al despedirse.
Fotos: Stadt ©*L/flickr; Bar ©cinocino/flickr; Torre de Belém ©黃毛/flickr;
Translated from Von wegen träge: Das vervielfältigte Leben eines Deutschen in Lissabon