Ultras marroquíes: "Creen que somos unos animales"
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Eztizen Sánchez MontesEn los últimos meses los estadios de Casablanca han sido el escenario de violentos enfrentamientos entre ultras de clubs rivales. Y no es raro que la violencia llegue a los jugadores cuando se cometen faltas en el terreno de juego. Nos adentramos en un mundo en el que el fútbol es un asunto muy serio.
Said, Hicham e Ismail* no se conocen, pero es posible que hayan intercambiado golpes en el pasado: todos ellos son ultras. "Estamos dispuestos a morir por nuestro equipo", afirma Said con dureza, envuelto por una nube de humo de hachís. No sonríe mucho. Viniendo de él esta afirmación, que conseguimos solo habiendo roto ya el hielo, da un poco de miedo. Said es miembro de la Black Army, un grupo de ultras que apoyan a las FAR de Rabat (el club de fútbol Fuerzas Armadas Reales). Hicham es hincha del Wydad de Casablanca, vencedor de numerosas competiciones marroquíes e internacionales. Ismail, en cambio, está registrado con los ultras del otro club de la ciudad, el Raja Casablanca. Estos son los equipos más conocidos de Marruecos y la rivalidad entre ellos es más que exacerbada.
Los arabescos pintados en los muros son difíciles de distinguir y la luz es demasiado débil como para poder ver el fondo del bar en el que nos encontramos. Estamos en Rabat, la capital del país. "La gente cree que somos unos animales", dice Said antes de dar otra calada. Está en compañía de cuatro miembros de la Black Army. Tienen la misma edad, unos 25 años, la misma ropa, las mismas pulseras de plata y cierto recelo hacia los periodistas. La prensa deforma habitualmente sus propósitos y opiniones, contribuyendo así a la imagen muy negativa que la sociedad marroquí tiene de ellos.
150 ULTRAS CON CUCHILLOS EN LOS DIENTES
En los últimos años los ultras marroquíes han conmocionado a la sociedad al sobresalir por sus actos violentos. La reputación del llamado "jueves negro" es muy triste: en abril de 2013, en las horas previas al encuentro entre el Raja Casablanca y las FAR de Rabat, un centenar de ultras y hooligans devastaron la ciudad. Un año antes Hamza Bakkali, un hincha del Wydad de 21 años, perdió la vida durante los enfrentamientos. El siguiente marzo, 150 ultras armados con cuchillos y bastones tomaron por asalto el terreno en el que se entrenaba su equipo del alma, amenazando a los jugadores y entrenadores antes de saquear los vestuarios. Este acto fue motivado por las acusaciones de corrupción del club y por la serie de derrotas que estaban soportando.
Hicham, de 19 años, participó en la incursión. Se ríe sarcásticamente al contarme qué pasó aquel día. Estamos en el tejado de un edificio, lleno de cuerdas de tender y antenas parabólicas, donde ha decidido recibirnos en Casablanca. A lo lejos, en la pared de un edificio, se ve un grafiti medio borrado en honor del equipo Wydad. Para Hicham aquella acción estuvo totalmente justificada: "Después de ese día ¡por fin ganamos!". A fin de cuentas, fue por el bien del equipo.
Ismail probablemente estaría de acuerdo con él. Inclina la cabeza, frunce los ojos y después se hunde en su sofá, todo mientras exhala el humo del cigarro, y afirma que él apoya al equipo más importante. Es alto y delgado, y tiene ya 38 años. Otros nueve ultras han acudido al bar con él, pobremente decorado con azulejos blancos. A todos los encantan los vídeos publicados en YouTube con sus coreografías en el estadio, los cantos en coro y los estandartes. Para ellos eso es lo que cuenta, la violencia nunca es un fin en sí mismo. Piensan que "el jueves negro" no es más que un desbordamiento de estupidez de una pequeña minoría. Tampoco quieren que les tomen por hooligans. Solo quieren que el resto de ultras muestre respeto, y advierten de que si no lo hacen, recurrir a la violencia es simplemente inevitable.
LOS BONBONS SAUVAGES: CAMBIAR EL DOLOR POR LA RABIA
La violencia no es parte de la ideología de todos, pero muchos recurren a ella, sea un fin en sí misma o un mal necesario. Algunos llevan las marcas de esta violencia en la cara, pero no se atreven a enumerar sus heridas para no hablar del número de enfrentamientos en los que han participado. Karim, uno de los miembros eminentes de la Black Army, estuvo a punto de morir en 2005 después de una paliza durante la que recibió numerosas cuchilladas en la espalda.
Hicham llama bonbons sauvages a las pastillas que todo el mundo toma antes de entrar al estadio. Se trata de benzodiacepina, que reemplaza el dolor por una rabia incontrolable. Hicham también afirma que el club de fútbol es lo más importante de su vida, y le gusta decir cosas como "en el campo de batalla no tenemos piedad" o contar la historia de un ultra del Raja que le partió el mentón a un aficionado del Wydad, tras lo que tuvo que huir a Senegal porque temía por su vida. También asegura que no tendría ningún problema en matar a otro ultra. No se puede decir que la naturaleza agresiva del joven concuerde con su aspecto. Sin embargo, la ligereza con la que nos cuenta todo esto, combinada con una risita y un encogimiento de hombros, hace que se te revuelva el estómago.
ABUSO DE PODER Y DE CRUELDAD
Aunque todo a su alrededor esté inundado de violencia, los ultras dicen ser injustamente catalogados como un peligro para la seguridad de los ciudadanos. Una etiqueta que les han puesto sobre todo desde que una ley contra la violencia en los estadios entrase en vigor en enero de 2011. Después les limitaron el derecho a reunirse y tienen que pedir autorizaciones especiales para cada reunión. Por otro lado, se ha vuelto más fácil para las autoridades conseguir los datos personales de los miembros de estas asociaciones. Pero sobre todo, es más fácil arrestar a los ultras. Said e Ismail denuncian que la policía cometen los mismos actos de los que les acusan a ellos: abuso de poder y crueldad. Según ellos, a los ultras se les machaca sin razón y se les mantiene en detención preventiva durante semanas.
Aunque los ultra se niegan a ser catalogados como rebeldes, es casi imposible atribuir a esos grupos cualquier dimensión política. Cuando les preguntamos su opinión sobre las manifestaciones de la Primavera árabe, demuestran indiferencia. "Me da igual lo que haga el gobierno", dice Hicham. Se quejan de la discriminación de la que son objeto los ultras, pero muchos de ellos están satisfechos con la situación política de Marruecos. Este fenómeno no es exclusivo de las clases bajas, sus miembros provienen de todas las capas de la sociedad, o casi. Said no tiene trabajo, Hicham sigue un curso a distancia que le prepara para la Selectividad e Ismail trabaja como localizador para una productora de cine. Muchos otros son universitarios o tienen trabajo estable. Sin embargo, aunque sean todos diferentes y se odien entre ellos, tienen en común la fiereza de ser ultra. Entre los estadios y sus peleas han creado un pequeño refugio en cuyo interior pueden expresarse y distanciarse de toda convención social. Quizá algunos no mueran por su equipo, pero todos están dispuestos a hacerlo en nombre de ese refugio personal. "Somos ultras a tiempo completo", afirma Said. Y por primera vez en toda la noche, una sonrisa se dibuja en su cara y expulsa las sombras que habitan en ella.
Todas las declaraciones fueron obtenidas por Félice Gritti en Rabat y Casablanca.
*Todos los nombres han sido cambiados.
Este artículo forma parte de una edición especial dedicada a Casablanca y realizada en el marco del proyecto "Euromed Reporter", lanzado por CaféBabel en colaboración con I Watch Organization, Search for Common Ground y la fundación Anna Lindh. Pronto encontraréis todos los artículos en nuestra revista.
Translated from Ultras in Marokko: „Sie halten uns für Tiere“