Ulises, temporada 2014
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Esther AlmazánSe podría pensar que las secuencias de recuerdos que percibimos como déjà-vus y reminiscencias, son testimonios de nuestro pasado personal. Sin embargo, no es del todo así: es el pasado de los otros lo que la llama la atención. ¿Pero hay algo de malo en viajar en el pasado de los otros? ¿Resulta en el fondo más atractivo?
Bart Muligiewicz, con aire desenfadado y bien descansado, bajó el rellano con un trozo de pan en un bol en el que había un cuchillo y una cucharilla cruzada. La ciudad no había visto un día igual de soleado desde la caída del muro de Berlín. Sin embargo, este hecho no fue una experiencia vivida por Bart, quién no ha había estado en Berlín durante los últimos diez años, era más improbable aún que cuando el muro cayera, viviera en Varsovia.
El joven estiró sus músculos y dejó que su mano que sostenía una taza de café, lo guiara hasta el balcón. La ciudad radiaba con una sonrisa que venía desde de las fachadas de piedra de los edificios, parecía una comida comunista sin terminar. Bajo sus pies, Bart podía sentir la ebullición de la gran masa humana coreando, como no había visto en ninguno de sus conciertos. En mitad de esta confusión de personas, se encontraban las ruinas de lo que ayer fue un triunfal símbolo de la tolerancia.
Muchas personas habían tratado de cubrir las cenizas con tulipanes frescos, pero solo enfatizaban lo macabro de la escena. La vecina de Bart, una mujer vieja e indolente que se pasaba todo el día en el balcón escupiendo a la gente que pasaba, interceptó su mirada. "Lo juro – dijo mostrando sus dientes amarillos – no veía una multitud así desde 2002, cuando pasó aquella historia del niño". Al recordar, sus ojos brillaron de emoción. "Aquello si que fue una locura de escándalo" dijo como agonizando, con una mirada soñadora. Bart estaba cansado de explicar repetidamente que él había sostenido muy fuerte a su hijo (aquel día) y que no había ningún peligro de que cayese.
Después de lanzarle una mirada corrosiva, Bart abandonó el balcón apresuradamente y empezó su ritual personal: ponerse las botas rojas y lúcidas de la época de Ziggy Stardust. Una vez puestas, bajó las escaleras y llegó a la calle. Tenía todo el día para él solo y podía dedicarse a lo que quisiera, visto que Annushka ya había derramado el aceite de girasol y por lo tanto su encuentro no tendría lugar. Sin pararse a reflexionar, Bart se sumergió en la gran masa de gente, vibrante de emociones. Absorbía las voces que comentaban el acto de vandalismo que había tenido lugar el día anterior y del cual quedaban sus restos en el centro de la plaza. Como normalmente suele ocurrir en el país en el que estas historias tienen lugar, existe autentica indignación de una parte y estancadas muestras de aprobación de la otra, y ambas se cruzan e interactúan. Bart huyó de la plaza y después de pasar Rozbrat, se dirigió hacia el río Vístula.
En la esquina entre las calle Solec y Ludna, fumando un cigarrillo apasionadamente, estaba alguien que no esperaba encontrar: un compañero de la universidad, Stefan Dedalowski. Stefan era un obeso muy bruto, que se hizo famoso en la universidad por su dislexia. Bart no estaba muy contento de verlo. Resignado, pensó que estaba condenado de manera inexorable a un monólogo lleno de recuerdos de los tiempos de Solidarnosc (una antigua federación sindical polaca) y de enfrentamientos entre el gobierno de Aleje Ujazdowskie 1/3 (oficina del primer ministro de Polonia) y el del 10 de Downing Street. Sin embargo, por algún extraño hecho, Stefan no le reconoció y Bart pudo seguir su camino sin distracciones. En la orilla del río Wybrzeze Kosciuszkowskie, había lugares que en verano eran locales en los que regularmente sonaban grandes éxitos, ahora transmitían un gran vacío.
Después de pasar el puente Slaski-Dabrowsky, Bart entró en una tienda que hacia esquina para comprar tabaco. La chica que estaba en la caja, que llevaba una camiseta que decía “No future”, le recibió con una expresión de cansancio. Cuando se giró de espaldas para coger la caja de cigarrillos, Bart pudo ver que la camiseta por detrás decía “No past”. Sobre su cabeza, había colgado en el muro, como si fuera un espejo, una pantalla, en la que un presentador explicaba: “El flujo de información no necesaria, que se amontona en nuestras mentes, causa la fragmentación la memoria autobiográfica. Las partes son reemplazadas con imágenes de la prensa y con extractos de biografías de personas famosas”. Bart sintió cómo le abrumaba el poder que tenía el discurso.
La voz de la dependienta le devolvió a la realidad. "He visto en la TV como incitas a la gente a la revolución, Che Guevara para los pobres. De todos modos, ¿por qué has roto con Katy Perry? Hacíais una gran pareja". Bart refunfuñó algo sobre el maldito capitalismo y saliendo de la tienda le deslumbró la luz del sol. Ahora se dirigía hacia el barrio de Muranow, destruido por las bombas la primera noche y en donde todavía se encontraban algunos manifestantes heridos.
Bart pensó que quizás podía ir a Dworzec Grański donde su aventura en Varsovia había empezado. Por aquel entonces, era una ciudad completamente diferente. No sin nostalgia, se recordó a si mismo comprando un disco de Śląsk Song y Dance Ensemble en la plaza Komuna Paryska. En la plaza Saviour la locura parecía aun mayor. No obstante, gran parte se trasladó de manera superficial a beber Prosecco al vecino bistró Charlotte. Bart se acercó a un policía queestaba ocupado en vigilar y defender la calidad del café servido. Era un joven sin vello facial por lo que no se le podía tomar en serio, que había deseado ardientemente aquel trabajo.
Bart le preguntó por qué la gente no se dispersaba. "Me lo pregunta a mi – respondió el policía – que no veía esta multitud en Varsovia desde el concierto de los Rolling Stones en el año 67". Bart entendió que aquel pobre ingenuo estaba confundiéndose con el tiempo e intentó abandonar la conversación sin sentido, pero el policía le cogió del brazo y le susurró en tono confidencial. "Es verdad lo que dicen. He visto con mis propios ojos cómo les daban a los Stones una caja entera de vodka polaco". Delante de la casa de Bart hubo un estruendo. Antes de que pudiera encontrar las llaves de casa, el ambiente se llenó de gritos e improvisadamente, solo Dios sabe cómo, Bart fue empujado al interior de un coche de la policía que olía a aquellos perritos calientes de la gasolinera, y fue sometido a un interrogatorio. "Nombre, apellidos, fecha y lugar de nacimiento" dijo el policía con actitud agresiva, apuntándole con sus ojos como un par de alógenos. "¿Pero cuales?", preguntó Bart, confundido, "¿los míos?". "¿Y cuáles pensaba?” preguntó el policía, visiblemente irritado, pero al mismo tiempo orgulloso de la broma que estaba preparando: "¿los de Vladimir Putin?".
Delante del coche, un grupo de jóvenes estaba escribiendo sobre un muro, rociando con un spray amarillo: "Esta no era tu vida". Bart fijó su mirada sobre ellos y con una revelación sorpresa, respondió al policía.
"Esa es una excelente pregunta", dijo y tras una pausa, se ajustó las gafas redondas sobre la nariz. Las lentes llevaban todavía las marcas de las huellas de los dedos que Yoko había dejado sobre ellas aquella mañana.
Este artículo forma parte de nuestro dossier de fin de año sobre la nostalgia. Si la realidad nos decepciona, ¿qué razones hay para mirar hacia atrás? ¿Nos falta imaginación en Europa o le damos demasiada importancia a los recuerdos? La respuesta, en forma de 5 artículos nostálgicos.
Translated from Ulisses, odcinek 2014. Czyta Janusz Szydłowski