Ucrania: la Revolución Naranja se destiñe
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La dimisión del Jefe de Gabinete de Yushchenko, Oleksandr Zinchenko, y las acusaciones de corrupción, han culminado con el cese de Yulia Tymoshenko y la designación de Yekhanurov -ex ministro de Economía durante el régimen de Leonid Kuchma- como primer ministro interino.
La destitución de la primera ministra Tymoschenko, a la que muchos ven como la actriz principal de la revolución de diciembre de 2004, va en línea con la dimisión del jefe del Consejo de Seguridad y Defensa, Petro Poroshenko, y del viceprimer ministro, Mykola Tomenko. Es la escenificación de las bicefalias que han caracterizado al Gobierno desde su nacimiento.
Napoleón describía las revoluciones como círculos viciosos que comienzan con un exceso para volver a él. Tal vez no sea ése el caso del último episodio de la novela de intrigas en que vive sumida Ucrania desde que la Revolución Naranja de 2004 aupara al poder a Víctor Yushchenko, pero ya son muchos los que dibujan el entusiasmo de aquél invierno de terciopelo como un auténtico Saturno que empieza a devorar a sus hijos y a convertirlos en víctimas de las mismas lacras contra las que lucharon.
La princesa del gas y el rey del chocolate
Habría que partir del conocimiento de la que puede considerarse la seña de identidad de la Rada Suprema, el Parlamento ucraniano: la influencia de una oligarquía que no sólo financia a determinados grupos, sino que tiene sus propios partidos. Esa enquistada lucha entre clanes que ya existía durante la era corrupta de Kuchma es el origen de la falta de cohesión de un gabinete que con siete meses de vida se ha fracturado definitivamente.
Tanto Tymoshenko como Poroshenko provienen de esa oligarquía. Tymoshenko, a quien la prensa occidental elevó a la categoría de heroína política, es también conocida en su país como “la princesa del gas”. Apadrinada por el ex primer ministro Lazarenko, que actualmente cumple condena en San Francisco por blanqueo de dinero, Yulia Tymoshenko dirigió el SEU –Sistema Energético Unificado- entre 1995 y 1997, y más tarde en 1999. Poco después, fundó su propio partido, Baktivshina (Madre Patria). Poroshenko, conocido como “el rey del chocolate” por su industria de dulces, colaboró en la financiación y propaganda de la revolución a través de su propio canal televisivo. El mismo Yushchenko era el responsable de la Banca Central en los años noventa. Detalles que la prensa occidental apenas apuntó durante las semanas en que se produjo el cambio de gobierno y que sin embargo la prensa oriental, en especial la rusa, no tardó en recordar.
En el epicentro de la crisis se encuentran también los fallidos intentos del gobierno por retomar el control de las empresas privatizadas por Kuchma. Un fracaso fácil de entender dada la complejidad de las redes que conforman las esferas de poder político y económico en la ex república soviética.
Una crisis con consecuencias en el exterior
Los analistas coinciden en que la crisis es el pistoletazo de salida para la carrera electoral de marzo de 2006, unas elecciones para las que Tymoshenko ya ha anunciado que tanto ella como Yushchenko están en equipos distintos, mientras crecen los rumores que apuntan hacia la posibilidad de que algunos diputados del partido de Yushchenko se presenten en la lista de la ex primer ministra. Entre las lecturas que hacen los medios orientales se encuentran, además de la dudosa capacidad de Yushchenko para tomar las riendas del gobierno, el que hayan sido el mismo Presidente y su ex primer ministra los que la hayan provocado. El primero, para salvar la cara ante el creciente halo de corrupción que envuelve su proyecto; la segunda, para comenzar su viaje hacia la Presidencia.
La cita con las urnas será una auténtica prueba de madurez para el país, y del desarrollo de la misma depende el futuro de Ucrania a nivel interno y como candidata a formar parte la UE y de la OTAN. La UE no ocultó en ningún momento sus simpatías por el proyecto de Yushchenko frente al candidato del presidente ruso, Vladimir Putin, en las últimas presidenciales, Yanukovich. Para la UE y el resto de Occidente, el proceso político reformista ucraniano debía ser un ejemplo para Rusia, mientras en el Kremlin asistían resignados a la pérdida definitiva de influencia en un territorio que formaba parte del “imperio” desde el siglo XVII. En el horizonte, la posible integración de Ucrania en la UE, que precisa de una estabilidad política y económica consolidadas. Incluso Bush ha advertido que la ampliación de la OTAN a Ucrania y los países balcánicos, que situaría las fronteras de la Alianza a las puertas de Rusia, debe esperar al menos hasta 2008.