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Turquía y Francia se tiran Armenia a la cabeza

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Quién niegue en Francia el holocausto armenio podría ir un año a prisión y pagar una multa de 45.000 euros.

La reciente concesión del Nobel de Literatura al turco Orhan Pamuk y la aprobación de la penalización, por parte del legislativo francés, del negacionismo del Holocausto armenio vuelven a poner de actualidad una cuestión olvidada por la Historia y por los turcos. El ejecutivo turco ya ha puesto el grito en el cielo. Desde luego, no ha mostrado una actitud muy europea, pues ha amenazado con sanciones económicas a las empresas galas y con un inminente deterioro en las relaciones políticas con París “si no cesan las hostilidades”.

Sostener la veracidad del Holocausto armenio es un delito en Turquía que puede acarrear penas de cárcel, severas sanciones económicas y la condena al ostracismo -cuando no el desprecio- en la sociedad turca. Una periodista del conocido medio Turkish Daily News llegó a asegurarme, en una reciente entrevista, que “muchos intelectuales y comunicadores aún tenían miedo de hablar abiertamente sobre estas cuestiones en Turquía”. Algunos informadores y escritores han sido procesados y numerosos ataques de grupos ultraderechistas -algunos incluso con resultado de muerte- se han producido contra periodistas, abogados y activistas vinculados a la libertad de expresión y la promoción de los Derechos Humanos en Turquía. Actos violentos que nunca han sido esclarecidos y que, en general, dada la conexión de estos grupos con las fuerzas de seguridad, gozan de la impunidad total.

Hay que defender los valores de Europa frente a Turquía

Ahora se habla mucho de la europeidad de Turquía y de la necesidad de adecuarse a los ritmos que marca Bruselas para su adhesión a la Unión Europea. No estaría de más que el gobierno de Ankara tuviera el valor moral –el mismo de la Alemania de la posguerra- de reconocer unos hechos documentados y conocidos por los historiadores. Al igual que negar el Holocausto judío o la Shoa es un delito en muchos países, relativizar o negar el genocidio armenio es un dislate absoluto en el mundo de hoy.

Se calcula que entre 1915 y 1921 cerca de 2 millones de armenios fueron asesinados por las fuerzas de seguridad y el ejército turcos. Los armenios, al igual que los judíos después, fueron acusados por los turcos de de simpatizar con aquellos que pretendían destruir Turquía. Se les acusaba de ser “agentes rusos” y por ello pagaron con sus vidas.

Los dirigentes europeos deberían ser más valientes y rotundos a la hora de defender los valores democráticos de Europa frente Ankara, pues tales principios constituyen la esencia de lo que es el proyecto europeo. Sin valores ni principios morales firmes en la defensa de la democracia ni hay ni puede haber Europa. No sólo las ventajas económicas que el enorme mercado turco presenta para Europa deben presidir su actitud ante Turquía.

Negar hoy el Holocausto armenio, una tragedia de la que dejaron constancia europeos como el filósofo Antonio Gramsci o el historiador Arnold Toynbee, es volver al “mal radical” del que hablaba otra pensadora europea, Hannah Arendt, en sus primeros escritos, pues este “olvido” es fruto de una acción reflexiva, voluntaria y decidida para borrar las huellas de lo realmente evidente.

Turquía: la margarita sin desojar de los europeos

Esta semana la UE publica el primer informe de progresión para la adhesión de Turquía. ¿Cómo andan de concepto de pertenencia a la UE los países europeos?

Hay tres grupos. Los que están a favor de la entrada de Turquía en la Unión, los que se oponen a ello y los que no saben o no contestan.

El Reino Unido y Finlandia están entre los que quieren que entre Turquía. La presidencia semestral de la UE en manos de Finlandia se ha volcado durante estos meses en una diplomacia de sauna, para dar con la solución al problema de Chipre. O lo que es lo mismo, para que Turquía abra sus puertos a los buques y aviones chipriotas. En diciembre, el Consejo Europeo dirá si Turquía ha realizado progresos suficientes en este tema, pero el Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, ya ha anunciado que hay problemas a la vista.

Francia y Alemania no quieren que entre Turquía en la UE. En Alemania, la coalición gubernamental se muestra dividida, con los socialistas a favor de la entrada de Turquía y los democristianos a favor sólo de una “asociación privilegiada” con Turquía, sin llegar a ser miembro de pleno derecho de la Unión. En Francia hay elecciones a la vuelta de la primavera. El probable candidato de la derecha a la Presidencia de la república, Nicolas Sarkozy, se muestra contrario al ingreso de Turquía. En la izquierda, nada está claro por ahora, pero por lo pronto han sido los socialistas quienes acaban de lograr que la asamblea nacional francesa apruebe una ley tipificando como delito la negación del delito de genocidio armenio a manos del Imperio Otomano a principios del siglo XX. Francia organizará un referendo sobre la entrada de Turquía antes de que concluyan las negociaciones.

Por último están los indecisos. Polonia, quizá más inclinada a atender las demandas del Papa Benedicto cuando dice que a lo mejor Turquía no forma culturalmente parte de Europa, pide al mismo tiempo un trato justo a los Estados candidatos a entrar en la UE. Y el caso es que Turquía es uno de ellos.

Pim de Kuijer, Ámsterdam