Túnez Cinema Club: resistencia en la escena alternativa
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Desde su creación en los años sesenta, los cineclubs en Túnez son espacios de libertad creativa e intelectual, caldo de cultivo de aprendices de cineastas, apasionados del séptimo arte y militantes de todo el espectro izquierdista de oposición a los regímenes que han gobernado el país desde su independencia.
La cartelera de la capital tunecina se reduce a un puñado de salas que en su mayoría circunvalan la Avenida Bourguiba, arteria principal de la ciudad: el Mondo, el Rio o el Colisée son viejos edificios de arquitectura colonial, deliciosamente decadentes para el ojo ajeno, tristemente insuficientes para los amantes del séptimo arte.
Camuflada entre ellos, circula la corriente alternativa: los cineclubs, vía de escape del circuito holliwoodiense, salvavidas del cine tunecino y refugio de militantes de toda índole en un país que, hasta que hace tres años encendiera la mecha de la llamada Primavera Árabe, vivía bajo un régimen autoritario en el que la censura ahogaba la libertad de expresión y por ende castraba la producción cinematográfica nacional. Se quiera o no, la política lo impregna todo en los cineclubs, antes de la revolución del 14 de enero y después, incluso más.
POR AMOR AL CINE
“Demasiada política”, recalca tras reflexionar unos segundos Amel Saadallah cuando le preguntamos por qué fundó Cinémadart, uno de los primeros clubs independientes de la Federación Tunecina de Cineclubs (FTCC). Cada martes desde hace siete años, este espacio nómada que ahora encuentra su sitio a pocos pasos de las ruinas de Carthago proyecta todo tipo de películas sin cabida en la exigua cartelera nacional: hoy, por ejemplo, tres cortometrajes made in Tunisia, que despiertan una acalorada discusión cinéfila cuando la luz vuelve a la sala. Por la profusión de gafas de pasta, pantalones pitillo, labios rojos, y boinas en la sala cualquiera diría que nos asistimos a un encuentro intelectual-bohemio-chic de cualquier capital europea, si no fuera porque en el debate predomina el árabe en dialecto tunecino, salpicado (eso sí) de palabras y expresiones francesas. Amel sigue atenta desde las butacas la discusión entre los directores de los cortometrajes y el variopinto público, y más tarde se explica: “a veces parece que la película es solo una excusa para el debate posterior sobre la causa de turno. Nosotros queremos que sea al contrario”, aduce. Esta chica de ademanes suaves y mirada combativa cree que se estaba perdiendo la esencia de lo que representan los cineclubs, y aspira a desligarse de la ‘militancia’ del resto para apostar por “el amor al cine por el cine”.
Claro que, empeñarse en vivir del séptimo arte en un país donde los largometrajes producidos al año pueden contarse con una mano y donde existen poco más de una decena de salas de proyección, en el fondo es otra forma de combate. Lo sabe bien Fatma Bchini, presidenta del club más antiguo de Túnez, el cineclub de Tunis. “Comprar una entrada de cine en Túnez ya es resistencia”, afirma rotunda esta estudiante de medicina de 23 años, que también forma parte del comité federal de Cineclubs. Fatma se apasiona hablando de la actividad que desarrollan y confía en que estos espacios jueguen un papel de importancia en el nuevo Túnez: “Queremos volver a abrir cineclubs para niños, para salvar a su generación de la amnesia colectiva, para enseñarles a crear y a construir”. Hoy los clubs de cine triplican en número a las salas y, señala Fatma orgullosa, “no hay día en que la Federación no reciba una nueva solicitud de apertura”.
POLÍTICA, GRADO CERO
“Eran tan bordes y cuadriculados que se notaba a la legua que eran polis”, se burla Maher ben Khalifa, parte integrante de este submundo desde que aterrizara por primera vez en un cineclub cuando era un mocoso de 7 años. Se refiere a los agentes infiltrados que asistían con frecuencia a las reuniones de su club de cineastas amateurs para tomar buena nota de quien decía qué.
Paradójicamente, aunque sin dejar de observarlos de cerca, el poder ha tolerado estos focos de disidencia, en parte por su poca visibilidad entre el grueso de la población tunecina y en parte como estrategia de lavado de cara frente a las democracias occidentales. En todo caso, “milites o no en un partido, los cineclubs te enseñan a debatir. Y el debate es el grado cero de la política. Aquí aprendes a defender tus ideas. Y a comprometerte”, explica este estudiante de diseño gráfico.
POCOS RECURSOS, MUCHA IMAGINACIÓN
Maher pertenece a la Federación Tunecina de Cineastas Amateurs (FTCA) y gracias a esta, con 17 años rodó su primer corto, Kari for dogs, falso spot publicitario que, inspirándose de las torturas a presos en Abu Ghraib, anunciaba comida para perros compuesta de carne humana. Sin rubor, admite que, al menos a nivel técnico, su primera incursión en el cine fue “algo desastrosa”.
Su experiencia refleja bien cómo funciona este oficio en Túnez: durante mucho tiempo, los clubs fueron la única escuela de cine en el país, y en ellos se han formado varias generaciones de directores; aunque también gente corriente con ganas de contar historias. Hoy Maher forma parte del comité central de la FTCA, y asegura que allí hay de todo, “desde estudiantes de ingeniería hasta panaderos y taxistas. Es simple, partimos de la base de que todo el que quiera debe poder hacer cine”, afirma, recordando que por los cineclubs han pasado incluso ministros benalistas.
A la hora de crear y dados los bajos recursos, se echa mano de la imaginación y se apuesta al máximo por el bricolaje, sacando material e ideas de cualquier parte. “Empecé mi carrera cinematográfica robando dos cámaras”, asegura sin mayor complejo el director Sami Tlili, otro loco del cine que tras montar un cineclub en su ciudad natal, Sousse, se lanzó a la dirección. Como cineasta amateur que fue, se ríe de las películas de gran presupuesto. “Por favor, falta una tuerca y cunde el pánico, ¡se para todo el rodaje!”, se asombra. Su primera película, el documental “Maldito sea el fosfato”, narra las revueltas en la cuenca minera de Gafsa en primavera de 2008, en lo que hoy muchos consideran el verdadero germen de las revoluciones árabes. “Pese a los obstáculos, merece la pena. En el circuito alternativo hemos sido los únicos en tratar este tipo de temas”, reflexiona Tlili.- “En una situación política como la que teníamos, el régimen era un asesino de sueños. A nosotros el cine nos ha permitido soñar”.