Tres minutos de silencio
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marisa vegaDolor, miedo, determinación: tres sentimientos que durante tres minutos han sido comunes a todos los europeos. ¿Se conseguirá hacer de ello un pueblo?
Tres minutos de silencio por las víctimas de Madrid. Desde las sirenas de París a las campanas de Dresde, desde las ondas de Radio Vaticano al cañonazo de Zagreb. Del Parlamento de Estrasburgo a la Comisión de Bruselas. Europa se calló como si fuera un sólo pueblo. Nacido del dolor. Después de haberse destrozado durante siglos, las naciones europeas han decidido establecer «una unión cada vez mas estrecha entre sus pueblos». Con el muro de Berlín, han caído los últimos vestigios de guerras internas. La ampliación de la UE debería terminar con los estigmas políticos de una división europea recibida como legado.
Sin embargo, aunque se hayan olvidado los conflictos armados y las antiguas fronteras tiendan a desaparecer, la unidad europea todavia está lejos. Cada cumbre europea, desde la de Niza, es objeto de discusión, por comodidad o con el fin de ocultar sus propias contradicciones. Cada uno echa en cara la codicia de los demás para hacer olvidar su propio nacionalismo mezquino.
Sin embargo se empieza a sentir una cierta agitación. A diferencia de la construcción europea tradicional, no ha surgido de los cerebros de las élites eurócratas durante un congreso o de funcionalistas con ideas. Una conciencia colectiva europea acaba de ver la luz y se abre paso en la identidad de los habitantes del viejo continente, entre los nacionalismos obtusos y los regionalismos rapaces.
Puede que haya sido concebida en el pensamiento de filósofos como Habermas o Derrida. Se ha desarrollado sin duda en las manifestaciones por las calles que han unido a los europeos en febrero de 2003, con un mismo rechazo hacia una guerra llevada a cabo por los estadounidenses en nombre de valores comunes, pero a través de unos medios con los que los europeos, en el fondo no se reconocían. Asi se materializó en los sondeos: según el Eurobarómetro, en febrero de 2004, el 77% de los europeos era más bien favorable a la adopción de una Constitución por parte de la Unión Europea.
Sentimientos comunes
Ha tomado sentido en el duelo común de las víctimas de Madrid y en las manifestaciones de solidaridad que han seguido al drama. Evidentemente han tenido lugar las reacciones oficiales: declaraciones de indignación, banderas a media asta, un minuto de silencio en el Parlamento Europeo y la gran manifestación del viernes en Madrid, donde hemos visto a numerosos líderes nacionales y europeos: Prodi, Berlusconi, Raffarin y Fischer, entre otros. Puede que por oportunismo, pero seguro que también por compasión. Porque los terroristas también podrían haber atentado en sus países, sin ninguna duda.
Ha habido también solidaridad individual y colectiva: las noticias que nos iban llegando de los amigos, las manifestaciones delante de las embajadas, la incredulidad y el dolor compartido. Y tres minutos de silencio, el de los escolares de Irlanda del Norte, o el de los reactores de los aviones en el aeropuerto de Heathrow, el lunes 15 de marzo.
Han surgido expresiones como: «Todos somos españoles» o «11 de septiembre europeo». Los pueblos de Europa tienen sentimientos comunes. Sin embargo no podemos alegrarnos. Son el dolor ante la muerte, el miedo ante la barbarie. Los europeos tienen una conciencia común: la de saber que somos vulnerables en cualquier momento frente a aquellos que no respetan la vida humana o la democracia. Tienen una determinación común: luchar juntos contra el azote del terrorismo dispuesto a seguir atacando.
El pueblo europeo se ha unido con esta certeza: las fronteras no le protegerán de las bombas y de los asesinos. Sus dirigentes puede que tomen conciencia, como Zapatero, invitado sopresa de la Moncloa, que declaraba : «Mi compromiso es trabajar por la unión de Europa, por dotar a Europa de una Constitución para todos» El pueblo europeo ha nacido del dolor. De París a Dresde... De tres minutos de silencio por las víctimas. Ahora sólo falta verlo crecer.
Translated from Trois minutes de silence